En artículos anteriores mencioné el origen hebreo de algunos lugares del mundo: el de Israel, que fue cómo rebautizó Dios a Jacob después de verlo luchar contra el ángel; Palestina, como romanización del hebreo plishtím, (pueblos) invasores; España, como latinización (Hispania) de la “isla de conejos” de fenicios y hebreos. Conviene agregar a la lista los nombres bíblicos y de la tradición hebrea de otros países como Egipto (Mitzráyim, país de estrecheces); Grecia (Iaván, posiblemente derivado de los jonios); Francia (en hebreo aún denominada Tzarfát, que significa tierra de unión); o la moderna Jordania (Yardén, por el nombre del Jordán que significa “el que desciende”). Otros pueblos de Oriente Medio aparecen reflejados en los textos hebreos, muchas veces con antiguas denominaciones (como Babel por la moderna Irak).
Lo divertido, no obstante, es tratar de entender el significado que tienen en hebreo los nombres de muchos países modernos, o no tanto. Por ejemplo, Irán, la antigua Persia, aparece en la biblia judía como Parás, nombre cuya raíz significa en hebreo “premio”: ¡vaya bingo que nos ha tocado! Afgán significa “me manifestaré”; Hódu (India) es “alaben”; y Lebanón (Líbano) quiere decir “blanca” o “lunática”. Está claro, que al ser el árabe una lengua semítica, compartirá significados con el hebreo, por ejemplo, Arabia tiene reminiscencias de “crepúsculo” u “occidente”. Pero, ¿qué pasa en países del este de Europa? El caso más llamativo es el de Polonia, para sus antiguos habitantes judíos ídish-parlantes pronunciada “Polania”, que en hebreo equivaldría a “po lan iá”, aquí mora Dios, un mensaje esperanzador que creyeron desentrañar las primeras poblaciones que se establecieron en la zona, antes de ser incorporadas al imperio zarista y discriminadas. Por cierto, Rusia no tiene un significado especial, pero sí HaRusia (la Rusia), cuya raíz hebrea está vinculada a la palabra “héres”, destrucción. Más dramático aún es el nombre de Serbia, que se traduciría como “la que rechaza a Dios”.
Y si saltamos a otras latitudes y lenguas, nuestro atlas hebreo nos depara aún sorpresas mayores: Panamá nos habla de “lo interior”; Méjico (pronunciado así, por ello no eso la x) de lo “borrado”; Uruguay casi suena a “despertad, gentiles”; Bahamas nos recuerda a los monstruos animales “behemot”; Haití, con el acento en la primera i se transforma en “estuve” o “fui”; y llegamos al absurdo con un Brasil (mejor pronunciarlo como en portugués) que sería algo así como un “grifo barato”. En cuanto a África, olvidábamos a la “sábana” (que no sabana) de Sudán; o la “señal divina” de Somalia. Me reservaba para el final dos cuasi profecías: el antiguo reino de Siam (hoy Tailandia) que se vincula con la palabra “final” y Guermánia (Alemania) que es el “factor divino”, o mejor, quien provoca la acción de Dios.
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