No hace ni una semana desde que publiqué mi último artículo y Donald Trump vuelve a estar en el punto de mira de la opinión pública y de decenas de países. Esta vez por anunciar su reconocimiento de la ciudad sagrada de Jerusalén como capital de Israel y trasladará allí la embajada de EEUU desde Tel Aviv. Un movimiento que numerosos estados árabes e incluso europeos han reprochado al presidente norteamericano, advirtiéndole de que traerá «peligrosas consecuencias».
Las viles amenazas veladas del propio Papa, Jordania, Turquía e incluso Estados miembros de la Unión Europea evidencian el clarísimo posicionamiento de las élites internacionales a favor de las ilegítimas aspiraciones de los terroristas encubiertos (y los no tan encubiertos) que manejan la estructura palestina a placer. No es novedad, dado que la mismísima Organización de las Naciones Unidas ha sancionado en diversas ocasiones a Israel de manera totalmente injusta a causa del victimismo rampante de los palestinos. Un pueblo que, justo ayer, a colación de la declaración de Trump, salía a la calle quemando imágenes del presidente y prometiendo reinstaurar la «Intifada» contra el pueblo israelí por el mero hecho de reclamar lo que es suyo.
Y es que todo este asunto va más allá de algo meramente político. Dejando de lado el posible derecho histórico que Israel pueda tener sobre la ciudad de Jerusalén, lo cierto e innegable es que fueron las fuerzas israelíes las que conquistaron legítimamente la capital durante la Guerra de los Seis Días. Guerra que, cabe recordar, desencadenó la coalición de Egipto, Siria, Jordán e Irán en su afán por destruir al país judío. Evidentemente, no acabó bien para ellos e Israel ocupó Cisjordania (incluido Jerusalén Este), los Altos del Golán, la Franja de Gaza y la Península del Sinaí.
Donald Trump no ha hecho otra cosa que reconocer lo que legítimamente pertenece a Israel. Lejos de caer en el cínico discurso generalizado del opresor Israel que bombardea de manera constante e indiscriminada colegios, hospitales y hogares de los pobres e indefensos gazatíes, el presidente de EEUU se ciñe a los hechos, que no son otros que las constantes amenazas y agresiones de las fuerzas terroristas pro-Palestina contra territorio israelí (incluso en períodos de tregua) y las lunáticas aspiraciones de los estados colindantes, que no buscan otra cosa que desestabilizar de todas las maneras posibles al país judío para erradicar su presencia de Oriente Medio y poder, así, establecer su hegemonía religiosa en la región sin una potencia que actúe de filtro y muro de contención de la exportación masiva de terroristas a Occidente para cumplir con los objetivos marcados por su «yihad».
Señores: debemos cuidar más a Israel. Dejemos de lado el sentimentalismo barato y sin fundamento y echemos un vistazo (aunque sea muy rápido) a los aspectos objetivos de este conflicto. No hay misil de Israel a Gaza que no se lance sin previo aviso, justificación y evaluación de daños. No hay respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel que no venga dada por una agresión directa de los terroristas pro-Palestina. Y, por supuesto, no hay reivindicación legítima que no esté motivada por nada más que el deseo de vivir en paz de un pueblo eternamente hostigado por sus bárbaros vecinos.
Capital de Israel