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| lunes diciembre 23, 2024

Roger Waters y su camuflado concierto racista

Toda Mamertolandia se fue al Campín, de Bogotá, a aplaudir a un grotesco cantante antisemita creyendo, casi todos, que estaban ante una personalidad “progresista”


Foto: Brennan Schnell

La izquierda más bruta de América Latina estaba feliz, este 21 de noviembre, tragando los infames mensajes subliminales de un guitarrista de rock y creyendo que la cosa era una celebración de la música, un concierto normal. Uno de los embobados por ese patético evento fue Iván Gallo, quien escribió una nota exaltada en Las2orillas que se titulaba 30 000 colombianos nos drogamos anoche frente a Duque. ¿Frente a quién? ¿El presidente colombiano era el prodigioso cantante? No. Gallo ha debido escribir (¿Pero le dio miedo?) frente a Roger Waters, el hombre que los había llevado de la nariz a pagar una carísima boleta para asistir a ese espectáculo de odio.

De odio, sí. Así no les guste a algunos. Pues de eso se trata. Roger Waters (75 años), exlíder de Pink Floyd, está dedicado desde hace años a atrapar jóvenes melómanos para promover el boicot cultural contra Israel con el pretexto de defender la causa palestina. Sus gesticulaciones sonoras son amalgamadas con mensajes del más artero antisemitismo. Los voceros de la comunidad judía en muchos países dicen que el lenguaje de Waters no es meramente antisionista sino que va más allá y desemboca en el antisemitismo. No olvidan que el guitarrista difunde descaradamente el mensaje  que Israel es como la Alemania nazi y como el régimen de apartheid que había en Sudáfrica.

El 2013, Shmuley Boteach, un rabino estadounidense, cuestionó la campaña de Roger Waters diciéndole en el New York Observer: “Los nazis fueron un régimen genocida que asesinó a seis millones de judíos. Que usted tenga la audacia de comparar a los judíos con los monstruos que los asesinaron, demuestra que usted no tiene decencia, ni corazón, ni alma”.  Los conciertos de Waters financian en parte el movimiento BDS (boicotear, desinvertir y sancionar a Israel) declarado ilegal por varias jurisdicciones europeas.

Desde 2013, Waters hace pasar sobre sus espectáculos un globo con forma de cerdo rosado, decorado con los símbolos del judaísmo (como la estrella de David). En otros conciertos hace aparecer esa misma imagen en el enorme telón de fondo, donde aparecen también incitaciones a la violencia y al consumo de drogas.

En el concierto de antier, en Bogotá, apareció el cerdo gigante de plástico sobre el público, “mientras que Waters cantaba Big man, pig man, acompañado por las voces de la mayoría de los asistentes”, según la descripción que hizo RCN. El Tiempo dijo por su parte que el guitarrista se puso una máscara de cerdo y que enseguida tomó un cartel que decía: “los cerdos dominan al mundo”. Después exhibió otro que decía “que se jodan los cerdos”.

La aparición del cerdo como símbolo en esos conciertos no es inocente. El Centro Simon Wiesenthal explica que el antisemitismo medieval utilizaba la imagen del cerdo para humillar y deshumanizar a los judíos y que Waters “utiliza la técnica del siglo 21 para difundir el odio antisemita”.

Cuando Waters rebuzna, como hizo en Bogotá, que “los cerdos dominan al mundo”, él está acudiendo a uno de los elementos de lenguaje más detestables de la propaganda antisemita palestina e islamista: “los judíos dominan al mundo”. Waters muere de rabia contra el presidente Trump por haber reconocido a Jerusalén como capital de Israel, pero cuando él habla de “cerdos” se refiere sobre todo al pueblo judío y a Israel.

¿Los organizadores del concierto en Bogotá sabían eso? ¿La alcaldía de Peñalosa sabía que los conciertos de Roger Waters están impregnados de racismo? No lo sé. En cambio, no es difícil deducir que los jefes de la extrema izquierda local sí sabían eso pero que, al compartir los propósitos y reflejos de Waters, concluyeron que ese concierto sería una excelente ocasión para fanatizar aún más a los jóvenes y llevarlos a servir de carne de cañón en la asonada que preparan para el próximo 28 de noviembre.

“En el lugar a donde fui, una de las boletas más baratas, estaba lleno de universitarios. Rebeldes, mechilargos, guerreros”, cuenta Iván Gallo. El detalla que en el receso aparecieron en la pantalla “consignas políticas”.  Tímidamente RCN interpretó eso así: “Waters realizó una pausa de 20 minutos en el concierto, momento en el que fueron difundidos por las pantallas mensajes en los que invitó a los colombianos a ‘resistir’ y criticó a varios líderes políticos como el presidente Trump, el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro y la excandidata presidencial francesa Marine Le Pen.”

Gallo lamentó que el “gran músico inglés” no haya tenido “espacio para atacar a Uribe” y al presidente Duque, contra quienes se despachó con una serie de insultos. Pero Gallo, quien describe a Colombia como “un país sin derecho a la educación pública y a la salud” y como un país con “la peor de las adicciones: la sed de sangre” (¿un guiño a las angelicales FARC?), se consoló con esto: la máscara de cerdo “fue adoptada por la gente como una excusa” para gritar contra Iván Duque.

Obviamente, Roger Waters no se privó de echarle a ese público su habitual sermón anticapitalista, lleno de obviedades, como “la educación es para todos” y con una invitación a acabar con la educación privada: “los préstamos estudiantiles significan una vida de esclavitud eterna”.  ¿Qué puede saber y qué  puede interesarle al multimillonario guitarrista la educación en Colombia? ¿A cuántos muchachos Waters les financia becas para que puedan estudiar? A nadie. ¿Quién puede creer en la sinceridad de tales consignas? Por eso resulta aberrante que un diario como El Tiempo diga que Waters con su concierto “apoyó las luchas por la educación en Colombia”.

En su nueva gira por Latinoamérica para impulsar el boicot contra Israel, Roger Waters eructó en Bogotá sus anatemas de siempre, mezclándolos con diatribas contra las personalidades políticas colombianas y extranjeras que no piensan como él. El guitarrista adopta la pose de un luchador contra “la arremetida mundial del fascismo”, como dice Gallo. Pero si el “fascismo” que “arremete” es Israel y los jefes gobierno elegidos democráticamente y respetuosos del Estado de derecho, como Theresa May, Donald Trump, Benjamín Netanyahu, Jair Bolsonaro e Iván Duque, ¿de qué estamos hablando?, ¿quién está jugando con la verdad?

El poder que ejerce ese personaje en Latinoamérica es lamentable. El gran Gilberto Gil, por ejemplo, ex ministro de Cultura de Brasil de 2003 a 2008, anuló en mayo pasado un concierto que tenía en Israel por pedido de Waters. Empero, Gil había resistido a las órdenes del inglés en 2015 cuando realizó, contra viento y marea, un concierto en Tel Aviv con su compatriota Caetano Veloso.

Si las autoridades de Colombia no se actualizan un poco y hacen un esfuerzo para saber que hay una batalla cultural sin cuartel contra el mundo libre seguirán haciendo el papel de idiotas útiles frente a quienes buscan el caos y la destrucción de la civilización.

 

 
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