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| sábado noviembre 23, 2024

El país que Ben Gurion nunca imaginó


Tributo.Un grupo de jóvenes escoltas con antorchas llevan a cabo un homenaje a los soldados caídos en el cementerio militar del monte Herzel, el pasado martes, justo antes de las celebraciones por la independencia (Menahem Kahana / AFP)

Muy pocos de aquellos 600.000 judíos –muchos supervivientes del Holocausto nazi– que vivían en Israel el día que Ben Gurion declaró su independencia, en 1948, se imaginarían que 70 años después su país estaría situado en el undécimo lugar del índice de los países más felices del mundo.

El diplomático número uno y exmítico ministro de Exteriores Abba Eban decía que “en Israel quien no cree en milagros, no es realista”. Y el hecho es que tras la decisión de la partición el 29 de noviembre de 1947 en la ONU, en la que la comunidad internacional aprobó que el territorio controlado por el mandato británico fuera dividido en un Estado judío y otro árabe, los festejos duraron poco. Ben Gurion, que asumió que no recibía el país de sus sueños y suponía una renuncia a parte de sus planes iniciales, decidió que más valía pájaro en mano que ciento volando, y organizó las instituciones del futuro Estado. Tras la partición, Ben Gurion dijo: “Un judío nunca puede renunciar a la esperanza, pero no debe tampoco caer en un optimismo extremo”.

El mundo árabe convenció a los palestinos de que rechazaran el compromiso salomónico, alegando que el Estado judío no lograría sobrevivir ante la avalancha que se estaba gestando en los estados árabes. A pesar de la debilidad del “Yshuv” –el pre-estado de Israel–, Ben Gurion decidió la tarde del viernes 14 de mayo de 1948 declarar la independencia del Estado de Israel (un aniversario que el calendario judío sitúa hoy). El país recién creado fue atacado simultáneamente por seis ejércitos árabes, pero al final logró sobrevivir.

Un país más pequeño que Galicia tiene una renta per cápita mayor a la de muchos de la UE

Israel todavía tenía las heridas de la Shoah muy presentes: en los años 50 y 60, el programa radiofónico estrella se llamaba Departamento de Búsqueda de Parientes, que sirvió para que miles de personas se reencontraran con parientes que creían haber perdido en el exterminio nazi. Esto repercutió incluso en matrimonios, que de repente se percataron que una parte de la familia que dieron por desaparecida aún seguía con vida.

Desde entonces, Israel vive una larga guerra, con más de una decena de explosiones. Pero a pesar de todo, los israelíes, que en sus primeras décadas vivían en un Estado pionero, igualitario y muy pobre, fueron creciendo poco a poco hasta convertirse en una potencia económica, con una renta per cápita superior a la de varios estados importantes de la Unión Europea, y centro de alta tecnología y ciencia, reconocido como la start-up nation.

El pequeño país, con menos de 9 millones de habitantes y un tamaño inferior al de Galicia o equivalente al País de Gales, es considerado por algunos comentaristas militares como la primera potencia entre el mar Caspio y Gibraltar. “Algunos nos ven como una fortaleza, una especia de gueto con la mejor fuerza aérea del mundo, pero somos mucho más que eso”, afirma el catedrático Natan Latar, de la Universidad de Hertzelia. De hecho, los israelíes resucitaron un idioma que era utilizado únicamente en la liturgia, convirtiéndolo en una lengua viva, joven y moderna. “Lo conseguimos gracias a locos como Eliezer Ben-Yehuda, que obligaba a su familia a expresarse solamente en el idioma bíblico”, cuenta Latar. Y no fue fácil para los 3,2 millones de olim (inmigrantes) que abandonaron sus vidas en Europa, Oriente Medio, el Magreb, América Latina o Estados Unidos debido a las persecuciones o a su intención de vivir en el único Estado judío del mundo. El actual presidente de Israel, Reuven Rivlin, habla de “las cuatro tribus de Israel”: los seculares –la mayoría– (40%), los religiosos (15%), los ultraortodoxos o haredim (10%), y los árabes israelíes (20%).

La nación de los judíos ha vivido en guerra de forma intermitente desde su creación

Israel se encuentra anclado en un Oriente Medio que vive la mayor crisis desde los principios del islam con cerca de un millón de muertos, cinco países desaparecidos o eclipsados desde las revoluciones en el mundo árabe, decenas de millones de desempleados y nuevos grupos radicales islamistas de reciente creación como Estado Islámico y, sobre todo, con el problema palestino pendiente de resolución y 50 años de ocupación en Cisjordania. No obstante, Israel logró desarrollarse a tal punto que tiene más compañías de alta tecnología en el Nasdaq que los 28 países de la UE juntos; es el segundo país del mundo en el número de libros publicados per cápita; el que tiene más museos en proporción a su población; y el tercero –tras EE.UU. y Holanda– con más licenciados universitarios (el 25% de su fuerza laboral).

Israel se convirtió en una de las siete potencias con satélites en el espacio exterior y, según fuentes extranjeras, en una de las nueve con poder nuclear.

Recientemente, en EE.UU., el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, que podría convertirse en rey en un futuro muy cercano, alabó la economía y la capacidad del Estado de Israel, y declaró que “tiene derecho a existir”, subrayando a su vez la necesidad de crear un Estado palestino.

Israel tiene actualmente una de las monedas –el shekel– más fuertes del mundo, y su reserva de moneda extranjera no tiene precedentes. Sin embargo, en uno de los contrastes tan típicos de este joven país, un 20% de la población –más de 1,5 millones de personas, muchos de ellos niños– viven bajo el umbral de la pobreza. Se trata de la proporción más alta de la OCDE, provocada sobre todo por el hecho de que casi la mitad de los hombres ultraortodoxos y más de la mitad de las mujeres de la minoría árabe israelí no trabajan, hecho que empobrece más si cabe a estos sectores de población.

La anexión de los territorios ocupados o la división definitiva es el debate central

“La información es como el oro en el pasado. Debemos evitar crear compañías que se conviertan en Kodak o en Blockbuster, hay que imitar los modelos de Amazon, Apple o Google. No es casualidad que el único centro de investigación y desarrollo de Microsoft fuera de EE.UU. esté en Israel, porque tenemos gente muy capaz”, afirma el joven Iaron Karni, que logró desarrollar varias start-up que fueron vendidas parcialmente a Google.

No en vano Israel cuenta con 12 premios Nobel, y en total más de 200 judíos del mundo han obtenido este reconocido galardón. Abhia Itzhaki, exportavoz de la administración militar israelí, afirma que “el desafío es convertir a Israel en una Atenas basada en la tolerancia, abierta a ideas y a pueblos vecinos, y no un Estado sitiado y armado hasta los dientes al estilo de Esparta”. De hecho, el ex primer ministro hebreo Ehud Barak comparaba al Estado judío con una villa solitaria en medio de la jungla.

A sus 70 años, Israel todavía no tiene fronteras reconocidas, y a pesar de que existen distintas estadísticas, el número de judíos y de árabes entre el río Jordán y el mar Mediterráneo es casi idéntico.

Es por eso que mientras en el Likud de Netanyahu, que se mantiene en el gobierno en los últimos años, se habla abiertamente de “anexionar” partes de Cisjordania a Israel, en los partidos del espectro de centro-izquierda se reitera que la separación con los palestinos –manteniendo a la población árabe israelí– es la única forma de garantizar el carácter judío y democrático de Israel. Israelíes y palestinos intentan lograr un acuerdo, habitualmente bajo tutela estadounidense, desde hace más de un cuarto de siglo sin éxito. Albert Einstein decía que una locura es intentar otra vez algo que siempre fracasó.

Probablemente es necesario un cambio de paradigma, en el que el mundo árabe suní e Israel tienen hoy los mismos rivales en Oriente Medio –ante todo, los iraníes, que intentan lograr el liderazgo del mundo musulmán. En segundo lugar, la yihad mundial”, encabezada por el Estado Islámico y Al Qaeda, ha cambiado la geopolítica regional y el juego de alianzas. Poco antes de fallecer, el expresidente y primer ministro de Israel Shimon Peres comentó a este corresponsal que “Ben Gurion no se lo creería si conociese los vínculos que se están desarrollando entre países árabes enemigos oficialmente de Israel con el Estado que él fundó”. Muchas veces acusaron a Peres de ser optimista en exceso, pero él contestaba: “Tanto los optimistas como los pesimistas al final se mueren. Pero los optimistas viven mucho mejor”.

 

 
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