¿Qué tratan de hacer los saudíes en el Líbano? Es evidente que han forzado la dimisión del primer ministro, Saad Hariri. ¿Quieren desestabilizar el país? ¿Dinamitar su Gobierno? ¿Estamos, como dicen muchos, ante otra muestra de la incompetencia y extralimitación del príncipe heredero, Mohamed ben Salman? ¿Demuestra esto, una vez más, que el cargo le viene grande?
Yo opino que no. Al contrario: la nueva estrategia saudí, más dura, me parece más realista y (a qué sorprenderse) acorde con la nueva estrategia israelí. Y ninguna de las dos son acciones, sino reacciones a la realidad que Hezbolá controla el Líbano.
Primero, un poco de historia. En la guerra de 2006, Israel distinguió claramente entre Hezbolá y el Líbano. Los ataques israelíes diezmaron a Hezbolá y no tuvieron por objetivo primordial las infraestructuras libanesas. Por ejemplo, para inutilizar el aeropuerto de Beirut, los israelíes atacaron la pista, imposibilitando los despegues y los aterrizajes. No causaron ningún daño en la terminal y los hangares, para que tras el fin de las hostilidades se pudiera enseguida volver a asfaltar la pista y reanudar el tráfico aéreo. Igualmente, recuerdo que visité Beirut con la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, en pleno conflicto y pude ver el alto faro del puerto. Un misil israelí había atravesado su parte superior, arrancándole el foco reflector. No causó daños importantes a la estructura, así que sólo se necesitaba un nuevo foco para que el faro volviese a estar operativo. Israel puso gran empeño en evitar graves daños a la infraestructura nacional libanesa, por mucho que el Gobierno libanés afirme lo contrario.
En mayo de 2008, Hezbolá puso fin a una crisis de Gobierno originada por su propio poder recurriendo a las armas –supuestamente, para proteger al país de Israel–, a fin de hacerse con el control de las calles de Beirut y, de hecho, de todo el país. The New York Times citó a un experto sobre Hezbolá que concluyó: “Efectivamente, esto es un golpe de Estado”.
Desde entonces, el poder de Hezbolá ha crecido, y también su dominio sobre el Líbano. En la guerra de Siria (de 2012 en adelante), Hezbolá ha actuado como legión extranjera de Irán y enviado a miles de chiíes libaneses a luchar al otro lado de la frontera. Un reportaje de The New York Times del pasado agosto resumía así la situación:
Hezbolá ha ampliado rápidamente el ámbito de sus operaciones. Ha enviado legiones de combatientes a Siria. Ha enviado instructores a Irak. Ha respaldado a los rebeldes en el Yemen. Y ha ayudado a organizar un batallón de milicianos afganos que pueden luchar casi en cualquier parte. En consecuencia, Hezbolá es no sólo una potencia por sí misma, sino uno de los instrumentos más importantes en la pugna por la supremacía regional de su patrocinador: Irán. Hezbolá participa en casi todas las batallas que son importantes para Irán y, más significativamente, ha ayudado a reclutar, instruir y armar a un abanico de nuevos grupos de milicianos que también están promoviendo los intereses de Irán.
El reportaje acababa indicando que quedaban pocos contrapesos al poder de Hezbolá en el Líbano. A lo largo de 2017, los israelíes han estado advirtiendo de que ya no se puede seguir distinguiendo entre Hezbolá y el Líbano. Simplemente, Hezbolá está dirigiendo el país. Aunque deja los asuntos administrativos, como el pago a los funcionarios, el asfaltado de las carreteras y la recogida de basuras, al Estado, no se puede tomar ninguna decisión importante sin su consentimiento.
El presidente del Líbano tiene que ser, según la Constitución, cristiano. Hoy, ese hombre es Michel Aoun, aliado de Hezbolá desde 2006. Por eso consiguió la Presidencia en 2016. Como dijo un analista del Institute for National Security de Israel:
Hezbolá dio su firme apoyo a Aoun para que fuese presidente, y ese ha sido (…) el acuerdo entre el partido de Aoun y Hezbolá. Hezbolá ha cumplido su parte del trato. Con esta elección (…) vemos cómo Hezbolá consolida [sus] alianzas políticas y su posición en el Líbano.
Tony Badran, investigador de la Foundation for Defense of Democracies especializado en el Líbano, coincidió:
En lo que se refiere al verdadero equilibrio de poder, al verdadero poder sobre el terreno, al margen de la política, al margen de los gabinetes, al margen de las mayorías parlamentarias, lo tiene Hezbolá.
Las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL), receptoras de ayuda estadounidense, se están imbricando cada vez más con Hezbolá. David Schenker, del Washington Institute for Near East Policy, describe así la situación:
En abril de 2017, Hezbolá llevó a más de una decena de periodistas internacionales a recorrer la frontera del Líbano con Israel, pasando alegremente por varios puntos de control atendidos por órganos de los servicios de inteligencia y unidades de las FAL, lo que sugería un alto grado de coordinación. Al mes siguiente, Hezbolá transfirió varios de sus puestos de observación en la frontera siria a las FAL (…) Por último, a finales de junio, las FAL enviaron a 150 cadetes a visitar el museo de guerra de Hezbolá en Mlita, cerca de Nabatiya, un santuario (…) de la ‘resistencia’ de la organización frente a Israel.
¿Qué significa todo esto para el Líbano? El verano pasado, Badran, en un artículo titulado “Lebanon is Another Name for Hezbollah” (“El Líbano es otro nombre de Hezbolá”), concluía: “El Estado libanés (…) es peor que una farsa. Es una fachada”.
Esa es la situación ante la que Mohamed ben Salman está reaccionando. El hombre clave para mantener esa fachada ha sido el primer ministro, que por la Constitución tiene que ser suní y es Saad Hariri. Hariri es hijo de Rafik Hariri, el ex primer ministro asesinado en 2005 (casi seguramente en una operación conjunta de Hezbolá y el régimen sirio de Asad). Mohamed ben Salman ve que su país corre el peligro de verse emparedado entre un Irak dominado por Irán y un Yemen dominado por Irán, mientras que Irán –y Hezbolá– domina cada vez más Siria y también el Líbano. Saad Hariri siempre ha estado sometido a las presiones saudíes, en gran parte porque su familia hizo su fortuna en Arabia Saudí y aún hoy depende de la munificencia saudí. Mohamed ben Salman debe de haberse preguntado por qué estaba pagando para mantener esa fachada, apoyando a un Gobierno libanés que no gobierna y que en su lugar deja a Hezbolá campar a sus anchas. De hecho, Hezbolá forma parte de la coalición de Gobierno de Hariri, y su dimisión hace que esa coalición se venga abajo.
Además de a Hariri, los saudíes tienen varias formas de presionar económicamente al Líbano. Podrían retirar los 860 millones de dólares que depositaron en el Banco Central libanés con el fin de estabilizar la moneda local. Los giros que envían los libaneses que trabajan en el extranjero son fundamentales para la economía del país, constituyen en torno al 15% del PIB, y los libaneses que trabajan en Arabia Saudí y sus aliados del Golfo aportan una parte significativa de esa cantidad; esos trabajadores podrían empezar a ser devueltos a casa. El 80% de la inversión directa extranjera en el Líbano proviene del Golfo, y podría caer abruptamente. Por último, los turistas del Golfo son una parte fundamental del sector turístico libanés, tanto en cantidad como en gasto per cápita. “El número de turistas saudíes aumentó un 86,77% en los primeros siete meses de 2017 respecto al mismo periodo el año anterior”, informó el Daily Star de Beirut en agosto; pero ahora Arabia Saudí y otros países del Golfo han dicho a sus nacionales que abandonen el Líbano. Eso será un duro golpe a la industria turística libanesa.
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¿Por qué castigar al Líbano? Es indudable que dichas medidas podrían perjudicar a todos los libaneses, pero de eso se trata. Los saudíes ya no están dispuestos a apoyar al Líbano mientras sirva de base al ejército de Hezbolá y sus actividades terroristas en complot con Irán. Están planteando una pregunta distinta: ¿Qué hay que hacer para que los libaneses presionen a Hezbolá a fin de que cese en su actitud y permita al Gobierno libanés volver a gobernar? ¿Es posible que si todos los libaneses –no sólo los suníes, los cristianos y los drusos, también los chiíes– pagan un precio más alto por el servilismo de Hezbolá a Irán, la propia Hezbolá empiece a preocuparse por su base política libanesa? Una estimación de Newsweek situaba la cifra de bajas de Hezbolá en Siria en 2.000-2.500 muertos y 7.000 heridos, lo que significa que todas las localidades y la mayoría de las familias chiíes han sufrido alguna pérdida. La población chií es aproximadamente de un millón, así que alrededor del 1% de los chiíes libaneses han sido heridos o perdido la vida luchando por Irán en Siria; y cada muerte afecta, lógicamente, a un grupo familiar más amplio.
Así las cosas, no es Mohamed ben Salman quien está poniendo en peligro al Líbano; no son los saudíes los que están implicando al Líbano en las guerras de la región; no son las políticas saudíes las que amenazan con arruinar la política de coaliciones del Líbano. Sino las acciones de Hezbolá, que abandona cualquier función nacional para poder servir de refuerzo y legión extranjera de Irán. Lo que están haciendo los saudíes es decir: basta, vamos a empezar a describir la realidad libanesa en vez de a taparla. Vamos a dejar de financiar una situación que permite a Hezbolá alimentarse del Estado libanés, dominarlo y utilizarlo como plataforma para el terrorismo y la agresión en Oriente Medio, todo en defensa de Irán.
Por supuesto, no hay ninguna garantía que esta estrategia vaya a funcionar: los libaneses podrían tener demasiado miedo a Hezbolá. Y el éxito de aquélla pasa por la acción de Estados Unidos y sus aliados, particularmente Francia. Si todos los amigos del Líbano adoptaran la misma estrategia, exigiendo que se pusieran límites al control de Hezbolá sobre el país y el Estado, podríamos dar fuerza a los ciudadanos y a los políticos libaneses para que protestaran contra el poder absoluto de Hezbolá. La ayuda económica al Líbano y la ayuda militar a su Ejército se deberían supeditar a que se haga retroceder a Hezbolá y se recupere la independencia libanesa. Se debería explicitar más el precio que está pagando el Líbano por Hezbolá, así como disminuir los beneficios que saca Hezbolá de su control sobre el Líbano –y hacerlos objeto de una mayor controversia–.
¿Son éstas peticiones descabelladas? Al contrario, son de hecho las que exige la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada en 2006 para poner fin a la guerra entre Hezbolá e Israel. Vale la pena recordar cómo empezó esa guerra: con un ataque no provocado por Hezbolá contra Israel, en el que mató y secuestró a soldados israelíes. La resolución 1701 incluye estas cláusulas:
Hace hincapié en la importancia que se amplíe el control del Gobierno del Líbano a todo el territorio libanés y que ejerza su plena soberanía, de manera que no haya armas sin el consentimiento del Gobierno del Líbano ni otra autoridad que la del Gobierno del Líbano;
Pide (…) el desarme de todos los grupos armados del Líbano para que, de conformidad con la decisión del Gobierno del Líbano de fecha 27 de julio de 2006, no haya más armas ni más autoridad en el Líbano que las del Estado libanés;
En otras palabras, lo que los saudíes están pidiendo es lo que el Consejo de Seguridad de la ONU pidió unánimemente hace una década, y el Gobierno libanés aceptó días más tarde. Ahora,Hezbolá está empujando de nuevo al Líbano a conflictos letales, entre los que podría contarse una nueva guerra con Israel. Esos peligros no se evitarán escondiendo la cabeza bajo tierra, ni el Líbano recuperará su soberanía ignorando que Hezbolá está destruyéndola. La mejor forma de avanzar es contar la verdad de la situación en el Líbano y utilizar la presión diplomática y económica para aflojar el puño de hierro de Hezbolá.
© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio
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