Ana Jerozolimski
Semanario Hebreo-Uruguay
¿Cómo está la situación por allí estos días?, nos preguntó esta semana un colega en llamada desde Montevideo. Dado que el tema de fondo no era una conferencia sobre el conflicto árabe israelí sino una conversación personal, bromeamos unos segundos al respecto, comentando que “podría ser peor”…y que la tensión como tal, aún en medio de la vida “normal”, es rutina.
Pero el tema no es para bromas. La “rutina” de estancamiento es peligrosa. Haberse casi acostumbrado a que no hay negociaciones entre israelíes y palestinos-aún si está claro que las negociaciones no son una varita mágica que resuelve todo, como lamentablemente ya tenemos clarísimo hace tiempo-no es bueno. El tiempo corre en contra de las dos partes. Mientras no se logra una solución, las dos partes van perdiendo, aunque a corto plazo parezca otra cosa.
Hace pocos días quedó claro que al menos por ahora, los palestinos no habían conseguido la mayoría necesaria para que el Consejo de Seguridad acepte a Palestina como Estado miembro pleno de las Naciones Unidas. El tema no está cerrado en absoluto, aunque sin duda los resultados, por ahora, fueron menos beneficiosos para los palestinos, de lo que esperaban.
Este es el contexto en el que deben verse los informes de esta semana según los cuales Al Fatah y Hamas se acercaron en sus contactos para concretar el acuerdo de reconciliación, yendo a elecciones y formando un gobierno de unidad nacional. Lo dicen abiertamente: esperan que la unidad interna les ayude a recibir reconocimiento internacional como Estado.
Si bien podemos entender su punto de vista- un pueblo desunido nunca inspira confianza-, a nuestro criterio una unidad con Hamas es peligrosa, mala señal, nada que traiga buenas noticias. Una de las peores señales al respecto es que Hamas se opone a que el actual Primer Ministro, el Dr. Salaam Fayyad, siga en su cargo en un gobierno conjunto. Sin duda, en medio de declaraciones y movidas diplomáticas de otros, Fayyad fue el que más ha hecho por el desarrollo de las instituciones palestinas, no sólo porque su renombre de la época en la que trabajó en el Fondo Monetario Internacional le valió la confianza de los donantes extranjeros al ver que limpiaba el sistema de fondos en la Autoridad Palestina, sino más que nada porque él trabajó para que la infraestructura organizativa funcione…Buscar un Estado en la ONU, para decir que hay victorias diplomáticas, si en el terreno no están las instituciones necesarias, no sirve de nada. El trabajó en serio. Si Hamas no lo quiere, en realidad, a nosotros no nos sorprende nada. Su deseo no es un Estado palestino por el bien del pueblo, sino un arma en contra de Israel.
Dicho sea de paso, de fondo están también los cohetes que siguen cayendo en el sur de Israel, mientras Hamas cierra los ojos…lo cual casi equivale a apretar el disparador.
En medio del complejo mosaico reinante, lo que parece evidente es que la solución no se halla en las Naciones Unidas, que puede proclamar, pero no cambiar la situación en el terreno.
Un “sí” a un Estado palestino miembro pleno de la ONU, equivaldría por cierto a una situación incómoda de presión sobre Israel pero no solucionaría el conflicto entre las partes y a corto plazo, probablemente empeoraría la situación de los palestinos.
Las autoridades israelíes suelen presentarlo como cuestión de principio, de fondo. La paz se negocia y no se impone desde afuera..Sostienen que al apostar por la vía unilateral, los palestinos están renunciando al diálogo directo y optando por la presión internacional sobre Israel. Por su parte, el Canciller palestino Riyad el-Malki nos dijo recientemente que con el respaldo de un Estado reconocido, podrán volver a la mesa de negociaciones con otra fuerza.
Pero la verdad es que también hay temas concretos, muy prácticos, que son relevantes para un futuro en paz entre las partes, y que pueden ser resueltos únicamente en negociaciones.
En una entrevista que nos concedió el Vice Primer Ministro de Israel Dan Meridor, explicó la lógica del tema:
“La palabra “Estado” no resuelve todo. Hay temas que deben ser resueltos para que se pueda llegar a un Estado que traiga paz y estabilidad, para que se termine el conflicto..Y para eso, hay que negociar. En lugar de negociaciones, busca una resolución de las Naciones Unidas”. Y agregó: “La verdad es que queremos reconocer a un Estado palestino. Y lo reconoceremos, apenas nos pongamos de acuerdo sobre sus fronteras, en el tema de seguridad, y más que nada, que sea el fin del conflicto, que no pase que después de fundado el Estado palestino, exijan el retorno de los refugiados y con eso abran todo de nuevo. Si todo esto está acordado, yo le reconocería sin ningún problema. Pero hay que acordarlo”.
La vida de israelíes y palestinos está ligada en muchos aspectos, para bien y para mal. La economía palestina depende en gran medida de la israelí y también la israelí tiene dependencia en parte- no como años atrás- de mano de obra palestina. El movimiento económico entre las partes es grande. La mayor parte de la exportación palestina es a Israel.
Numerosos pacientes palestinos son atendidos en hospitales israelíes. La cooperación de seguridad se mantiene. La vida diaria es mucho más fuerte que las discusiones políticas.
Pero cuando de fondo chocan frontalmente dos encares totalmente distintos, todo se puede complicar. Si la meta palestina es mejorar su situación y solucionar el conflicto, de modo que se ponga fin a la ocupación israelí, la vía es volver a negociar. Si el deseo es complicar a Israel en la arena internacional, aunque no les importe si solucionan o no el conflicto, ahí sí la ONU puede ser el escenario apropiado.
Las opciones y sus significados, determinarán el futuro.
Y también para lidiar con fenómenos complejos del lado israelí, como ser la evidente ineficiencia de las autoridades para poner fin al fenómeno de los puestos no autorizados en los territorios en disputa, sería bueno que haya diálogo. Mientras no hay un horizonte prometedor entre israelíes y palestinos, el gobierno israelí menos incentivo tendrá para chocar contra sus propios radicales, por más minoría que sepan, instalados sin permiso en zonas complejas.
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