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| martes diciembre 24, 2024

JAIE SARA 5779


Sara fallece a la edad de 127 años y es enterrada en la Cueva de Majpelá en Jevrón, la cual Avraham adquiere de Efrón el Jití por 400 shekels de plata.

El sirviente de Avraham, Eliezer, es enviado, cargado de regalos, a Jarán, para buscar una esposa para Itzjak. En el pozo de agua del pueblo, Eliezer pide una señal a Di-s: cuando las doncellas vienen al pozo, él pedirá agua para beber; la mujer que ofrezca darle de beber a sus camellos también, será la mujer destinada para el hijo de su maestro.

Rivka, la hija del sobrino de Avraham, Betuel, aparece en el pozo y pasa «la prueba». Eliezer es invitado a su casa, donde repite la historia de los eventos del día. Rivka retorna con Eliezer a la tierra de Canaan, donde encuentran a Itzjak rezando en el campo. Itzjak se casa con Rivka, la ama, y es confortado por la pérdida de su madre.

Avraham toma una nueva esposa, Keturá (Hagar) y tiene seis hijos más, pero Itzjak es designado como su único heredero. Avraham muere a los 175 años y es enterrado al lado de Sara, por sus dos hijos mayores, Ishmael e Itzjak.

 

AÑOS DE VIDA

“Fue la vida de Sará cien años y veinte años y siete años, años de vida de Sará…” (Génesis 23:1)

“Junto a cada cifra aparece la palabra años para decir que cada una de ellas representa una edad y tiene su propio significado…” (Rashi, Ibíd.)

Cuenta la historia que un hombre llegó de visita a un pequeño y pintoresco pueblito. Allí un guía le fue mostrando las atracciones lugareñas. Entre estas se encontraba el cementerio, que exhibía unos monumentos funerarios de extraña belleza. Mientras caminaban entre las tumbas el hombre sentía que un asombro creciente lo iba invadiendo. No era para menos, al leer las inscripciones de la mayoría de las tumbas veía que en estas decía: “… murió a los cinco años…”; “… murió a los siete años…”, y así sucesivamente.

Cuando salieron del cementerio el hombre no pudo reprimir la curiosidad.

“¿Por qué es tan alto el nivel de mortalidad infantil en este pueblo?” Preguntó.

“¿Por qué lo dice?” Interrogó asombrado el guía.

“Estuve viendo las edades que figuran en las tumbas, y la mayoría son niños”.

“No es así” dijo el otro con una sonrisa. “En realidad acá el promedio de vida es muy alto, lo que ocurre es que cuando alguien fallece, según una antigua costumbre, en vez de poner la edad cronológica, hacemos el cálculo en años de logros de esta persona, pues no es lo mismo el tiempo que se puede pasar comiendo, durmiendo o simplemente dedicándose al ocio que el tiempo que uno dedica a hacer cosas positivas.

Nuestra Madre Sará vivió cien años y veinte años y siete años, cada uno de los días de estos 127 años fue un día de logros, de superación, de servicio al Creador, un día vivido con plenitud hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo. O sea que en ella el tiempo físico y el tiempo espiritual fueron uno y lo mismo.

También nosotros debemos procurar vivir nuestros años con plenitud, como nuestra madre Sará, consagrando cada instante a elevarnos y elevar nuestro entorno, pues esa es la misión para la que hemos venido a este mundo: perfeccionarlo a través de nuestros actos para crear en él una “Morada para Di-s en la Tierra”.

El Shidaj más raro

Por Naftali Silberberg

 

Imaginen al hijo de un santo Rebe casándose con la hija de un renombrado ateo directamente salida de una comuna socialista. Un poco alejado de la realidad, ¿no?

La porción semanal de la Torá de esta semana habla sobre un shiduj, una unión, muy parecido. Leemos la historia del casamiento de Isaac y Rebeca –el primer casamiento judío–. El shadchan, casamentero, que predijo esta unión, ciertamente, tenía mucha imaginación. Es difícil encontrar dos personas que provengan de orígenes tan distintos.

Por un lado, estaba Isaac, el primer judío que era “santo desde su nacimiento”, nacido de padres justos e iniciado en el pacto con Di-s cuando tenía ocho días de vida. Fue criado en un hogar de santidad y pureza, y consagrado para Di-s al ser “ofrendado” por su padre en el Monte Moriah. De hecho, él era tan santo que se le prohibió cruzar los límites de la Tierra de Israel.

Rebeca, por otro lado, era una “rosa entre espinas”. Era la hija del pagano Betuel y hermana de Laban, quien era conocido por su carácter deshonrado y sus hábitos engañosos. Ella fue criada en Jaran que, debido a la corrupción de sus habitantes, fue apodada “el lugar de la ira de Di-s”. El choque cultural habrá sido enorme.

Eliezer, el sirviente de Abraham, fue el encargado de la misión de sacar a Rebeca del hogar de su padre y de llevarla hacia la tierra de Canaan para entregársela a Isaac. La mayor parte de la porción de esta semana está abocada a contar la historia de la misión de Eliezer con gran detalle.

Podemos unir Marte con Venus

El primer casamiento Judío –y su inherente extrañeza– está detalladamente descripto en la Torá porque es una metáfora de nuestra misión en la vida. Todos somos Eliezers. Y nuestra misión es lograr uniones aún más extrañas que la que él consiguió.

Somos enviados a este mundo para unir en santo matrimonio al novio eminente, Di-s Todopoderoso, y a la novia reacia. Aparentemente, no habría opuestos más grandes: Di-s irradia, entrega y es espiritualidad, mientras que el mundo exuda egoísmo y la primacía del materialismo. Sin embargo, se espera de nosotros que unamos las dos partes en perfecta armonía y que vivamos vidas espiritualmente elevadas en este contexto hostil. De esta manera, revelando lo más verdadero que se encuentra enterrado en la naturaleza, la esencia de Di-s. Podemos insuflar cada acto, incluso los más mundanos, con espiritualidad y contenido; podemos unir a Marte y a Venus.

El judío es el casamentero ideal porque él también es la yuxtaposición de dos opuestos –el cuerpo físico con sus deseos y necesidades y su alma divina con amor profundo por su Creador–. El judío que logra sintetizar estas dos partes de su psiquis al reconocer el sentido del cuerpo –una aeronave que, cuando está correctamente acondicionada, puede llevar a su piloto, el alma, a alturas indescriptibles– está perfectamente preparado para crear esa misma fusión entre el cuerpo del mundo y su alma divina.

El Midrash cuenta que Di-s nos desposó en el Monte Sinaí, y la fecha del casamiento se acerca rápidamente; está agendada para cuando venga el Mashiaj. El esfuerzo colectivo de todos los casamenteros a lo largo de las generaciones, finalmente, dará sus frutos –cuando todos nos regocijemos en el casamiento más grande de toda la historia, que se celebrará con mucha pompa en el Santo Templo de Jerusalem. (www.es.chabad.org)

 

 
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