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| miércoles noviembre 27, 2024

De la insolidaridad de 1939 a la demonización del siglo XXI


 

JAI – El pasado mes de mayo se recordó en varias partes del mundo los 90 años del terrible viaje de 900 judíos en el buque St. Louis en 1939, que escapando de la Alemania nazi llegaron a Cuba y las puertas se les cerraron, no sólo en Cuba, sino también Estados Unidos y en cualquier país latinoamericano donde el Joint pedía que los dejaran entrar.

Algunos, muy pocos, pudieron quedarse pero el 97% tuvo que volver a Europa donde los aceptaron varios países, pero que después, al poco tiempo fueron invadidos por los nazis. Casi la mitad de los pasajeros del St. Louis fueron asesinados durante la Shoá.

Ya hemos mencionado esta tragedia este año a través de estas columnas semanales.
Lo que no hemos mencionado, porque en general se conoce poco, y el St. Louis fue un ejemplo enorme de insolidaridad, brutalidad y desprecio, es que casi al mismo tiempo, hubo tres buques más que intentaron vencer las barreras de esa insolidaridad.

En el mismo mes de mayo de 1939,los barcos Orduña, Flandre, y Orinoco también llegaron a Cuba con refugiados judíos que escapaban del nazismo.
El 27 de mayo de 1939, el Orduña, de la Compañía British Pacific, llegó a La Habana, con 120 pasajeros judíos de Austria, Checoeslovaquia y Alemania.

Las autoridades cubanas autorizaron a 48 pasajeros a bajar y rechazaron 72.El 29 de mayo, el barco zarpó hacia América del Sur (porque Cuba no lo dejaba quedarse en puerto) sin certeza alguna y dos días después los pasajeros pidieron a Estados Unidos que los dejaran entrar ya que 67 de los 72 tenían los permisos de inmigración requeridos entonces por el gobierno americano. El barco navegó semanas, pasó por Panamá, Colombia, Ecuador y Perú.

Ecuador aceptó 4 pasajeros. Los 68 que quedaban en el barco fueron transferidos a otro buque en Lima, los llevaron a Panamá y los dejaron en una suerte de estación de cuarentena en Balboa. Chile aceptó 7 y los otros 55 tuvieron que esperar en Balboa hasta 1940 para luego de ingentes gestiones se los incluyera en la limitada lista de inmigrantes que Estados Unidos permitía ingresar por año.

Siempre en mayo de 1939,el barco francés Flandre llegó a La Habana con 104 judíos también alemanes, austríacos y checos. Cuba se negó a recibirlos. Después de dos semanas de gestiones, Mexico también se negó, así que volvieron a Francia donde a la mayoría los recibió poco tiempo después la invasión nazi y la Shoá.

El barco Orinoco llevaba 200 pasajeros judíos en mayo de 1939.Pero la tragedia del St. Louis, y lo que estaba sucediendo con el Flandre y el Orduña, ya había trascendido por lo que el capitán del barco decidió ir a Cherburgo en Francia, y ver que se podía hacer desde allí, ya que tenía en claro que viajar a La Habana era en vano.

Pero esta vez ni Francia ni Gran Bretaña aceptaron a los pasajeros del Orinoco. Estados Unidos tampoco.

Y si no fuera cierto, y no estuviera documentado cuidadosamente por el Museo del Holocausto de Washington, sería difícil relatar como verosímil lo que sucedió entonces:
Diplomáticos de Estados Unidos en Londres le exigieron al Embajador alemán que la Alemania nazi no persiguiera a esos 200 judíos del Orinoco al retornar a Alemania. Peor aún: Estados Unidos aceptó la promesa del Embajador de Hitler de que a los 200 judíos no les sucedería nada. Nunca se supo más nada de ellos. Se los devoró el nazismo.

Europa y Estados Unidos han aceptado enfrentarse al pasado oscuro después de 1945. Europa lo ha hecho con enormes altibajos, y hoy, somos testigos de un creciente antisemitismo en el Viejo Continente. Pero los gobiernos de los países no siguen la línea del antisemitismo como hace 70 u 80 años. Los gobiernos se enfrentan a sus demonios antisemitas que hoy avanzan y mucho en Francia y Alemania por citar dos ejemplos notorios.

Y podremos discutir si en Alemania hay que tomar más medidas o en Francia hay que ser más contundente con los extremistas, pero no podemos decir que al antisemitismo sólo lo combaten las comunidades judías aisladas, sino que las leyes y los gobiernos enfrentan la realidad y los demonios del pasado que quieren renacer.

En América Latina, muchos de sus gobiernos, sus partidos políticos, sus académicos, niegan que exista antisemitismo. Se equivocan como se equivocaron en 1939. El 8 de mayo de 1939,5 días antes de la llegada del St. Louis a Cuba, hubo una manifestación de 40 mil personas en La Habana clamando «luchar contra los judíos hasta echar al último». Y todos sabemos que hubieron más manifestaciones y no sólo en el Río de la Plata.

Hoy, los populistas contemporáneos de nuestra región nos quieren convencer que el pasado hay que borrarlo, y que la lucha, la de hoy, es contra el Estado de Israel.
Vamos a repetirlo hasta que sea necesario.

Si se agrede a un Estado, se agrede a todo su pueblo. La discrepancia con una política gubernamental es una cosa, la demonización de un Estado como culpable de todos los males, es el antisemitismo disfrazado. Ese antisemitismo que va al Consejo de DDHH de ONU, calla las barbaries sirias y la tragedia venezolana, calla las agresiones terroristas de Hamas contra civiles, y condena al Estado de Israel bíblicamente como el 18 de marzo pasado:7 veces el mismo día.

Los países latinoamericanos insolidarios con el St. Louis, el Flandre, el Orinoco, el Orduña, no quieren acordarse de 1939.Por eso, se los traemos a la memoria. Porque con algunas políticas y acciones actuales, dejan la sensación y un poco más que la sensación,de que no hubieran pasado 80 años.

 
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