No sólo de Israel sino también de Europa y Estados Unidos, no sólo de judíos sino también de muchos que no lo son, llueven en los últimos días las condenas al Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, por el discurso que pronunció el lunes 30 de abril en Ramallah, en el marco del Consejo Nacional Palestino. Hasta el editorial de este jueves en el periódico “The New York Times” le exhorta a dimitir, tomando el discurso como prueba de su falta de criterio y de que ha llegado el momento que los palestinos tengan otro liderazgo.
Uno de los elementos que más ira despertó, fue la afirmación que los judíos fueron víctimas de matanzas “desde el siglo XI hasta el Holocausto en Alemania…no por religión sino por su rol social, relacionado a la usura, bancos y demás”. Esta es una de las peores imágenes antisemitas a lo largo de la historia.
Las aclaraciones de una de las principales figuras en la ANP, el Dr. Saeb Erekat, diciendo que “el Presidente no desmintió el Holocausto”, no tienen valor ninguno. Ya lo había desmentido, o mejor dicho relativizado, en su Doctorado, en los años 80, agregando al tema de cuántos judíos fueron o no asesinados por los nazis, la afirmación de que “los sionistas colaboraron con los nazis”. Ahora, difunde una imagen puramente antisemita. Y resulta patético que haya presentado todo como “lección de historia”, incluyendo en su discurso numerosos datos falsos, por decirlo delicadamente, que realmente daban vergüenza ajena.
El antisemitismo, lamentablemente, es bastante común en los mensajes palestinos a distintos niveles. Es muy común que en el marco de su discusión y conflicto con Israel, hablen de “los judíos” en forma despectiva, usando inclusive imágenes del Coran como aquel nefasto versículo que se refiere a los judíos como “simios y cerdos”.Y las caricaturas típicamente antisemitas, aparecen a menudo también en las redes sociales palestinas.
Es difícil concebir hoy a algún representante de Israel dialogando con el Presidente Abbas y sintiendo que tiene ante sí a un digno interlocutor. Hay líneas que no se cruzan tampoco en el marco de la legítima discusión cuando hay un conflicto. Pues recurrir al antisemitismo que demoniza a un pueblo entero –no sólo a la mayoría de la población israelí- es una de esas líneas, que algunos palestinos cruzan demasiado a menudo.
De aquí derivan las acusaciones que Israel envenena pozos de agua, que distribuye drogas entre los jóvenes palestinos y da a sus niños caramelos envenenados.
Esto va de la mano de otro mensaje peligroso, que es sumamente recurrente en la retórica palestina: los judíos no tienen un verdadero vínculo histórico con la tierra en disputa (ellos dicen Palestina, los judíos dicen la tierra de Israel).
El intento de presentarlos como un cuerpo extraño en la región árabe, como un elemento foráneo impuesto por las potencias extranjeras, es no sólo falso sino nocivo a largo plazo. Es una de las peores formas de hacer lo contrario de educar al pueblo en la necesidad de llegar a la paz con Israel.
Supongamos que en algún momento se llega a un acuerdo. ¿Por qué un palestino que oyó toda la vida a sus líderes decir que los judíos son usurpadores en la región, creerá que ese acuerdo es justo, cualesquiera sean sus términos? Y quizás estoy dando por sentado lo que en realidad debe ser aclarado: el mensaje recurrente de parte de líderes palestinos no se refiere a Cisjordania, territorio en disputa, sino al territorio soberano de Israel. Eso es presentado como “ocupación”.
Sería interesante sugerir a los palestinos que miren el mapa, que vean las líneas rectas que constituyen las fronteras entre los países árabes, y ver que fueron creaciones coloniales marcadas por las potencias.
También este lunes Abbas volvió a ese mensaje, nada nuevo por cierto. “Los judíos hablan de su nostalgia por Sion y que por eso van allí. Pero la historia dice que eso carece de fundamento”, declaró.
Combinando los dos elementos, en el discurso reciente, Abbas dijo que “los que querían un Estado judío, no eran los judíos”. Aseguró que Hitler facilitó la inmigración de judíos a Palestina al pactar con el Anglo-Palestine Bank (hoy Bank Leumí) que los judíos que se trasladen al Mandato británico podrían transferir todos sus bienes por su intermedio.
En una de las tantas reacciones de ira palestina a la decisión del Presidente Trump de reconocer a Jerusalem como lo que ya era, la capital de Israel, en un programa de la emisora oficial de la Autoridad Palestina , La Voz de la Esperanza, el conductor dijo categóricamente: “Aquellos que establecieron y apoyan el movimiento sionista crearon estas ilusiones religiosas y mentiras sobre la ciudad Santa de Jerusalem a fin de plantar la entidad cancerígena de Israel en la región árabe, como parte de su esquema colonial para controlarlo. Pero todos saben, tanto en la religión judía como la cristiana y la musulmana, que los judíos no tienen derechos a esta tierra. Esos son hechos firmes”.
¿Vergüenza ajena ya dijimos?
El problema es que estas mentiras, esta deformación de la historia avalada al máximo nivel por las propias autoridades palestinas, crean percepciones, educan a generaciones de palestinos con los que en algún momento, cabe esperar llegar a la paz.
Justamente quienes quieren-queremos- hallar la forma de volver a negociar, que pueda reanudarse un diálogo digno entre las partes para llegar a una solución, deben ser hoy los primeros en analizar con preocupación esta retórica palestina. Tergiversar la historia no la va a cambiar.
Esto nos hace acordar una corta entrevista que hicimos en noviembre del 2004, en la entrada de la Muqataa en Ramallah, mientras miles de palestinos y numerosos periodistas esperábamos que llegue de Egipto el helicóptero con el cuerpo de Yasser Arafat. Para la enorme mayoría de los palestinos, él era el único líder que habían conocido. Arafat, que para los israelíes era un terrorista con el que se intentó hablar y volvió luego al terror, era para los palestinos un ídolo. Aún recordamos a aquel jovencito palestino, alto y de ojos grandes, que nos contó había llegado de Jenin para dar el último adiós a su “rais”. ¿Y ahora qué?”, preguntamos. “¿Cómo tiene que ser quien le suceda? ¿Igual que él?”. El jovencito nos sorprendió : “¡No! En absoluto. Arafat era para la revolución. Ahora, para construir el Estado, necesitamos otra cosa”. Tenía sólo 18 años…y la cabeza bien puesta.
Casi tres lustros pasaron desde entonces. No sabemos qué fue de aquel muchacho inteligente. Imaginamos que para su pesar, también hoy, 14 años después, con Abu Mazen al frente, debe pensar: “Para construir el Estado, necesitamos otra cosa”.
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