Algún día, Mahmud Abás, que pasa ya de los ochenta años, acabará su mandato como presidente de la Autoridad Palestina; exiliado, retirado o muerto. Después, naturalmente, habrá una lucha por la sucesión.
Un posible sucesor es Marwán Barguti, oficial de la AP que actualmente está cumpliendo múltiples cadenas perpetuas en una prisión israelí por su implicación en el asesinato de cinco israelíes durante la Segunda Intifada.
En noviembre de 2014 Barguti llamó a una revuelta contra Israel en la que, de ser secundado, seguramente habrían muerto numerosos israelíes y palestinos. Sin embargo, se suele describir a Barguti como un “Nelson Mandela palestino”. Mandela, claro, pasó muchos años en la cárcel hasta ganarse la confianza de sus adversarios y acabar convirtiéndose en presidente de Sudáfrica. Como presidente, Mandela logró un cierto grado de reconciliación entre negros y blancos y, como resultado, se le ha consagrado como una suerte de santo laico, como Mahatma Gandhi y Martin Luther King. John Carlin, autor de El factor humano, libro llevado al cine en 2009, describió a Mandela como “el anti Hitler”.
El libro de Carlin cuenta cómo Mandela utilizó la victoria de la selección nacional sudafricana (conocida como los Springboks) en la Copa Mundial de Rugby de 1995 para unificar el país. Fue una gran hazaña. Los sudafricanos negros odiaban a los Springboks en la época del apartheid, ya que era un equipo históricamente compuesto por bóers, a los que los sudafricanos negros consideraban sus archienemigos. Aun así, Mandela fue capaz de arrancar ese odio. Cuando ganaron los Springboks, todo el país lo celebró.
“Mandela domina, más que ninguna otra persona viva (y seguramente muerta), el arte de hacer amigos e influir en la gente”, escribió Carlin. “Da igual que procedieran de la extrema izquierda o de la extrema derecha; que al principio hubiesen temido, odiado o admirado a Mandela: todas las personas a las que entrevisté dijeron sentirse renovadas y mejores por su ejemplo. Todos, al hablar de él, parecían resplandecer”.
La idea de que Barguti –o cualquier otro líder político de la sociedad palestina– sea capaz de desempeñar el papel que ejerció Mandela es disparatada, y sin embargo tiene sus adeptos. Así, algunos diputados europeos han propuesto a Barguti para el Premio Nobel de la Paz.
Uno de los más fervientes defensores de la comparación entre Barguti y Mandela era Ahmed Kazrada, recientemente fallecido miembro del Congreso Nacional Africano (CNA) que en 2013 escribió la Declaración de Robben Island, un texto que describe a Barguti como
el más destacado y famoso preso político palestino, símbolo de la búsqueda de libertad del pueblo palestino, una figura conciliadora y defensora de la paz dentro del marco de las leyes internacionales.
La declaración pide la liberación de Barguti –y la excarcelación de otros miles de presos en cárceles israelíes– como condición necesaria para el final pacífico del conflicto entre Israel y los palestinos. “Uno de los indicadores más importantes de la voluntad de hacer la paz con tu adversario es la liberación de todos los presos políticos, un poderoso símbolo del reconocimiento de los derechos de un pueblo y las justas demandas de libertad”, dice.
El mensaje implícito de la declaración de Kazrada es que Barguti tiene las mismas dotes de liderazgo que Mandela y, por lo tanto, podrá de algún modo alcanzar la paz, igual que hizo Mandela, si Israel lo liberara y le dejara aplicar sus artes. Además –insinúa–, la responsabilidad del cambio recae sobre los israelíes, que deben liberar a Barguti si de verdad quieren la paz.
Lo que los defensores del molde del “Mandela palestino” no reconocen es que, si entrara en escena un Mandela palestino, él o ella tendría que imponer mayores exigencias a los palestinosque a los israelíes, al igual que Nelson Mandela exigió más a los sudafricanos negros que le seguían que a los sudafricanos blancos con los que hizo la paz. Esforzándose constantemente para ganarse la confianza de los blancos, Mandela exigió que los negros abandonaran cualquier fantasía de expulsarlos. Exigió que los sudafricanos negros vieran a sus homólogos blancos como seres humanos vulnerables cuya confianza y cooperación eran necesarias para la paz.
Lo hizo primero con sus compañeros de prisión en Robben Island, pidiéndoles que reconocieran que “en el fondo todos los guardias eran seres humanos vulnerables”, escribió Carlin. Sí: exigió respeto y dignidad para los sudafricanos negros, pero también exigió que trataran a los blancos de la misma manera.
“No quería aplastar a sus enemigos”, afirmó Carlin. “No quería humillarlos. No quería pagarles con la misma moneda. Sólo quería que les tratasen con respeto”.
Mandela también tuvo la precaución y el coraje de pedir que el CNA abandonara su visión de los sudafricanos blancos como europeos colonialistas que no tenían derecho a vivir en África. “Hizo falta mucho valor para que se opusiera a esa opinión, para que declarase que los afrikáners tenían tanto derecho a ser llamados africanos como los negros con los que compartía celda”, señaló Carlin.
En el contexto palestino, un potencial Mandela tendría que vérselas con cuestiones religiosas, no raciales. Muchos de los llamados activistas a favor de la paz y la justicia nos harían creer que los principales obstáculos para la paz son los reclamos judíos sobre la Margen Occidental, pero el verdadero desafío sería el supremacismo musulmán. La élite palestina ejerce el poder por su voluntad de defender ese supremacismo. Así es como Yaser Arafat logró permanecer en el poder, y como Abás se ha mantenido como presidente de la Autoridad Palestina. A modo de comparación, el CNA, bajo el liderazgo de Mandela, no promovió una ideología supremacista negro, y el propio Mandela repudió esas ideas una y otra vez.
© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio
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