Mario Satz
Porisrael.org
Pese al enorme, continuo esfuerzo de los norteamericanos y de la Alianza Atlántica por diferenciar el terrorismo internacional de corte integrista del Islam, y mientras prosiguen los bombardeos campos y ciudades afganas, observamos la radical polaridad que va sajando en dos al mundo musulmán, de Indonesia a Pakistán, de Palestina a Cachemira. Parte de ese desgarrón lo ha propiciado el mismo Bin Laden, con su pueril y siniestro discurso, en el que aparte de insinuar su colaboración en los atentados de aquí y de allá , enarboló la bandera de la jihad o guerra santa contra el infiel, o sea ¡nosotros! Es decir los no musulmanes, sean cristianos, judíos o budistas.
Por si no estábamos suficientemente advertidos, ahora parece claro que se trata de dos imperios enfrentados: uno real, al que nos guste o no pertenecemos, y otro imaginario pero no por eso menos temible. El real es un mosaico que se extiende y ramifica por Japón, China, Rusia y toda Europa Occidental, a más de Australia, Nueva Zelanda y casi todos los países del Hemisferio Sur. El imaginario-que sueña con el retorno de Mahoma y el siglo VI-, no tiene ni medios técnicos ni recursos humanos suficientes para ganar esta guerra, pero posee petróleo y el odio suficiente como para inflamar el mundo durante décadas. Observado de cerca, propone una alternativa falsa, dibuja un mapa equivocado y aspira-secretamente-a su propia inmolación. El imperio imaginario tiene la fuerza del delirio; el real, la debilidad de la buena conciencia.
Por su parte, el imperio real todavía no se considera del todo un imperio, y eso lo hace en cierto modo más dubitativo, en el plano de la propaganda, de lo que debería ser. Esgrime el valor de la Ley cuando el mundo de la guerra la desconoce; envía ayuda humanitaria a gentes que ladran y muerden la mano que les da de comer, buscando corregir y consolidar algo tan utópico como la justicia cuando en realidad se enfrenta a un cáncer político y social cuyo único remedio es la misma muerte que esa enfermedad propugna. A decir verdad, mucha gente de a pie, en Europa, los pseudodemócratas, los ex comunistas y los despistados, todos aquellos que se llenan la boca de buenas intenciones, que son antibelicistas y no quieren comprometerse con nada, sienten envidia de América y desprecio por el Islam, pero como no queda bien decirlo en voz alta, pretextan la necesidad de ser neutrales mientras protegen a sus hijos con medicamentos norteamericanos, se alimentan de su cine, escuchan su música y sueñan con un hogar rodeado de un pequeño jardín a la usanza yanqui junto al que no quieren ni vendedores de alfombras, ni mezquitas.
No ha habido un solo imperio histórico que lo haya sido dos veces, ni tampoco ninguno tan dinámico y creador como el que podemos llamar imperio americano, forzoso es reconocerlo. Lo que de él merece ganar en esta contienda es la libertad, el respeto a la mujer, la responsabilidad social y los esforzados valores de la ciencia que encarna y desarrolla. Valores que empalidecen cuando se juzga su egoísmo (¿y qué imperio no lo es?), su soberbia y su desprecio de todo lo que no sea él mismo, actitudes que lo llevan a cometer peligrosos errores de cálculo. En cuanto al imperio imaginario, producto del megalómano sueño de los integristas, aspiración anacrónica e inviable, no merece ni nuestro respeto ni nuestra adhesión. Ha querido dar un paso atrás para luego saltar hacia adelante y no ha traído-en Irán, en Argelia, en Chechenia misma-, más que desgracia a sus gentes, terror a sus hijas y estupidez colectiva. El Irán de hoy es mucho peor que el del Sha, ya que hay en él más pobreza, represión y desprecio por la vida individual que nunca. Ni Turquía, ni el norte de Africa, ni la misma Indonesia pueden alimentar a sus millones de habitantes por falta de educación, libertad y estímulos sociales. Erróneamente culpan, sus pueblos, a Occidente de sus propios errores, erróneamente queman muñecos y banderas apelando a un vudú infantil que no hace sino acrecentar la rabia que los posee.
Por último, se equivocó Osama Bin Laden y yerra Occidente si cree que Israel y el pueblo judío volverán a poner la segunda mejilla. Habrá, ciertamente, un estado palestino, pero no a costa de la existencia de Israel, la cual cosa no significa un paz automática e inmediata, ni mucho menos un entendimiento fácil, ya que allí está, verdaderamente, la frontera más caliente que separa pero también une nuestro mundo, el del imperio real, con el del imperio imaginario. En los meses próximos, y si Abu Mazen y sus allegados no logran mantener su liderazgo ni se proponen, por fin, una existencia serena y dialogada con el estado judío, hecha de concesiones mutuas y soluciones equitativas, se verá hasta qué punto en esto-como en tantas otras cosas- Israel ha sido y continúa siendo la proa defensiva de Occidente, un heroico, difícil esfuerzo democrático por contener a la barbarie de Hamas, Hezbollah o la Jihad Islámica en una geografía que, después de todo, es su tierra natal. Territorio que los integristas no quieren compartir con quien es, sin duda alguna, tan hijo de Abraham como Ismael.
Estoy de acuerdo con su idea de los dos imperios. El que verdaderamente importa es el virtual. Para el islam somos impíos, reos de blasfemia sin redención. No hay nada que podamos hacer pues estamos condenados. Ni son responsables de su decadencia social, ni pueden reconocer jamás que la miseria moral que les envuelve es responsabilidad suya.
Sus armas más formidables son el odio y el miedo. Odio al impío y todo lo que tiene, miedo para el distinto y hacia el distinto. Mientras nos esforzamos en clamar por la paz, alientan más odio porque ven debilidad. El imperio virtual nunca podrá solucionar el problema porque no quieren ser salvados, prefieren degollarnos.