La última cifra oficial de víctimas sufridas por Israel en su largo conflicto se dio a conocer hace pocos meses, a las puertas del Yom Hazikarom, el día en recuerdo de los caídos: un total de 23.645 personas asesinadas, incluyendo 122 extranjeros muertos en ataques terroristas en Israel, y 100 israelíes asesinados en el extranjero. El número de heridos se cuenta por centenares de miles. Sólo por acciones terroristas durante la segunda intifada, desde el 2000 al 2005, murieron 1.194 ciudadanos i más de 7.000 fueron heridos. Pero como acostumbra a ocurrir con este conflicto, la cifra se convierte en obsoleta cada día, y meses después de la estadística oficial, el número de víctimas ha arreciado.
Las dos últimas, el pasado nueve de octubre: Ziv Hajbi, de 35 años, y Kim Yehezkel-Levengrond, de 29, ambos casados con hijos. Murieron bajo las balas de Ashraf Walid Saliman Neloah, un palestino de 23 años que dejó una carta de inmolación antes del ataque. Y van sumando.
En este punto, seguro que habrá lectores que fruncirán el ceño, primero porque el balance de víctimas en el lado palestino también es abultado, y segundo porque no se trata de hacer comparativas macabras.
Demasiadas víctimas, demasiados huérfanos, demasiado dolor en ambos lados. Y, sin embargo, me parece necesario plantearlo porque a pesar del horror de tantos miles de muertos, las víctimas israelíes nunca existen y, por supuesto, no existe el terrorismo palestino. Uno de los aspectos más lamentables del tratamiento informativo dado al conflicto árabe-israelí es el blanqueamiento absoluto del terrorismo palestino, la negación del radicalismo yihadista que interactúa, los intereses geopolíticos de los países vecinos y, con todo, la invisibilidad total de las víctimas israelíes, que, o no existen, o son tratadas como victimarias. En muchas redacciones de periódicos internacionales está literalmente prohibida la expresión “terrorismo palestino”, aunque el tipo haya masacrado a veinte personas en un café. Siempre se inmolan, nunca asesinan; siempre son milicianos y resistentes, nunca terroristas.
Y en ese proceso de negación de la realidad, nunca se explican las circunstancias previas que acaban con alguna intervención militar. Por ejemplo, las decenas de misiles que caen en las poblaciones israelíes del sur, o las acciones con cometas incendiarios que se producen a diario. Todo ello desaparecido de la información del conflicto, tratado siempre de forma maniquea. La cuestión es si esta perversión del periodismo a favor de la propaganda sirve a la causa palestina, y la respuesta es rotunda: en absoluto.
Demonizar a Israel, negar su dolor, blanquear al terrorismo, minimizar el radicalismo islamista que ha secuestrado el relato palestino e ignorar la intervención bélica de los países de la zona sólo sirve para convertir el conflicto en eterno. No ayuda a la paz. Ayuda a perpetuar la guerra
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