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| viernes noviembre 22, 2024

Caos en Afganistán


Julián Schvindlerman

Mundo Israelita – 6/4/12

Según una encuesta de finales de marzo llevada a cabo por el New York Times y CBS, siete de cada diez estadounidenses considera que las tropas de su nación no debieran permanecer en Afganistán. El dato refleja cansancio popular con la prolongada presencia norteamericana en el caótico país musulmán, y es posible que tres hechos recientes hayan tenido su impacto en la opinión pública local. El primero concierne a un video que mostraba a soldados estadounidenses orinando sobre cadáveres de supuestos talibanes abatidos.

El segundo refiere a la destrucción por fuego de libros del Corán en una base militar en las afueras de Kabul, lo que se atribuyó a un error o a una preocupación por presuntos mensajes ocultos de la insurgencia en el texto sagrado. El tercero comprende a un sargento norteamericano que súbitamente masacró a diecisiete civiles indefensos en Kandahar. Cada uno de estos hechos provocó reacciones airadas por parte de la población afgana, tensó las relaciones entre los gobiernos de ambos países y afectó el delicado diálogo entre Washington y los talibanes. En conjunto, no podían dejar de tener un impacto directo en la percepción colectiva estadounidense sobre el devenir de esta guerra.

 

Pero a ellos debe agregarse otro desarrollo que aumenta la impaciencia reinante: los ataques regulares contra fuerzas de la coalición por parte de soldados afganos.

 

Uno de tales hechos ocurrió a comienzos de año, cuando cuatro soldados franceses perdieron sus vidas y otros dieciséis resultaron heridos. Eso elevó a ochenta y dos la cantidad de personal militar francés que cayó en aquél país desde el 2001. Sólo que en este incidente, el agresor no surgió de las filas de los talibanes que han estado desde entonces agobiando con actos de guerrilla y terror a los miembros de la coalición global y a la sociedad civil afgana, sino del propio ejército nacional.

 

En los últimos cinco años, más de cuarenta ataques ocurrieron en los que el agresor pertenecía a la policía o al ejército afgano, provocando la muerte a cerca de ochenta soldados de ejércitos extranjeros apostados para garantizar la estabilidad y, paradójicamente, la seguridad de esa nación musulmana. Las tres cuartas partes de estos atentados acontecieron desde el año 2010. Preocupado por las dimensiones del problema, el gobierno tomó una decisión curiosa: instruyó al ejército a que espiara a sus propios soldados.

 

Como parte del plan, agentes del Directorado Nacional de Seguridad, el organismo de inteligencia del país, serán desplegados en varias localidades de modo de seguirles los pasos a los reclutas y familiarizarse con ellos en las bases militares mientras atraviesan las varias fases del entrenamiento castrense. Incluso monitorearán a los soldados durante sus licencias de fin de semana, pues muchos pasan sus días de descanso en zonas densamente pobladas por islámicos radicales, o viajan a regiones fronterizas con Pakistán o a la nación vecina misma (donde los talibanes también operan), y retornan con una actitud hostil hacia sus colegas en armas occidentales.

 

Tal precisamente fue el caso del asesino de los franceses: se trató de un joven afgano de veintiún años que dejó el ejército, viajó a Pakistán, regresó al ejército (soborno mediante) y acometió contra las tropas foráneas. Según algunos reportes de prensa, el ejército ya ha recopilado una lista con los nombres de los reclutas relacionados a Pakistán y oficiales han dado un ultimátum a soldados afganos cuyas familias residan en ese país: o mudarán a sus parientes a Afganistán o deberán dejar los cuarteles. “Cuando [nuestros soldados] están en Pakistán pueden ser influenciados o intimidados por el enemigo”, afirmó Sher Mohammad Karimi, Jefe del Estado Mayor Conjunto de Afganistán, “es una gran preocupación, y es algo que estamos tratando de cambiar”.

 

Purgar a células dormidas enemigas dentro del ejército no será una tarea menor, especialmente en una nación con fuertes divisiones étnicas y sectarias. Prevenir los actos violentos de individuos alienados o de ideología cambiante será más difícil todavía. Pero el esfuerzo es absolutamente necesario. Para los soldados de la OTAN, combatir a los talibanes ya es un desafío importante. Si además deberán hacerlo mirando constantemente a sus espaldas, su misión se tornará imposible.  

 
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