Jeff Jacoby
Aishlatino.com
«¿Dónde estaba Dios en esos días?», preguntó el Papa Benedicto XVI mientras visitaba Auschwitz. «¿Por qué permaneció en silencio? ¿Cómo pudo permitir esta masacre, este triunfo del mal?
Es la pregunta inevitable en Auschwitz, la gran fábrica de muerte en la que los nazis torturaron, privaron de comida, fusilaron y asfixiaron con gas hasta la muerte a nada más y nada menos que un millón y medio de seres humanos inocentes, la mayoría de ellos judíos. «En un lugar como este, las palabras no alcanzan», dijo Benedicto. «Al final, sólo puede haber un espantoso silencio, un silencio que es en sí mismo un llanto a Dios de todo corazón: ¿Por qué, Dios, permaneciste en silencio?».
Los reportes de las noticias enfatizan la pregunta del Papa. Todo reportaje notó que el hombre que lo dijo era, como él mismo lo dijo, «un hijo de personas alemanas». Nadie obvió la importancia histórica de un Papa alemán, en su peregrinaje a Polonia, implorando a Dios por respuestas en la casa de matanzas en donde hace solamente 60 años los alemanes rompieron todos los récords para el derrame de sangre judía.
Y todavía algunos comentaristas acusaron a Benedicto de eludir el tema del antisemitismo. El director nacional de la Liga Anti Difamación dijo que el Papa «no dijo ni una palabra sobre el antisemitismo; ni un reconocimiento explícito de las vidas judías extinguidas solamente por ser judías». Asimismo, el Reporte Católico Nacional reportó que el Papa «no hizo ninguna referencia al antisemitismo moderno».
En verdad, el Papa no sólo reconoció la realidad del odio hacia los judíos, sino que también explicó la patología que yace en él. Los antisemitas están motivados por la hostilidad no sólo hacia los judíos, dijo, sino en contra del mensaje de la ética divina que ellos trajeron al mundo.
«En el fondo, estos despiadados criminales» -él se refería a Hitler y a sus seguidores- «al eliminar a este pueblo, querían matar al Dios que llamó a Abraham, al Dios que habló en Sinai y estableció principios para que fueran una guía para la humanidad, principios que son eternamente válidos. Si este pueblo, a través de su intrínseca existencia, era testigo de que Dios le habló a la humanidad y nos acercó a Él, entonces aquel Dios debía morir y el poder tenía que quedar sólo en manos de los hombres -de los hombres que pensaban que a través de la fuerza podían apropiarse del mundo.
El objetivo final de los nazis, sostuvo Benedicto, era arrancar la moralidad cristiana desde las raíces judías, reemplazándola con «una fe de su propia invención: la fe en el gobierno del hombre, el gobierno del poderoso». Hitler sabía que su deseo por el poder sólo podría triunfar si primero destruía los valores judeocristianos. En el Imperio (Reich) de Mil Años, Dios y su código moral serían eliminados. El hombre, sin las restricciones de la consciencia, reinaría en su lugar. Es la más vieja de las tentaciones, y Auschwitz es lo que conducía a eso.
«¿En dónde estaba Dios en esos días?», preguntó el Papa. ¿Cómo pudo un Creador justo y amoroso permitir que trenes y trenes llegaran llenos de seres humanos listos para ser asesinados en Auschwitz? ¿Pero por qué preguntar esta pregunta sólo en Auschwitz? ¿En dónde -después de todo- estaba Dios en los Gulags? ¿En dónde estaba Dios cuando el Khmer Rouge mató a 1,7 millones de camboyanos? ¿En dónde estaba Dios durante el holocausto armenio? ¿En dónde estaba Dios en Ruanda? ¿En dónde estaba Dios en Darfur?
De hecho, ¿en dónde está Dios cuando una sola víctima inocente está siendo asesinada, violada o abusada?
La respuesta, aunque el papa no lo dijo tan claramente, es que un mundo en el que Dios siempre interviene para evitar la crueldad y la violencia sería un mundo sin libertad –y la vida sin libertad no tendría sentido. Dios dota a los seres humanos con el poder para elegir entre el bien y el mal. Algunos eligen ayudar a su vecino; otros eligen herirlo. Estaban esos nazis en Europa que llevaron a los judíos en manadas hacia las cámaras de gas. Y estuvieron aquellos que arriesgaron sus vidas para esconder a los judíos de las garras de la Gestapo.
El Dios que «habló en Sinai» no se estaba dirigiendo a ángeles o robots, quienes no podrían hacer el mal aunque lo quisieran. Él le estaba hablando a gente real, con decisiones reales que tomar, y consecuencias reales que provienen de esas decisiones. Auschwitz no fue culpa de Dios. Él no construyó el lugar. Y sólo transformando a los «seres con libertad moral» que lo construyeron en «marionetas», podría haber evitado que cometan sus crímenes horrendos.
No fue Dios quien falló durante el holocausto, o en los Gulags, o en el 11/9, o en Bosnia. No es Dios quien falla cuando los seres humanos hacen cosas barbáricas. Auschwitz no es lo que pasa cuando el Dios que dice “No matarás” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” está en silencio. Es lo que pasa cuando los hombres y las mujeres se rehúsan a escuchar.
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