Ahed Tamimi. Muro en Belen
Según datos de UNICEF, aunque se desconoce el número exacto, se calcula que unos “300.000 niños y niñas soldados [son explotados] en alrededor de 30 conflictos en todo el mundo”. En este marco, los niños pueden ser utilizados de diversas maneras. A veces son reclutados por ejércitos regulares o por milicias locales para ser enviados al frente; otras, para que ejerzan labores de apoyo a las tropas. Y también se les utiliza como instrumentos propagandísticos.
Un interesante estudio de la radiotelevisión belga francófona acerca del empleo de menores durante la Primera Guerra Mundial explica cómo la utilización propagandística de niños, “presentados en innumerables formas (carteles, postales, medallones…)”, podía tener dos objetivos distintos. Así, se pretendía despertar el sentimiento de empatía en cualquier observador: “¡Mira lo que nos han hecho, protégenos de la barbarie teutónica!”; pero, por otro lado, la imagen de los niños se usaba para “contrastar la valentía de ciertos jóvenes, y quizás la propia cobardía del lector”.
La propaganda, advertía dicho estudio, también se dirigía a los niños, a través de publicaciones juveniles.
Cien años después de la barbarie de la Gran Guerra, se han forjado innumerables acuerdos internacionales para terminar con la explotación infantil en los conflictos armados. Mas esta siniestra práctica persiste. Y ante las imágenes de niños armados en Sudán del Sur o en la República Centroafricana que de tanto en tanto son publicadas, la opinión pública, los medios y los Gobiernos se escandalizan.
Sin embargo, esta indignación parece desvanecerse cuando el menor víctima de abuso es palestino. El último ejemplo de esta doble vara de medir y de este encono selectivo lo ha ofrecido recientemente el circo de aduladores mediáticos que se ha movido en torno a Ahed Tamimi en su visita a España.
“Una heroína palestina en el cuerpo de una niña” y “El ángel de la resistencia palestina”: son titulares que algunos de los medios más leídos ofrecieron a sus audiencias. En cuanto a los artículos, aunque llamativamente dedicaban un espacio para hablar de su pelo (rubio), “largo, frondoso y rizado”, no encontraban un solo hueco para mencionar su delito.
Porque la mayoría de medios de comunicación contaron una verdad a medias: Ahed Tamimi no fue a la cárcel sólo por abofetear a un soldado (cabe preguntarse también cuál es la pena en cualquier país por agredir a un militar de servicio), sino por su incitación a la violencia, que incluía llamamientos a la comisión de ataques terroristas. En palabras del “ángel” mediático: “Con apuñalamientos u operaciones de martirio, o arrojando piedras, todos deben hacer su parte”.
No era muy difícil encontrar estas declaraciones, ya que aparecen en el mismo video de propaganda en el que se la ve abofeteando al soldado, y que fue filmado por su propia madre.
Porque esto no una ocurrencia de la “heroína palestina”, un emprendimiento propio. No. La familia Tamimi es famosa por organizar confrontaciones con los soldados israelíes para que la prensa internacional se haga eco de ello. Son acontecimientos no espontáneos; es decir, noticias prefabricadas o, utilizando la expresión de Daniel Boorstin, pseudoacontecimientos. Con este propósito, el jefe del clan, el padre de “la pequeña Pasionaria de los territorios ocupados” (sí, también llegó a ser denominada así) explicó en un documental: “La comunidad de Nabi Saleh pensó desde un principio que la participación de niños en las actividades del movimiento nacional es crucial”.
Los Tamimi, además, son muy activos en redes sociales promoviendo libelos antisemitas, alabando terroristas y haciendo apología del asesinato de israelíes. Entre sus destacados y mediáticamente silenciados miembros figura Ahlam Tamimi, ideóloga y facilitadora del atentado con bomba en la pizzería Sbarro de Jerusalén, en 2001 (15 asesinados, entre ellos 7 niños). No es la única Tamimi con delitos de sangre, y si bien los crímenes de los familiares no son responsabilidad directa de Ahed, la implicación directa de su familia en el terrorismo debería al menos haber invitado a los periodistas a plantearse qué estaban promoviendo con tanta alabanza y admiración.
La utilización de niños en el conflicto con los israelíes es parte de una estrategia cuidadosamente elaborada por los líderes palestinos, que los educan en el odio (al punto de que la Unión Europea debate ahora mismo congelar las ayudas económicas hasta que los libros de texto palestinos no cambien), ante la complicidad silenciosa de los periodistas que sólo compran imágenes de confrontación descontextualizadas. Un odio que no espera a la mayoría de edad para pasar a la acción: los menores, los niños, también matan. Fue un menor quien asesinó a Dafna Meir apuñalándola frente a tres de sus hijos. Como lo es el joven de 16 años que recientemente asesinó a Ari Fuld…
El director del Accountability Program de la ONG Defence for Children International – Palestine(DCI-P), a la que ciertamente no puede acusarse de proisraelí, explicaba en una entrevista el 11 de octubre de 2017 en la televisión oficial de la Autoridad Palestina que los menores palestinos cometen ataques terroristas, y que lo hacen no necesariamente porque quieran atacar a los israelíes, sino para aumentar o conservar su estatus en la sociedad palestina. Así pues, se trata del prestigio de Ahed Tamimi, por ejemplo. O el de su tía.
Esto es lo que el Real Madrid, alentado por los silencios cómplices de una mayoría mediática, decidió premiar. No lo olvidemos cuando veamos a Ahed Tamimi convertida en ícono alla Che Guevara y con su radical chic ocupando rendidas portadas. Porque el empleo de niños en conflictos, en confrontaciones, parece no escandalizar a nadie cuando la causa mola, cuando el fin que se pretende es, como mínimo, tolerado. La propaganda elaborada por la familia Tamimi está destinada a seguir promoviendo el empleo de niños para la desaparición del único Estado judío (objetivo reconocido por la propia familia).
Ya saben, el fin justifica los medios. Y ciertos medios justifican los fines de los líderes palestinos…
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