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| sábado noviembre 23, 2024

Por qué España no debería reconocer el estado palestino


  • Sería dar carta de naturaleza a algo que no existe, no tiene fronteras definidas, población identificable, ni ejerce su soberanía.
  • No aporta nada positivo a la resolución del conflicto y que es nociva para los propios palestinos, al premiar a su liderazgo no democrático.
  • Sólo considerarlo es una invitación perversa a que los palestinos sigan evitando las negociaciones, única vía para una solución sostenible
  • España se alinearía de facto con países no democráticos, en particular Irán, sin ningún socio importante a nuestro lado.
  • Reconocer un estado fallido sería una invitación a que otros -y evidentemente Israel- hiciesen lo propio con Cataluña.
  • España debe exigir al liderazgo palestino realismo, construir sus instituciones y acabar con la corrupción y el apoyo al terrorismo.

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Tal y como ha reconocido el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, Josep Borrell, el gobierno español está considerando el reconocimiento diplomático del estado palestino, tras ser puesto sobre la mesa de negociación de los Presupuestos Generales del Estado por Podemos.

Sería una decisión dictada por principios ideológicos en un terrero, la política exterior, que ha sido tradicionalmente el ámbito de la realpolitik: la búsqueda de la consecución de objetivos concretos, siguiendo intereses pragmáticos y en no pocas ocasiones contantes y sonantes, como se ha visto recientemente en España en la venta de bombas a Arabia Saudí que este mismo Gobierno ha acabado por autorizar.

Se trata de una iniciativa que se plantea diciéndole a la opinión pública que es un gesto solidario inocuo, por responsables políticos que creen que con ello pueden satisfacer a una parte de su electorado y, probablemente, los intereses ocultos de algunos, pero sin representar ningún coste de importancia para España o para la posibilidad de que llegue la paz entre palestinos e israelíes. La realidad es que sería una iniciativa muy perjudicial para nuestro país y, sobre todo, para los propios palestinos.

¿Tiene sentido reconocer lo que no existe?

Más allá de la opinión que nos pueda merecer la existencia futura de un estado palestino en los territorios que en teoría están bajo administración de la Autoridad Nacional Palestina, la realidad sobre el terreno es que ese estado no existe ya que no cumple ninguna de las tres características que se consideran esenciales para un reconocimiento oficial: en primer lugar no tiene unas fronteras reconocidas, a estas alturas y a la espera de un acuerdo con Israel ni siquiera hay certeza alguna sobre un aspecto tan importante como dónde estaría su capital y, en el caso de que esta fuese Jerusalén, que porción de la ciudad controlaría.

A este respecto, aunque habrá quién intente hacer pasar la famosa Línea Verde como una división fronteriza, hay que aclarar que todas las negociaciones hasta la fecha han tenido como un elemento esencial la definición final de las fronteras, incluyendo intercambios de territorios y de la población en ellos.

En segundo lugar no hay un único gobierno que pudiera ejercer completa soberanía sobre el territorio y, de hecho, en este momento lo que sería el hipotético estado palestino está dividido en dos zonas -Cisjordania o Margen Occidental por un lado y la Franja de Gaza por otro- con dos administraciones diferentes y en no pocas ocasiones violentamente enfrentadas.

Por último, ni siquiera se sabe qué población tendría ese estado: ¿serían sus ciudadanos los palestinos que actualmente viven en Cisjordania -único territorio que en realidad controla la ANP- o también los de Gaza, e incluso todos los falsos refugiados que viven en países como Líbano o Jordania?

Del mismo modo, ¿qué pasaría con los cientos de miles de judíos que hoy en día viven en Judea y Samaria o en el sector oriental de Jerusalén? ¿Se plantea aceptar los llamados a la limpieza étnica del Presidente Abbas como resultado de este reconocimiento? Es obvio que estas cuestiones son de vital importancia y España no puede dejarlas a expensas de una aclaración posterior a ese reconocimiento diplomático.

A la vista de estas consideraciones, no debe extrañarnos que pese a la intensa campaña internacional para ello, Palestina no está reconocida como tal estado por ningún foro internacional serio, y ni siquiera la ONU le haya otorgado el estatus de estado miembro. De hecho, la situación real sobre el terreno, con el poder dividido y sin negociaciones con Israel, hace pensar que aún falta mucho tiempo para que exista tan sólo la posibilidad de que se cumplan estas tres condiciones.

¿Beneficiaría a alguien el reconocimiento?

Sus partidarios aseguran que el reconocimiento diplomático de un estado que no existe es un espaldarazo a la causa palestina. Lo cierto, más allá de la opinión que pueda merecer esta causa, es que no es así.

No hay otro camino para el establecimiento de un estado palestino que un acuerdo con Israel, en el que se definan unas fronteras exactas, se establezcan unos plazos para la transferencia total de soberanía y, sobre todo, se ofrezcan unas garantías de seguridad que el Estado hebreo no puede dejar de exigir porque le va en ello su propia existencia, no en vano es atacado prácticamente cada día desde Gaza y ha sufrido las peores oleadas terroristas en un país occidental.

Así que mientras Israel y la ANP no se sienten en una mesa de negociación y definan esos puntos y todos los demás que habrá en un acuerdo de extraordinaria complejidad, es imposible pensar que hay tan siquiera una posibilidad de crear ese estado.

Por mucho que la presión diplomática internacional pueda resultar incómoda para Israel, en ningún caso le va a hacer tomar decisiones apresuradas para una cuestión que es esencial para su propia supervivencia. De hecho, esta presión diplomática es percibida como una injerencia externa inaceptable y sirve para que los gobiernos israelíes tengan en realidad más difícil convencer a su pueblo de la necesidad de un acuerdo.

Más aún, en realidad este tipo de reconocimientos aleja a la parte palestina de la mesa de negociación, mientras sirve de apoyo a la dirigencia corrupta palestina en Gaza y Cisjordania para mantener su poder antidemocrático y hacer creer a su gente que se están logrando victorias, aunque mientras tanto su vida diaria y perspectivas empeoran.

Tanto los políticos como la opinión pública palestina deben ser conscientes de que la única forma de tener un estado es negociando con Israel y aceptando los sacrificios y las renuncias que una negociación tan difícil supone siempre para ambas partes. Los donantes como España ayudarían mejor a los palestinos insistiendo en que no deben esperar apoyos a posiciones maximalistas como las del llamado “derecho al retorno” y que no condonarán la corrupción ni la financiación del terrorismo a cargo de la ayudas internacionales.

Por el contrario, anunciar que si no hay progreso en el diálogo entre las partes se reconocerá al estado palestino es un incentivo perverso que supone premiar a una parte por torpedear las negociaciones bilaterales, que son la única vía para una solución duradera.

Del otro lado, conviene recordar que Israel sí ha demostrado en numerosas ocasiones que está dispuesto a alcanzar compromisos de paz, incluso a un costo muy elevado: lo ha hecho con Egipto renunciando a miles de kilómetros cuadrados conquistados en el Sinaí, lo ha hecho con Jordania e incluso lo hizo con los propios palestinos cuando Arafat prefirió lanzar la segunda intifada a firmar la paz.

Un grave error diplomático

Aunque ya casi nadie lo recuerde, España jugó un papel importante en el inicio del proceso de paz entre israelíes y palestinos, que arrancó formalmente en una conferencia celebrada en Madrid en 1991.

Resulta evidente que nuestro país ya no tiene una presencia significativa en la escena internacional después de la nefasta política exterior de Zapatero y la inexistente de Rajoy, pero reconocer unilateralmente el estado palestino nos llevaría a una situación de absoluta irrelevancia en uno de los asuntos que sigue siendo clave en la política internacional.

Y es que, aunque a algunos esto pueda sorprenderles cegados como están por el odio a Israel, si en un conflicto entre dos partes te pones completamente del lado de una de ellas dejas de ser un interlocutor válido y, por supuesto, un posible mediador en futuras negociaciones que, como decimos, son la única solución posible al problema.

Por otro lado, si se observa el listado de los países que hasta ahora han reconocido el estado palestino es posible detectar una característica común a casi todos ellos: prácticamente ninguno puede ser admitido como una democracia importante. De hecho, los pocos que son democráticos, arrastran un reconocimiento que realizaron cuando no lo era, como es el caso, por ejemplo, de varios países pertenecientes en la actualidad a la Unión Europea y que reconocieron al estado palestino cuando estaban en la órbita de la URSS.

Por tanto, un reconocimiento en este momento nos alinearía en la escena internacional en el grupo de los países más antidemocráticos y hostiles a Occidente y, especialmente, del lado del peor enemigo de Israel: Irán. El régimen teocrático iraní no es únicamente una de las más crueles dictaduras, sino que es también el mayor patrocinador del terrorismo a nivel mundial -sólo en Oriente Medio mantiene dos organizaciones terroristas tan poderosas como Hamás y Hezbolá-  y en los últimos años el gran desestabilizador de una zona geoestratégicamente esencial, con una política expansionista que le ha llevado a involucrarse directamente en conflictos como las guerras de Siria o Yemen.

¿Política exterior para servir los oscuros intereses de un partido?

Hablando de Irán, llama poderosamente la atención que un partido político plantee el reconocimiento del estado palestino como única medida de política exterior dentro de un pacto para aprobar los presupuestos generales del Estado.

Es imposible no pensar que esa urgencia está relacionada con los vínculos de Podemos con la dictadura de los ayatolas, que viene financiando al partido o al menos a alguno de sus líderes a través de HispanTV, cadena en la que colaboran recibiendo retribuciones muy por encima de los precios de mercado.

Irán sería, sin duda alguna, el mayor beneficiado por una medida que daría munición al régimen teocrático iraní para seguir desestabilizando la zona y que sería un primer paso para sacar a España de los consensos internacionales en los que debe estar, junto a la Unión Europea, los Estados Unidos y el resto de democracias occidentales.

Los representantes de Podemos aluden a que de esta forma se daría cumplimiento a una proposición no de ley que el Congreso aprobó en noviembre de 2014 prácticamente por unanimidad en la que se instaba al Gobierno a este reconocimiento. No es cierto. Como suele ser habitual desde el partido morado, manipulan e intoxican, ya que el texto que se aprobó recogía expresamente que “este reconocimiento debe ser consecuencia de un proceso de negociación entre las partes que garantice la paz y la seguridad para ambas, el respeto a los derechos de los ciudadanos y la estabilidad regional”. Es decir, aquella proposición no de Ley pedía seguir la hoja de ruta de Oslo.

Es obvio que hoy no se dan ninguna de estas tres circunstancias exigidas.

¿Qué es Palestina hoy en día?

Recordando que estamos hablando de reconocer un estado sin fronteras, que no ejerce la soberanía y que no sabe cuáles serán sus habitantes, es evidente que estamos ante un acto de apoyo, una apuesta política por esa entidad que se estaría reconociendo.

¿Realmente merecen los territorios palestinos que alguien haga esa apuesta por ellos? Lo cierto es que muchas cosas invitan a pensar que no, como el hecho de que en realidad no estemos hablando de un protoestado sino de dos: uno en Gaza controlando por la banda terrorista Hamás y otro en Cisjordania bajo el control de la Autoridad Nacional Palestina.

Ni en un lugar ni en otro se ha celebrado elecciones desde 2006, fecha del último intento de votar un parlamento democrático. En estos doce años y medio en Israel han tenido lugar cuatro convocatorias electorales, las mismas que en España.

De hecho, no es que no se elija un parlamento homologable al de una democracia que merezca tal nombre, es que ni siquiera los palestino no han sido llamados a las urnas n para elegir a su líder desde 2005, fecha de las elecciones en las que se eligió a Abbas, que desde entonces no ha puesto su cargo a disposición del pueblo palestino. En esto hay que reconocer que sigue el ejemplo de su predecesor, Yasir Arafat, que fue elegido en unas elecciones en 1996 y se mantuvo en el cargo sin volver a convocarlas hasta su muerte a finales de 2004.

Es evidente, por tanto, que estaríamos apoyando la creación de un estado a partir de una entidad que no cumple el más básico requisito democrático.

Pero sus carencias en este sentido son aún mayores: desde la ANP se promueve el terrorismo, permitiendo la actuación de los grupos terroristas e incluso financiando con miles de dólares a las familias de los asesinos que son abatidos mientras comenten sus atentados o que son encarcelados. Nada más y nada menos que el 15% del presupuesto anual de la ANP se destina a esta partida. Un dinero, por cierto, que sale en su mayor parte de las contribuciones de países occidentales como España.

También se promueve el terrorismo en el sistema educativo, tal y como ha recordado recientemente ACOM (1), con un currículo y unos libros en los que permanentemente se ensalzan la violencia y el ‘martirio’.

Son territorios en los que no se respetan los más básicos derechos humanos, también en Cisjordania, pero especialmente en la Franja de Gaza donde Hamás ha implantado la Sharia a sangre y fuego, discriminando a las mujeres, persiguiendo a los no musulmanes y asesinando a los homosexuales, incluso cuando están en sus propias filas (2).

Ante todos estos hechos que son sólo una pequeña parte de la realidad, ¿realmente alguien puede decir que merecen que se apoyen sus reivindicaciones?

¿Y si otros reconociesen a Cataluña?

Evidentemente la situación de los territorios palestinos poco tiene que ver con el secesionismo golpista de Cataluña, pero lo cierto es que desde el punto de vista diplomático un reconocimiento apresurado del estado palestino podría equipararse a que alguna potencia extranjera reconociese a una Cataluña que proclamase su independencia (3).

España, por tanto, debería cuidarse muy mucho de regalar munición a sus enemigos y lo lógico sería mantener la política que se ha mantenido respecto a Kosovo por tres gobiernos distintos: no reconocer la independencia unilateral de un estado fallido sobre la que no ha habido un consenso internacional suficiente y hasta que las partes en conflicto lleguen a un acuerdo bilateral.

Son extraordinariamente minoritarias y están equivocadas, pero ya hay voces en Israel (4) que piden que a un hipotético reconocimiento del estado palestino lo siguiese un reconocimiento de Cataluña. Lo cierto es que esa medida sería improbable, pero es un peligro que debería valorarse muy cuidadosamente a la hora de dar un paso de esta magnitud.

En cualquier caso, sería un comportamiento miserable e imperdonable que España se comportase con esa deslealtad después de haber pedido a sus socios internacionales, y muy especialmente a Israel, que se posicionasen en contra del separatismo catalán. Y, sobre todo, después de que estos socios, y muy especialmente un Israel que emitió mensajes absolutamente contundentes (5) al respecto durante la visita de su presidente en noviembre del año pasado, hayan respondido con lealtad a la llamada de ayuda de nuestro país.

Además, por desgracia para nuestro país los problemas territoriales no se acaban en Cataluña: otras comunidades autónomas pueden sufrir reivindicaciones similares a las de los secesionistas catalanes. Y debemos también recordar la situación de Ceuta y Melilla – ¡e incluso las Islas Canarias! – sobre cuya españolidad se permiten dudar otros estados que llegan a reclamar su “descolonización”

Conclusiones

España no debería reconocer en ningún caso al estado palestino ya que este acto diplomático supondría dar carta de naturaleza a algo que en realidad no existe, no aportaría nada positivo a la resolución del conflicto sino al contrario y pondría en riesgo los intereses de nuestro país incluso en algo tan esencial como el actual desafío separatista catalán. El reconocimiento de un posible estado fallido en manos de yihadistas a unas pocas manzanas de distancia de los centros de decisión del Estado de Israel supondría una irresponsabilidad insolidaria de dimensiones históricas.

 
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