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| viernes noviembre 22, 2024

Democracia en fuga


Las últimas experiencias en convocatorias a urnas, entre las cuales sobresale por su significación el referéndum turco, señalan algo que está sucediendo y que en mi opinión no está siendo convenientemente estudiado: El poco o nulo apego a los comportamientos y normas en democracia.

El “Brexit” de un lado, el auge en Europa de los nacionalismos que en todos los casos se significan por la ausencia absoluta de respeto a las normas políticas habituales, cuando no en claro enfrentamiento con las leyes, el aumento de partidos extremistas de todos los signos, el desencuentro definitivo entre laicismo y religiosidad en casi todas las sociedades musulmanas del arco mediterráneo, la lenta pero inexorable penetración islámica en suelo europeo, la deriva de casi todas las sociedades europeas hacia las tensiones sociales, la desunión entre los europeos por causa de una Unión Europea que está perdiendo fuelle. Todo esto junto a otros elementos, señala que la democracia como norma de convivencia está viviendo uno de sus peores momentos en esta Europa cuyo destino resulta más incierto que nunca antes.

Todo este panorama representa un salto hacia atrás que hace tan solo 20 o 30 años atrás era impensable, nadie echa estas cuentas, parece como si los europeos hubiésemos echado en el olvido nuestra reciente historia, la escrita durante el siglo XX. Todo lo cual lleva a pensar si acaso la democracia como norma de convivencia ha dejado de seducir a las sociedades europeas, las gentes acusan en sus convicciones el desaliento de esta situación, las incertidumbres que se adivinan en el horizonte, las dudas ante el futuro.

Sin embargo todavía quedan sociedades que han decidido no dejarse arrastrar en este río revuelto. ¿Cómo? Sería muy complejo analizarlo a fondo pero dejemos que los detalles hablen por sí mismos. Un detalle que resalta estas distancias es el concepto de seguridad nacional que los europeos tenemos comparado con sociedades que todavía mantienen los estándares democráticos, sociedades como la norteamericana, la israelí, la australiana, la japonesa, por citar las más exigentes en esta materia, tienen como frontispicio de sus más firmes garantías de que sus ciudadanos pueden sentirse bien seguros de que las autoridades que han elegido se toman muy en serio esa materia y a ello dedican notables esfuerzos que son claramente visibles y constatables. Otro detalle es comprobar cómo las sociedades citadas, aun teniendo en su interior sus naturales discrepancias, mantienen un espíritu unido y un claro sentido de pertenencia a un proyecto común del que se tendrá todo tipo de opiniones pero que ninguno estaría dispuesto a demoler o derribar. Otro elemento a precisar reside en la eclosión desde dentro de esas mismas sociedades europeas movimientos que cuestionan la existencia y continuidad de Estados que han sido conformados hace cientos de años, veneno que se llama nacionalismo y que casi ningún Estado parece librarse.

Todo esto induce a pensar que están desapareciendo lentamente las convicciones democráticas, está entrando en crisis un modelo que arrancó tras la Segunda Guerra Mundial y que dio una notable estabilidad a la parte de Europa que no quedó atrapada en el Telón de Acero impuesto por la URSS. La ausencia de liderazgo carismático, la profunda crisis que sigue sin ser erradicada en sus consecuencias, la aparición de sociedades competitivas como la china, hindú o de otras latitudes, generaciones de jóvenes desorientados que deambulan por Europa buscando futuro y la parte más delicada de todo este panorama: El regreso del Medio Oriente al ojo del huracán del gran escenario crítico del mundo, todo ello en su conjunto está inyectado en los europeos un escepticismo desconocido hace tan solo 30 años como decíamos más arriba. Y si además el país que tira del mundo, EEUU, toma con su nuevo líder Donald Trump, otro nuevo y desconcertante camino para estos mismos europeos, tenemos un cóctel que nadie se atreve a apurar y que pocos gustan señalar. La decepción de los europeos con sus representantes, el descrédito de la clase política, el desprestigio de sus instituciones, la ruina de su propia autoestima, combina un escenario en el que la víctima más visible es la democracia en sus más intensas evidencias.

Europa no ha dejado de ser democrática pero nadie está en condiciones de afirmar que no lo sea, los desafíos y las dificultades, así como las profundas diferencias y divisiones entre sus mismas sociedades, hacen que entre las primeras preocupaciones del europeo no figure salvar la democracia, sino sobrevivir a la actual, a pesar de ella misma. Hasta ayer sabíamos lo que era o fue Europa, hoy estamos en plena incertidumbre, mañana no sabemos en qué va a quedar. Pero para algunos europeos la existencia de Israel es todo un modelo y ejemplo por lo que es, y por lo que está logrando. Una democracia vibrante y muy sólida.

¿Y si Israel tiene razón?

Miguel Martín

Zaragoza.

 
Comentarios

Las democracias siguen siendo la mejor expresión de la voluntad popular , el problema son sus dirigentes ,corruptos en algunos casos ,aprovechadores de su cargo para acomodar a sus amigos y familiares en su mayoría desconocedores de su función

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