Moshé reúne al pueblo de Israel y les reitera el mandato de observar el Shabat. Luego les transmite el mandato Divino de construir el Mishkan (Tabernáculo).
El pueblo dona los materiales requeridos en abundancia, trayendo oro, plata, cobre, lana teñida de colores azul, púrpura y rojo, pelo de cabra, lino, pieles de animales, madera, aceite de oliva, hierbas y piedras preciosas. Moshé se ve forzado a pedirles que dejen de traer.
Un grupo de artesanos de “corazones sabios” construyen el Mishkan y sus utensilios (como es detallado en las secciones de la Torá anteriores de Trumá, Tetzavé y Ki Tisá): tres capas de cobertura en forma de techo; 48 paneles recubiertos de oro para las paredes, 100 bases de plata para el fundamento; el Parojet (cortina) que separa entre los dos cuartos internos del Santuario y la Masaj (pantalla) que va en el frente; el Arca y su cobertura con los Querubím; la Mesa y el Pan de la Proposición; la Menorá de siete brazos con su aceite especialmente preparado; el Altar de Oro y el incienso en él quemado; el Aceite de Unción; el Altar Externo para las ofrendas quemadas y todos sus utensilios; las cortinas, postes y bases para el Patio; y el Kior para el lavado ritual, junto a su pedestal, hecho de espejos de cobre.
LOS ESPEJOS Y EL KIOR
De todos los donativos del Pueblo de Israel para la construcción del Mishkan hubo uno que se destacó: el cobre para la confección del kior (el recipiente que contenía el agua con la cual los cohanim se lavaban antes de llevar a cabo su servicio. ¿Cómo puede ser que el simple cobre se destacara más que el oro, las piedras preciosas y la plata? Es muy simple, ese material provenía de los espejos de las mujeres judías. Los mismos que, durante la esclavitud en Egipto, ellas utilizaron para embellecerse e incitar a sus esposos a unirse a ellas a pesar de los decretos del Faraón. Y como ese kior estaba confeccionado con los espejos de esas santas mujeres, en la época del Bet HaMikdash el agua que contenía fue utilizada para probar a la mujer acusada de infidelidad. Como si dijéramos: “Aquellas que fueron fieles hijas de Israel pongan al descubierto a aquella que no siguió sus pasos”.
¿Qué es la «vaca roja”?
Pregunta:
¿Qué es la «vaca roja» y cuál es su significado? ¿Según tengo entendido algunas semanas antes de la festividad de Pesaj se lee en el templo la sección de la Torá donde ésta es mencionada, es así?
Respuesta:
La «vaca roja» (Pará Adumá) era uno de los elementos esenciales de purificación en el Templo Sagrado – en el Beit Hamikdash. Este animal es extremadamente raro. Tiene que ser completamente roja e incluso sus pelos deben ser rojos, sin excepción, y no puede haber trabajado en toda su vida. Cuando una vaca como esta era encontrada, era sacrificada en un lugar cercano al Templo, y sus cenizas, mezcladas en agua y otros ingredientes, eran usadas para purificar a las personas que se quedaron ritualmente impuras por haber tenido contacto con algún cadáver o similares. Aquella persona que era salpicada por el agua tendría que pasar por un proceso de purificación y al término del séptimo día estaba nuevamente pura.
El precepto de la «vaca roja» se encuentra en la categoría de «Jukim – decretos», o sea, las leyes que no somos capaces de entender. Existen preceptos que cumpliríamos de cualquier manera por que sean básicas de la civilización humana, u otras que no cumpliríamos solos, pero somos capaces de entender un poquito de su inmenso significado. Sin embargo, la «vaca roja» esta además de nuestra capacidad de comprensión, y a cumplimos por ser la Palabra Divina, que con certeza tiene un significado muy especial.
En la historia del pueblo judío hubo solamente nueve vacas rojas que se utilizaron para purificar al pueblo. La décima vendrá junto al Mashíaj, que esto sea pronto. Ahora bien, cuando el Gran Templo de Jerusalén estaba de pie, el pueblo traía la ofrenda de Pesaj, para lo que era requisito estar ritualmente puro. Esa es la razón por la que leemos la sección de la vaca roja en la Torá antes de Pesaj. De alguna manera, cada persona debe «purificarse» a si misma, limpiando su cabeza de ciertos pensamientos y midiendo más sus acciones. (www.es.chabad.org)
La pereza busca siempre racionalizaciones
“Y los príncipes trajeron las piedras de ónice y las piedras para los engarces del efod y el pectoral; las especias y el aceite, para iluminación y para el aceite de unción, y las especias del incienso. Todos los hombres y las mujeres impulsados por sus corazones a traer para toda la obra que Hashem había ordenado hacer por medio de Moshé, los hijos de Israel trajeron una ofrenda voluntaria para Hashem” (Shemot 35:27).
Los versículos nos dicen que los príncipes se anticiparon al resto del pueblo judío en llevar sus ofrendas para la construcción del altar. ¿Por qué fue así? Rashí explica: “Rabí Natán dijo: ‘¿Qué motivó a los príncipes a donar para la dedicación del altar antes [que el resto del pueblo] y para la construcción del Mishkán no donaron primero? Los príncipes dijeron [sobre la construcción del Mishkán]: que la comunidad done y lo que falte, lo donaremos nosotros para completarlo…’. Ya que fueron flojos [al no donar de inmediato]…’”.
Rashí explica la razón por la cual los príncipes no donaron de inmediato para la construcción del Mishkán: por pereza. Cuesta trabajo aceptar la explicación de los sabios que cita Rashí. Aparentemente no fue por pereza que los príncipes se demoraron en dar para la construcción del Mishkán, sino que fueron motivados por un deseo de completar lo necesario para su construcción. Sus intenciones fueron inmejorables, pues ellos pensaron que no se lograría juntar todo lo que se requería y ofrecieron dar todo lo que hiciera falta para así garantizar la totalidad de los materiales para el Mishkán. Siendo así, ¿por qué los sabios señalan que fue por pereza?
Rabenu Bejayá Ibn Pakuda, quien vivió en España a mediados del siglo XI, escribió un libro clásico de musar llamado “Jobot halebabot”. En su introducción, él señala que después de planear escribir ese libro, consideró dejar de hacerlo arguyendo que no poseía la capacidad intelectual ni el dominio del idioma adecuado, temiendo que el escribirlo sólo lograría exponer sus propias deficiencias. Sin embargo, se dio cuenta que quizás esas razones fueron motivadas por pereza, para no salir de su zona de confort. Afortunadamente sí lo escribió, para beneficio de innumerables lectores a lo largo de 9 siglos.
La pereza es un defecto muy peculiar. Tal como señala el Ramjal en su libro Mesilat Yesharim: “Vemos con nuestros propios ojos cómo muchas veces el ser humano puede ser muy consciente de sus obligaciones y tiene claro lo que necesita para el perfeccionamiento de su alma… sin embargo, es flojo en su servicio Divino no por falta de conciencia ni por ninguna otra razón, sino por el creciente peso de la pereza que está sobre él”1.
Pero eso no es todo: no solamente es negligente con su servicio a Dios, sino que, a diferencia de otras personas que cometen errores, el perezoso racionaliza y niega su flojera. Tomemos por ejemplo a una persona que se enfureció contra otra persona. Si uno le señala que su furia fue desmedida o inadecuada, quizás tratará de justificar su arranque de enojo diciendo que en verdad fue necesario reaccionar de esa manera para darle una lección, pero al menos reconoce que se enojó. El perezoso no es así: inmediatamente tratará de demostrar racionalmente que no fue flojo, sino que no era necesario invertir el esfuerzo requerido para llevar a cabo lo que se precisaba realizar.
Tal como el Ramjal lo señala en ese mismo capítulo: “No puede ver cómo esos argumentos y explicaciones no surgen de una análisis racional, sino de su pereza, y cuando ésta crece desvía su razón y su inteligencia a grado tal que no pone atención a los que sí poseen sabiduría y buen juicio. Sobre esto escribió el rey Shlomó: ‘Un flojo es más sabio ante sus ojos que siete sabios’ (Mishlé 26:16)”.
Los príncipes tenían buenas intenciones, pero lamentablemente fueron, tal como dicen nuestros sabios, perezosos en llevar lo necesario para la construcción del Mishkán, arguyendo que era mejor esperar para así poder completar lo que el resto del pueblo no pudo contribuir. Ellos enmendaron posteriormente su error, pero nosotros no necesariamente lo hacemos. Si ellos pecaron de flojera, con mayor razón nosotros debemos ser atentos a no postergar lo que debemos hacer, inclusive con la mejor de las razones. (www.aishlatino.com)
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