Sever Plocker
Ynetnews
29 Febrero 2012
Un amigo me dijo que estaba sorprendido por mi apoyo a un ataque israelí contra Irán. «¿Por qué crees que lo apoyo?”, le pregunté. Me contestó que se basaba en mi reciente columna donde escribí que una guerra contra Irán es inevitable y está a la puerta.
Muy a mi pesar, otros lectores interpretaron mi columna como la expresión de un ferviente deseo personal de que se ataque las instalaciones nucleares iraníes, a pesar de no ser eso lo que yo escribí. Por ello, con la intención de aclarar mis comentarios, declaro por este medio que el propósito de mi artículo no era pedir u oponerme a un ataque contra Irán. Mi objetivo era describir las condiciones en las que una guerra entre Israel e Irán resultaría inevitable, y recordarles a mis lectores que al día de hoy la mayoría de esas condiciones, si no todas, se han cumplido.
Sin embargo, no había posibilidad aquí de un enfoque determinista. Incluso ahora sería fácil evitar lo que parece inevitable. Si el gobierno de Teherán decide abrir todas sus instalaciones nucleares, incluyendo las secretas, a los inspectores de la AIEA, y congela su programa nuclear militar, evitaría de ese modo un enfrentamiento con Israel.
La decisión de renunciar a las armas nucleares no socavará la credibilidad del régimen a los ojos de los ciudadanos iraníes. De hecho, el régimen ganará credibilidad cumpliendo sus compromisos internacionales para desarrollar capacidad nuclear únicamente con fines pacíficos.
No obstante, dada la incapacidad para cambiar la política nuclear iraní, además del deseo de Teherán de obtener rápidamente armas nucleares, tal desarrollo alcanzará pronto un límite; una vez que se atraviese, a Israel sólo le queda una opción: una operación militar de gran alcance. No porque alguien quiera que sea así, sino más bien, porque no existe otra alternativa.
En un foro internacional sobre el tema, me preguntaron si habría realmente un primer ministro israelí dispuesto a asumir la responsabilidad nacional histórica de enviar bombarderos y misiles con el objetivo de atacar el programa nuclear de Irán. Mi respuesta fue que no hay ningún primer ministro israelí que quiera asumir la terrible responsabilidad de no haber utilizado bombarderos y misiles en tales circunstancias.
En el ámbito de la diplomacia mundial se maneja cierta especie de tácita suposición acerca de que Israel será el último en pestañar. Pero no lo hará. Aquellos que dudan de la determinación de Israel perderán su apuesta. El Estado de Israel, como el hogar nacional de los judíos, ha decidido impedir que Irán posea armas nucleares. Ciertamente, sería mejor hacerlo por el camino de los argumentos, pero si no queda otra opción, se llevará a cabo mediante el uso de la fuerza.
Además del reloj de la diplomacia y la guerra secreta, hay otro en marcha sobre el escritorio del primer ministro israelí: Aquel que marca el progreso de Irán hacia la consecución de una bomba nuclear. Cuando ese reloj esté a punto de marcar la hora cero, también se preparará una operación militar. Llegado a ese punto, ningún ruego podrá detener a Israel. Habrá una guerra.
La comunidad internacional puede actuar ofreciendo numerosos planes acordes con un escenario que incluye a un Irán con capacidad nuclear militar y con el objetivo de crear un nuevo equilibrio de terror entre Teherán y Jerusalén. Todos esos planes e intenciones no son más que espacio desperdiciado en el ordenador. No tiene sentido discutir acerca de la situación de Oriente Medio en una época donde haya un Irán con capacidad militar nuclear, por la sencilla razón de que Israel no aceptará jamás las armas nucleares iraníes.
Israel sólo atacará la industria militar nuclear de Irán como último recurso – y como último recurso, Israel efectivamente habrá de proceder y realizará un bombardeo.
Sobre esta cuestión de principio, Israel no puede retroceder en ningún punto. Las concesiones y los compromisos deberán provenir, por tanto, del lado iraní.
La situación es similar al contexto que dominaba en la víspera de la primera Guerra del Golfo. El Gobierno de EE.UU y la opinión pública estadounidense comulgaron con la idea de que, si no se retiraba a Saddam Hussein de Kuwait por medio de la presión diplomática y económica, la fuerza militar estadounidense lo sacaría por la fuerza.
Mientras tanto, Saddam Hussein estaba convencido de que los estadounidenses trataban de engañarlo y de que no se atreverían a enredarse en una guerra contra un Estado árabe situado a miles de kilómetros lejos de casa. Para su desgracia, Estados Unidos sí se atrevió; dos veces.
Israel también se atreverá. O Irán demuestra que no posee armas nucleares, o pronto seremos testigos de una guerra. No hay término medio.
Fuente: Yediot Aharonot – 29.2.12
Traducción: www.israelenlinea.com
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.