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| lunes diciembre 23, 2024

Renunciar a la salida de Asad es un terrible error


En su campaña electoral, Donald Trump hizo especial hincapié en la múltiples maneras en que la política exterior de Barack Obama había convertido Estados Unidos y el mundo en unos lugares más peligrosos. Trump parece dispuesto a construir sobre esos errores y, al hacerlo, demostrar que una cosa son las buenas palabras y otra muy distinta llevarlas a la práctica.

Con los pronunciamientos casi simultáneos del secretario de Estado, Rex Tillerson, y la embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley, EEUU reveló la semana pasada que estaba rindiendo una ventaja estratégica y moral en Siria. Estados Unidos ya no exigirá la salida del dictador sirio Bashar al Asad como condición para la paz.

“Las batallas se eligen”, dijo Haley. “(…) se trata de un cambio de prioridades, y nuestra prioridad ya no es sentarnos y concentrarnos en echar a Asad”. El jueves, cuando le preguntaron en Turquía sobre la situación de Asad, Tillerson confirmó lo que Haley había admitido. “Creo que (…) la situación más a largo plazo del presidente Asad será la que decida el pueblo sirio”.

Como presidente, en su enfoque sobre la guerra civil siria Trump no ha diferido mucho por ahora del presidente Barack Obama, salvo en que la introducción de efectivos estadounidenses en ese teatro de operaciones ha sido ligeramente más rápida. En sus actos de campaña, en cambio, sí se distanció de la inoperante exigencia de Obama de que Asad debía apartarse para lograr la paz.

“Si alguna vez derrocan a Asad, podrías ver cómo cae [un tipo] tan malo como Asad, y es un tipo muy malo”, dijo Trump en octubre durante un debate electoral. “Pero también podrías acabar teniendo a alguien peor que Asad”. Hay que ser muy imaginativo para pensar en alguien peor que Asad, un dictador bajo cuya presidencia se ha masacrado masivamente al pueblo sirio, utilizado de manera flagrante armamento químico contra civiles, incubado la organización terrorista islamista mejor financiada del mundo y generado una crisis de refugiados que ha desestabilizado a medio mundo. Pero por ahora la Casa Blanca de Trump no ha hecho ningún intento de llevar a la práctica ninguna de las temerarias cavilaciones del Trump candidato.

Hastiados de Siria, los observadores de la realidad geopolítica han recibido el anuncio con indiferencia. Sostienen que la Administración Obama sólo hablaba de boquilla respecto a que Asad debiera abandonar Damasco, y que la Administración Trump sólo está reconociendo esa política con honestidad. Es seguro que, con Obama, las fuerzas especiales estadounidenses y británicas entrenaron a soldados del bando rebelde con el objetivo puesto en Asad, y que la CIA mantuvo un programa secreto para armar a elementos rebeldes y procurar alojamiento a sus familias (un programa que salió a la luz cuando las fuerzas aéreas rusas empezaron a apuntar contra activos de la CIA). Se trataba de todos modos de una operación meramente simbólica, dicen. En esencia, al tomar al ISIS como objetivo, la coalición encabezada por EEUU estaba actuando en gran parte como la fuerza aérea de Asad. Así que, ¿

Q​ué pasa si nos negamos a alegar nada que niegue plausiblemente este hecho?

En realidad, que EEUU renuncie a la salida de Asad supone un terremoto político que probablemente no hará más que poner en peligro la posición estadounidense en la región.

El anuncio tiene el efecto de segar la hierba bajo los pies de los insurgentes sirios a los que Estados Unidos ha estado apoyando material y moralmente en los últimos siete años. Los rebeldes moderados, los que hayan sobrevivido, habrán fracasado. Lo han perdido todo y no han obtenido prácticamente nada por su sacrificio. La insurgencia suní contra Asad no acabará mientras éste siga en el poder. Los suníes seguirán acudiendo a Siria, pero la credibilidad de EEUU entre ellos quedará aún más deteriorada. Simplemente, Estados Unidos está accediendo a una de las exigencias clave de las fuerzas rusas e iraníes, que están combatiendo sobre el terreno para apuntalar un régimen que, sin ellos, casi seguro se desintegraría. Estados Unidos ha rendido la supremacía moral a cambio de un terreno indefendible del que seguramente se verá obligado a retirarse más pronto que tarde.

Aceptar que la salida de Asad quizá nunca se produzca a manos de la comunidad internacional ratifica una nueva norma. Es aceptar que se puede sobrevivir tras ordenar el uso de armas de destrucción masiva en el campo de batalla. Hay soldados estadounidenses desplegados en misiones de mantenimiento de la paz en todo el mundo, a menudo en oposición a regímenes que tienen armamento químico y biológico. Esta nueva norma es una amenaza directa para los soldados estadounidenses. Es una decisión que pagarán algún día.

La Administración Trump está, comprensiblemente, centrada casi por completo en la expulsión del ISIS de su capital de facto, Raqa. Esa victoria está próxima, y supondrá un duro golpe a la red terrorista cuando se produzca. Pero ¿está pensando alguien en la situación post-conflicto en Siria? ¿Qué acuerdo para compartir el poder están elaborando las grandes potencias que han puesto soldados en Siria (TurquíaRusiaIránEstados UnidosGran BretañaFrancia, etc.), por no hablar de los grupos étnicos sirios que siguen en guerra? EEUU ha enviado tropas a la región fronteriza del norte del Siria para, expresamente, “detener” las hostilidades entre kurdos y turcos. Esa misión no terminará cuando se haya dispersado el ISIS. De hecho, no habrá hecho más que empezar.

Turquía sigue estando tan comprometida como siempre con la salida de Asad. El ministro de Exteriores británico, Boris Johnson, reiteraba hace sólo unas semanas la exigencia británica de la salida de Asad ras descubrirse otro de sus macabros crímenes contra la Humanidad. El presidente socialista de Francia jamás ha desfallecido en su antipatía hacia Asad, y es poco probable que la cosa cambie en París si en mayo es sustituido, como se espera, por una figura más conservadora. Formulándolo en el lenguaje de la conveniencia y la indiferencia, EEUU se ha situado contra sus aliados y del lado de sus adversarios, Rusia e Irán. No ha ganado nada con ello, pero ha renunciado a mucho.

Hay quien se pregunta qué puede perder Estados Unidos por decir la verdad sobre su escepticismo hacia Asad, el dictador más brutalmente criminal del siglo XXI. La primera que pasa por el patíbulo es su preciada autoridad moral, seguida de inmediato por su credibilidad. Por si eso fuera poco, se ha desaprovechado una serie de ventajas estratégicas. ¿Y qué se ha asegurado Estados Unidos a cambio de este sacrificio? Cualquiera sabe.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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