Imagen: Incendios en Israel provocados por las cometas
A pesar de que el conflicto entre Israel y Palestina –es decir, el conflicto entre Israel y los diversos países islámicos que quieren destruirlo-, es muy recurrente en la prensa internacional, no deja de sorprenderme el tozudo sesgo con que se presenta. Abunda la propaganda, sobre la información, el maniqueísmo substituye al análisis complejo y la parcialidad, en la mayoría de casos, se carga alegremente el código deontológico del periodismo. Más que informar, sobre Israel se hilvanan consignas y prejuicios, y aquello que quiebra el relato establecido, sencillamente desaparece. El problema es que, como no se explican los acontecimientos previos que ponen al rojo vivo la situación, cuando ésta estalla en su peor forma, el malo siempre es Israel. Como si sus acciones nunca fueran de defensa, sino de simple agresión.
Es el caso, por ejemplo, de la permanente caída de misiles, proveniente de Gaza, en las poblaciones del sur, que, si no consiguen víctimas diarias, es por el avanzado sistema de defensa del estado hebreo. Pero el pánico en las familias que deben salvar a sus hijos en poco más de un minuto, desde que suena la sirena hasta la llegada al refugio, es la realidad cotidiana de los israelíes que viven en la zona. El aumento de misiles viene parejo a la nueva forma de terrorismo ecológico que fomenta Hamás entre sus jóvenes y niños, y cuyo único ánimo es la destrucción. Se trata de cometas con fuego que envían a los bosques que Israel ha plantado en las zonas más desérticas y que, lentamente, van cambiando el microclima del país. Durante décadas, y gracias a la labor de la organización ecológica Keren Kayemet, en Israel se han desecado pantanos, se han abierto reservorios de agua y se han plantado miles de millones de árboles, hasta el punto de ser el único estado de todo Medio Oriente donde hay más árboles en el siglo XXI de los que había en el siglo XIX. Lejos de aprovechar ese espectacular avance ecológico, las organizaciones palestinas destruyen todo lo que Israel hace a favor del progreso, a pesar de ser directamente beneficiarios. Es lo que pasó cuando Israel se retiró de Gaza y dejó invernaderos y todo tipo de estructuras modernas. Lejos de aprovecharse de ello, Hamás arrasó todas las construcciones que habrían podido usar para la mejora de los propios palestinos.
Ahora queman los bosques de Israel y lo peor es que usan a los niños para enviar sus cometas incendiarias. En una charla con adolescentes judíos de México, un joven me preguntó dónde estaba la salida, y la respuesta es tan compleja como el conflicto. Pero algo está desgraciadamente claro: mientras Israel es una identidad que construye, el relato palestino se basa sistemáticamente en la destrucción. No se reafirma en el amor a su pueblo, al que usa y pervierte violentamente, sino en el odio al pueblo judío, y en esa cultura de odio solo hay presente trágico, nunca futuro.
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