Mario Satz
Desde hace miles de años el número 13 es juzgado como de mal augurio. Se cuenta que Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro, murió asesinado tras agregar su propia estatua a la de los doce dioses principales. También en la Ultima Cena cristiana los comensales eran 13, uno de los cuales resultó un traidor.
A lo que se agrega que en el Apocalipsis, en su décimo tercer capítulo, aparecen el Anticristo y la Bestia. Mientras que el doce se vivía y ve aún como un totum, una totalidad en sí mismo, el trece supone una ruptura, un desequilibrio momentáneo pero real. Recordemos, de paso, que mientras las cifras pares se alinean del lado de lo benéfico en razón de su misma paridad, las impares tienen algo de nefasto, de inasible, abrupto, dispar. Sin embargo el 13 tiene, también, aspectos positivos: Zeus entre los doce dioses; Jesús entre los doce apóstoles. Ulises, el decimotercero de su grupo, se salva de ser devorado por el cíclope. Desde el punto de vista del Tarot el decimotercer arcano mayor está asociado a la extinción y a la letra m , comienzo de la palabra hebrea mavet, muerte. Sólo que esa muerte, como la del grano en la agricultura, supone un eventual renacimiento. De hecho un cambio necesario. Así que, entonces, la mala fama del trece, tanto si cae en martes como en viernes, procede del temor a lo excepcional, al cambio, a la ruptura. En la tradición hebrea se habla, y bien, de los Trece Principios en los que se basa la fe, concepción formulada en el período medieval pero de larga memoria en la tradición oral, ya que a su vez se apoya en la numerología.
El principio ( 13 ) del mundo, bereshit-creen los kabalistas-, que es una obra de amor, ahabá, vale lo mismo que la unidad ( 13 ), ejad. La Creación procede, para manifestarse y crecer, por individuos, a los que el amor ( 13 ) afirma y reúne, de modo que un mismo principio los liga a la realidad toda. El objetivo central del trabajo espiritual se basa, en consecuencia, más allá de los avatares de la buena o mala suerte, en juntar los tres trece hasta llegar al número treinta y nueve, el cual equivale, entre otras palabras, a la expresión diláh ( 39 ), que quiere decir sanar, curar. desembrollar, elevar. Alineándonos al principio, y tras unificar nuestro campo de acción, nos ejercitamos en el amor para sortear, mediante su benéfica irradiación, los desvíos y tortuosos caminos a los que se enfrenta nuestro destino. Si busco, mediante el amor o ahabá el equilibrio o izún, por esa misma búsqueda determino mi suerte o mazal.
Resulta sorprendente que un número, una cifra que Occidente considera negativa, sea tan positiva para los judíos. Tal vez no sea la única divergencia de fondo. Para los romanos la observancia del sábado demostraba lo poco apegados que los hebreos eran al trabajo, y en esa como en tantas cosas sólo veían el afuera. Dado que los números nunca están demasiado alejados de las letras en la cultura judía, el sistema de equivalencias llamado guematria está allí para agilizar la mente y afilar los sentidos, lo que hace a Ios hijos de Jacob un pueblo enamorado de la música y los estudios. La suerte, por tanto, no la hacen los números ni las fechas sino lo que el ser humano aprende de lo que le acontece. Un hermoso proverbio japonés que bien podría ser judío, dice: ´´ Si se dan las circunstancias, lo hago. Si no se dan las circunstancias, las hago.´´ Ahí está Israel para demostrarlo.
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