En su pretendido modo churchilliano, el primer ministro le dice al mundo: el tiempo se acaba.
Chemi Shalev
06/03/2012
Ésto fue Benjamín Netanyahu, puro, sin adulterar, prueba cien por ciento: sólidamente en su elemento, ante su tipo de público, pronunciando el discurso churchilliano que se le suponía, en el papel que el destino le ha confiado.
Esto no fue Munich, porque el presidente Obama, incluso para Netanyahu, ya no es Neville Chamberlain. Y no fue el Discurso de Guerra, porque las armas están todavía en silencio. Así que éste fue el discurso «Las Luces se Apagan», transmitido desde Londres para Estados Unidos el 16 de octubre de 1938, en el que Churchill exhortó a Estados Unidos a «desterrar de nuestras vidas el temor que ya oscurece la luz del sol para cientos de millones de hombres».
Por lo tanto, ayer por la noche, en el sucinto y vehemente discurso de Netanyahu en la conferencia anual de AIPAC, no hubo palestinos, proceso de paz, fronteras de 1967 ni asentamientos para congelar. No hubo pesas en los pies, ningún obstáculo en su camino, ni jarabe de pico que el primer ministro debía pagar a un ingenuo presidente que cree que las concesiones israelíes harán la más mínima diferencia.
Por una vez, por fin, sólo estaba el enloquecido nuclear Irán, sobre el que estaba alertando, un Holocausto yuxtapuesto, con el que lo comparaba, un admirado público judío, al que le estaba predicando, y una frase final que no podría ser más clara: «Hemos esperado que la diplomacia funcione. Hemos esperado que las sanciones funcionen. Ninguno de nosotros puede darse el lujo de esperar mucho más».
Así que ésta fue la respuesta de Netanyahu a la petición del presidente Obama de darle más tiempo: no mucho tiempo. Israel no atacará ahora, pero tampoco se adhiere al calendario de Obama. Israel le dará a la comunidad internacional unos cuantos meses para lograr el tipo de avance espectacular, en el que Netanyahu dejó muy claro que no cree. Entonces «el estado judío no permitirá que, aquellos que buscan nuestra destrucción, posean los medios para lograr ese objetivo», al respecto no hay peros que valgan.
Así que si parece un pato, camina como un pato y grazna como un pato, como dijo ayer el primer ministro en otro contexto – ¿es realmente un pato? ¿Netanyahu ha cruzado el Rubicón? ¿Se ha resignado ya a la guerra, como sin duda sonaba ayer por la noche, o está todavía elevando las apuestas y aumentando la presión sobre Obama para actuar enérgica y rápidamente, a fin de evitar la conflagración que Netanyahu está amenazando con desatar?
Es necesario conocer los detalles exactos del intercambio entre Obama y Netanyahu de ayer en la Casa Blanca, especialmente en su reunión a solas, con el fin de saber las respuestas a estas preguntas, aunque ésto, por supuesto, no impidió que los analistas y los comentaristas debatieran anoche precisamente ese tema. Por su parte, Netanyahu desplegó su preocupante y creciente antipatía hacia estos «comentaristas» que no acatan la línea del partido y suelen estar en desacuerdo con sus puntos de vista, comparándolos, de alguna manera retorcida, con los funcionarios del Departamento de Guerra que se negaron a bombardear Auschwitz en 1944. En el nuevo modo de guerra de Netanyahu, tal vez, no hay más espacio para la disidencia y la crítica, una posición que comparten, sin duda, muchos de los oyentes de su público y la mayoría de sus colegas en su país.
Netanyahu no encontrará tal falta, obviamente, en los precandidatos presidenciales republicanos Romney, Santorum y Gingrich, que hoy se dirigirán a la conferencia, por videoconferencia, sin duda para discutir con Obama, dando a entender la sin precedentes y potencialmente dañina posición que, tanto Israel, en general, como el estancamiento con Irán, en particular, han tomado en esta campaña electoral. La Casa Blanca sin duda buscará y, probablemente, encontrará signos de lo que interpretan como «connivencia» entre Netanyahu y sus íntimos amigos republicanos, complicando aún más la ya compleja relación entre los dos líderes que eclipsa, no para mejor, sino para peor, la peligrosa situación a la que ambos países parecen dirigirse.
¿Obama y Netanyahu están jugando al «policía bueno, policía malo», como algunos sugieren, o sus diferencias públicas son un fiel reflejo de su permanente relación de confrontación? E incluso si lo de Netanyahu no es más que una pose, ¿no se está entrampando en sus propias palabras, haciendo que sus florituras retóricas establezcan los hechos sobre el terreno que, finalmente, podrían provocar consecuencias no deseadas? Las respuestas a estas preguntas se harán evidentes en los próximos meses, respuestas que, en todo caso, parece seguro que harán que el pronóstico de Obama de que será «difícil», parezca ser el eufemismo del año.
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
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