En el núcleo de lo que constituye el ancestral enfrentamiento entre Israel y el mundo árabe subyacen dos debilidades: la de Israel es la compasión, la preocupación por el vecino, al que aún siendo enemigo se le concede no obstante electricidad y agua cuando no trabajo en Judea y Samaria. No es que la compasión en sí sea un inconveniente, todo lo contrario, resulta una admirable virtud que el poderoso puede mostrar al débil, un gesto magnánimo que honra a quien lo practica. Algún grado de misericordia necesitamos todos si acaso queremos que la mera amargura del vivir no nos ahogue. La debilidad del mundo árabe, por su parte, no importa si chiíta o sunnita, es el honor, el orgullo. Se sienten permanentemente ofendidos y, como sabemos, si alguien quiere hacerse cristiano en su medio lo amenaza la muerte, ya que en el Islam experimentan ese abandono de lo propio como una ofensa, un insulto. Cualquier mujer puede caer en el deshonor con sólo confesar que no ama al hombre que le han destinado. La lista de faltas o problemas que llevan al deshonor es infinita, se parapeta por un lado en el falso orgullo y por el otro en la creencia de que ellos son los mejores y todos les es debido. Así, entonces, que es una pena que el resto del mundo no se dé cuenta de ello. Pero no importa: el día en que sean islamizados por la fuerza se acabará el asunto.
Los judíos hemos pasado muchos siglos siendo deshonrados constantemente por el mero hecho de perseverar en nuestras costumbres, de manera que el honor no es algo que los demás nos deben. En todo caso respeto. Desconfiamos tanto del elogio como de la simpatía excesiva, lo que no impide que nos guste ayudar, es decir compadecernos de los que carecen de bienes o conocimiento. La labor didáctica de Israel fuera de sus fronteras es lo bastante conocida como para no comentarla aquí. Constituye o forma parte integral de esa tendencia a la compasión nacida del hecho de haber experimentado el tremendo dolor que nos han causado quienes no fueron compasivos con nosotros. El tikún o reparación moral es para los judíos no sólo un deber sino la constatación de que partimos de una herida, de un quiebro. Shvirat ha-kelim, los vasos están rotos entre nación y nación, entre hombre y hombre o mujer y mujer, de modo que hay que hacer una reparación. No creemos que el remedio consista en que los demás nos imiten, en tanto que los fieles del Islam ansían fervorosa y hasta despiadadamente que todos sean súbditos de Alá. No hay alteridad posible, el honor es un solo. El mío y el de los míos.
Esas dos debilidades seguirán existiendo, quien sabe hasta cuando. Tal vez sean defectos culturales, puntos débiles de la educación y la conducta . En el esquema del Arbol de la Vida de la Kábala, empero, un exceso de jésed o compasión, misericordia, se corrige apretando las clavijas del rigor de gueburá, el valor y la fuerza. Ojalá exista, más allá de la debilidad de nuestros enemigos, un poco más de buen humor que prurito por el honor, para no ofenderse por el más leve rasguño, islamofóbico o no. Tener la espada siempre blandida cansa mucho más que el brazo. Como reza nuestra amada Torá, lo be-cóaj ela be-rúaj. No por la fuerza sino por el espíritu, no por la coacción llegaremos al entendimiento
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