Un análisis original de la distribución de búsquedas, a nivel global, del concepto o del movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) en Internet, reveló un interés desproporcionado en países tales como Nueva Zelanda, Irlanda y Suecia, así como también en los estados de la costa de los Estados Unidos con grandes instituciones académicas. En las primeras regiones mencionadas existen muy pocos judíos y poco contacto con Israel, mientras que en la segunda mención, hay muchos más judíos pero proporcionalmente menos partidarios cristianos que apoyan a Israel. Una explicación sencilla de estos patrones es que el interés del movimiento BDS se relaciona a los contextos pos-cristianos en donde los judíos se encuentran relativamente ausentes, o a la ansiedad de la clase “blanca” que emana de las instituciones académicas. En los Estados Unidos, la creciente negatividad hacia Israel en las comunidades liberales occidentales es probablemente una transferencia de esa tal ansiedad respecto al “privilegio blanco” sobre Israel y los judíos.
El muy original análisis de Hillel Frisch sobre la popularidad del movimiento BDS plantea preguntas importantes sobre el carácter de este “movimiento” global. En resumen, al examinar la geografía a las consultas en Google sobre el tema BDS y la legitimidad de Israel, Frisch concluye que el interés en el movimiento BDS puede que este disminuyendo, pero también está siendo distribuido de una forma muy singular. Subyacente a esta distribución existen factores importantes que merecen ser destacados.
Por ejemplo, Frisch descubrió que las búsquedas en Google sobre el tema BDS en Nueva Zelanda, Irlanda y Suecia superan a las de Estados Unidos y Gran Bretaña. Es decir, individuos en países post-cristianos con casi ningún judío y muy pocas relaciones con Israel exhiben un interés desproporcionado en dar una información negativa respecto a ambos.
Una explicación de ello es que es precisamente la relativa ausencia de judíos y el contacto con Israel lo que genera interés. Existe una curiosa simetría con la obsesión a países islámicos tales como Arabia Saudita e Indonesia, que están totalmente libres de judíos. En ambos, a Israel y a los judíos se les otorga un lugar desproporcionado en los medios de comunicación y en la academia además de atribuirles un papel colosal dentro de los asuntos mundiales, aunque con diferentes interpretaciones.
El relativo vacío judío (y religioso general) en lugares como Nueva Zelanda y Suecia está repleto de cambios históricos de un antisemitismo cristiano, de políticas contemporáneas de izquierda y los efectos de la migración musulmana. La afinidad de la izquierda hacia los palestinos es un artículo de fe religioso secular tradicional, dado el nuevo impulso provisto por las poblaciones inmigrantes.
Pero existe otro motor en Occidente, un movimiento izquierdista mucho más amplio de poblaciones y de políticos “progresistas blancos”. Incluso en ausencia de judíos o musulmanes, las prósperas y liberales comunidades están siendo influenciadas por la izquierda progresista y se mueven hacia actitudes más estridentes y negativas contra Israel. La hostilidad se está convirtiendo en una postura obligada basada en nociones descontextualizadas a “crímenes de guerra”, “derechos humanos” o “gobiernos de derecha” en Israel, fundado en posturas intelectuales post-colonialistas “anti-imperialistas”. A su vez, estas nociones, específicamente apuntadas hacia Israel, los judíos y contra los Estados Unidos, se interconectan a la respetabilidad liberal de la clase media.
La explicación más simple de este fenómeno es que las opulentas poblaciones “blancas” ansiosas por obtener su propio estatus dentro del contexto racial en la política estadounidense y ahora global buscan defraudar su “privilegio” haciendo de Israel y de los judíos chivos expiatorios y en complacencia a opiniones más izquierdistas (y de las minorías étnicas). La antipatía por Israel y los judíos es una prueba de fuego y un símbolo de estatus de iluminación. Dado que el apoyo a Israel (al menos en los Estados Unidos) se encuentra fuertemente relacionado a los puntos de vista religiosos tradicionales, el prejuicio anti-Israel sirve incluso para distinguir más ampliamente a las clases sociales.
Esta interpretación también ayuda a explicar los hallazgos de Frisch que las expresiones de interés estadounidense sobre el movimiento BDS en Google están desproporcionadamente centradas en los estados de la costa, especialmente aquellos con numerosas instituciones académicas. Emanando directamente de las instituciones académicas, estas actitudes se están naturalizando a través de los distritos electorales, “blancos” y democráticos. A esto, tal como señala Frisch, deben agregarse los estados que poseen crecientes poblaciones musulmanas, como Minnesota y Michigan, que ahora han elegido a partidarios del movimiento BDS para cargos en el Congreso.
Irónicamente, el creciente apoyo explícito de grupos neonazis para boicotear a Israel coloca a la respetable izquierda progresista en una alianza de facto con la extrema derecha, ampliando lo que había sido antes una convergencia entre las desacreditadas izquierda y derecha, tales como el líder de la Nación del Islam Louis Farrakhan y el líder neonazi David Duke. Estas realidades apuntan tanto a la utilidad perenne del antisemitismo para los movimientos extremistas como al colapso de categorías tales como la izquierda y derecha.
Contrariamente, Frisch descubrió que países como Nigeria, Kenia y Filipinas muestran búsquedas en Google que son desproporcionadamente respetuosas y en apreciación al pueblo judío. La preponderancia del cristianismo evangélico en estos países es parte de la explicación obvia a este fenómeno, al igual que sus experiencias históricas y contemporáneas negativas con el Islam. A medida que más países africanos y cristianos en Asia, en especial China, se conecten más a Internet y al entorno de información global, podemos esperar resultados muy similares.
Pero el movimiento BDS no es simplemente una preferencia social de libre flotación entre grupos demográficos particulares. Institucionalmente es un instrumento clave de la alianza roja-verde entre la “socialdemocracia” izquierdista, es decir, los comunistas, las organizaciones y grupos controlados por la Hermandad Musulmana. Agentes humanos dirigen y dan forma a sus narrativas, las cuales atraen a grupos más amplios hacia la izquierda y en generar antipatías hacia Israel.
Nuevas investigaciones por parte del Community Security Trust (CST) en Gran Bretaña también ha demostrado que el entorno de información en el que operan políticos y poblaciones similares ha sido impulsado por las “salas motoras” de las redes sociales que producen un sinfín de publicaciones hostiles en contra de Israel. Los miembros laboristas con historial islamista, socialista y pro-BDS son parte de este cuadro corbynista, que apunta a críticos laboristas dentro y fuera del partido, así como también a judíos e Israel. Esta es una guerra de información al estilo soviético elevada a un nivel totalmente nuevo.
Institucionalmente, estos esfuerzos se combinan con la toma efectiva por parte del partido Laborista bajo la tutela de Jeremy Corbyn por aquellos obsesionados con Israel. Otro informe presentado como parte de las investigaciones de la Comisión de Igualdad y Derechos Humanos sobre el antisemitismo del partido Laborista demuestra que el liderazgo del Partido Laborista luego de la elección de Corbyn se propuso tomar sistemáticamente las estructuras del partido y radicalizar a los miembros en contra de Israel y sus partidarios, en especial los judíos.
La obsesión de una minoría permitió la falta de moderación de un grupo más amplio de fanáticos y de hecho, les alentó. Estos luego se entregaron a todo tipo de crudo antisemitismo. El mismo proceso, de una franja “socialdemócrata” que odia a Israel y busca hacerse cargo del mayor partido y en el proceso arrastrarlo y hacer virar su política hacia la izquierda, va en marcha con los Demócratas.
Pero otra característica curiosa de este proceso es que con la elección de Boris Johnson como líder del Partido Tory y su ascenso al cargo de primer ministro, la ira del partido Laboral ahora ha caído sobre esas minorías étnicas que tuvieron la temeridad de unirse al gabinete de Johnson. El mismo proceso ha ocurrido en la política estadounidense, ya que los partidarios de Trump son acusados de “racistas” y de “supremacistas blancos”, e incluso dentro de la comunidad judía estadounidense, ya que judíos acusan a otros judíos de apoyar a los “supremacistas blancos” Trumpistas e israelíes. Las revoluciones invariablemente crean conflictos entre los radicales y los extremadamente radicales. La política en su conjunto es principalmente la víctima, pero las minorías que no se conforman se encuentran, junto a los judíos, entre las primeras víctimas.
Similar al antisemitismo, el movimiento BDS es ambos un entorno al igual que un instrumento; existe como norma cultural de libre flotación tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha y como una herramienta utilizada contra Israel y en contra de los judíos. La presencia o ausencia de judíos es un elemento secundario y las complejas realidades de Israel son irrelevantes. Pero lo injurioso del BDS además del antisemitismo resultante dentro del comportamiento político liberal normativo de los países occidentales donde los judíos han sido una presencia activa y bienvenida en la historia de la posguerra es un acontecimiento muy amenazador.
Alex Joffe es compañero miembro de Shillman-Ingerman en el Foro del Medio Oriente y miembro sénior no-residente en el Centro BESA.
Traducido por Hatzad Hasheni
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