Clare M. López
Gelareh Bagherzadeh estaba estudiando tecnología de genética molecular en el Centro Médico de Texas en Houston. Una abierta partidaria de los derechos de las mujeres, del Movimiento Verde y del cambio de régimen en Irán, era conocida por estar preocupada de ser el blanco de represalias. El lunes 16 de enero de 2012, fue asesinada a balazos en su automóvil, en una comunidad de casas de lujo donde vivía, cerca de Houston Galleria. Su bolso y objetos personales fueron dejados sin tocar, dando crédito a la posibilidad de que se trataba de un exitoso trabajo profesional.
Mostafa Ahmadi-Roshan fue un joven científico químico que trabajaba en Natanz, la planta iraní de enriquecimiento de uranio. A los 32 años, no era más que un par de años mayor que Bagherzadeh. Fue asesinado mientras conducía al trabajo en Teherán, el 11 de enero de 2012, por una bomba adherida a la ventana de su automóvil por un motociclista, que se escapó a toda velocidad. Era el quinto académico o científico iraní, vinculado al programa nuclear del régimen, en ser asesinado en los últimos años.
Apenas unas semanas antes, en noviembre de 2011, dos grandes explosiones habían sacudido al establishment nuclear iraní: La primera demolió varios edificios en una base de misiles del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (IRGC) y mató también al general Hassan Tehrani Moghaddam, jefe del programa de misiles balísticos de Irán; se informó que la segunda fue una gran explosión, cerca de la planta de conversión de uranio de Isfahan.
Existen algunos paralelismos notables entre estos dos recientes asesinatos, un en Houston y un en Teherán, con sólo días de diferencia y ambos de dos jóvenes científicos, asesinados en sus automóviles por desconocidos. Aunque no está claro quién es responsable de estos hechos, la especulación y acusaciones vuelan en todas direcciones. Sea que Ahmadi-Roshan fuera asesinado por agentes del Mossad, disidentes iraníes, o por su propio servicio de inteligencia, nunca se conocerá públicamente, al igual que el que disparó contra la joven estudiante de medicina en Houston, puede que nunca sea llevado ante la justicia.
Sin embargo, la presión psicológica sobre el régimen iraní sigue subiendo y a medida que cunde el pánico, cada vez es más probable que Teherán arremeta contra los enemigos, tanto reales como imaginarios. Pareciera que ni siquiera los ciudadanos estadounidenses, en sus propios patios traseros, podrían estar seguros ante el largo alcance de este régimen terrorista.
Las cosas no pueden verse bien desde donde está sentado el Líder Supremo, Ayatollah Khamenei. Las tensiones en el Golfo Pérsico se intensificaron a finales de diciembre de 2011, cuando los juegos de guerra iraníes y los movimientos de portaaviones de EE.UU., llevaron a las amenazas navales iraníes de cerrar el Estrecho de Ormuz, seguidas, poco después, por una declaración de un alto comandante de los IRGC, al parecer, dando marcha atrás a las amenazas. Irán también eligió el mismo día para anunciar una oferta para reanudar conversaciones nucleares con las potencias occidentales.
Esas misteriosas explosiones dirigidas a las instalaciones de los IRGC, en noviembre de 2011, fueron sólo las últimas de una larga serie de ataques contra el programa nuclear de Irán, ataques que incluyeron asesinatos e intentos de asesinato, el virus informático Stuxnet, y la probable deserción de, al menos, un alto comandante de los IRGC (Alireza Asgari, un ex viceministro de defensa, quien desapareció en Turquía en 2006).
Las sanciones de EE.UU., aprobadas 100 a 0 por el Senado en diciembre de 2011, podrían apretar aún más los tornillos sobre el flujo de caja de los mullahs, tomando como objetivo el Banco Central de Irán, en un intento de paralizar las ventas de petróleo de Irán. El rial se está hundiendo, el comercio de divisas por parte de ciudadanos comunes se ha restringido, y los servicios de seguridad están, metódicamente, cerrando el acceso de la gente a Internet. El Primer Ministro chino, Wen Jiabao, acaba de visitar Riyadh y firmó un acuerdo para construir una gran refinería de petróleo en Yanbu, Arabia Saudita.
Las cosas no le están yendo muy bien, tampoco, al aliado regional clave de Irán en Damasco, y el Departamento de Estado de EE.UU. se enfrenta a un crescendo cada vez mayor de llamadas para eliminar de su lista de organizaciones terroristas extranjeras a Mujahedeen-e Khalq (MEK), el grupo de oposición más temido de Irán, de modo que los 3.400 MeK desarmados, residentes de la ciudad de Ashraf, en el norte de Irak, a los que se les concedió la protección de la 4a Convención de Ginebra por parte del gobierno de EE.UU., en el año 2004, puedan ser reasentados en otro lugar por las Naciones Unidas, antes de que sean sacrificados por un gobierno iraquí que está cayendo rápidamente bajo la hegemonía de su vecino del este.
¿Qué debe hacer un régimen? El presidente iraní Ahmadinejad quien, durante meses, ha estado en el lado perdedor de una contienda con el Líder Supremo Khamenei, se marchó a América Latina, donde podía esperar ver algunas caras amistosas (aunque Hugo Chávez de Venezuela que, al parecer, sufre de cáncer terminal, podría no estar por ahí mucho más tiempo). La lista usual de “Grupos de presión pro Irán”, apologistas del régimen, llevaron a las emisoras y a internet los mismos gastados puntos, hablando acerca de la sensibilidad por los sentimientos de malestar de Teherán por haber sido tratado tan mal por la comunidad internacional.
De hecho, algunos de ellos estaban tan obsesionados en conseguir mensajes de los mullahs, que se perdieron por completo la exitosa sentencia, el 22 de diciembre de 2011, del juez George Daniels del Distrito Sur de Nueva York, en el caso Havlish, que determinó que Irán había prestado apoyo directo y material a al-Qaeda en los ataques del 11-S.
Sin embargo, como muy bien lo saben los disidentes y exiliados iraníes en todas partes, éste es un régimen que utiliza rutinariamente el asesinato y el terror, no sólo la propaganda, como herramientas de supervivencia. Aún así, volverse contra sí mismo nunca es una buena señal: Ahmad Rezai, el hijo del ex comandante de los IRGC iraní, Mohsen Rezai, que desertó a EE.UU. en 1998 y se convirtió en ciudadano estadounidense, fue encontrado muerto en una habitación de hotel en Dubai, en noviembre de 2011. Después, a principios de enero de 2012, estuvo la condena a seis meses de cárcel de Faezheh Hashemi, la hija del ex presidente iraní Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, quien apoyó al candidato opositor, Mir-Hussein Mousavi, en las elecciones presidenciales de junio de 2009. Él mismo fue derrocado, en marzo de 2011, de la presidencia de la influyente Asamblea de Expertos, un cargo que había mantenido desde 2006.
Y después vinieron los asesinatos de los dos jóvenes científicos en Teherán y Houston. Éstos no fueron como las denuncias de octubre de 2011, sobre una conspiración iraní para asesinar al embajador saudita en EE.UU., en un restaurante de Washington, DC. En esta ocasión, se dieron órdenes y se expidieron los objetivos. Bagherzadeh no fue el primer ciudadano estadounidense que se encontraba en una lista iraní de personas a eliminar, pero la evidente desesperación de que el régimen (y la evidente indiferencia a la posible respuesta estadounidense) podría estar impulsándolo a acciones más irresponsables que de costumbre, en un intento por sobrevivir.
Pero el asesinato de un ciudadano estadounidense inocente, en suelo estadounidense, por un régimen terrorista dedicado a la jihad Islámica, cruza una línea que exige una respuesta oficial y merece, por lo menos, la indignación, dada una confusa – y fracasada – conspiración para asesinar a un diplomático saudita.
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
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