Hace años me sorprendieron las reticencias del entonces primer ministro israelí Menahem Begin a las presiones del presidente estadounidense Jimmy Carter para internacionalizar las conversaciones de paz con Egipto y el mundo árabe. La utilización en su discurso del término “anti-imperialista”, muy habitual en escenarios tan lejanos como el latinoamericano de los años 70, parecía extraño como argumento de un partido conservador que había protagonizado un cambio de timón respecto a la hegemonía política del laborismo hasta entonces. Sin embargo, esa tradición de lucha contra los imperios es milenaria entre los judíos.
La fiesta de Janucá no responde a un mandato bíblico. De hecho, el Libro de los Macabeos forma parte del canon cristiano del Antiguo Testamento, pero no de la Torá judía. Los hechos que relata no acontecen, como es habitual en otras fiestas, coincidiendo con la luna llena. Y, aunque algunos crean que está vinculado al solsticio de invierno (como la Navidad, que ocupó en el calendario romano las fechas de la celebración pagana en honor de Saturno), se trata de una efeméride histórica, una fecha que puede coincidir o no con el cambio de estación, no sujeta al calendario solar sino al lunar.
El hecho en sí fue la rebelión del movimiento judío de liberación que desde el 164 al 63 antes de la Era Común instauró una dinastía real hasmonea independiente del imperio seléucida, los herederos en Oriente del trono helénico de Alejandro Magno. El levantamiento nace a raíz de un decreto en el 167 antes de la Era Común del rey Antíoco prohibiendo la práctica de rituales religiosos y la obligación de rendir culto a los dioses griegos. Las figuras del sacerdote rural Matatías que inició la insurrección y de sus hijos que la liderarían (los Macabeos, cuya etimología significa martillo, con Judas al frente), se agigantaron y tornaron al último en héroe y campeón nacional, hasta el punto de que las olimpiadas del mundo judío actualmente (Macabiadas) reivindican su nombre. Janucá festeja su victoria y entrada triunfal en Jerusalén para resacralizar (reinaugurar, que es lo significa Janucá) el Templo.
El universo judío recuerda con admiración la lucha anti-imperialista que trajo aquella última independencia para el pueblo de Israel hasta que en 1948 se proclamó el estado moderno, heredero de aquella lucha de “la luz contra las tinieblas”, consagrada en el milagro del aceite sagrado que alcanzó hasta obtener tras ocho días más combustible purificado para el ritual. La leyenda macabea impregna los fundamentos y la identidad de Israel hasta nuestros días. No se trata, como en la canónica Pésaj, de la voluntad y acción divina que protege al pueblo de la Alianza, sino de tomar la iniciativa para forjar el destino colectivo, luchando incluso en situaciones de tremenda desventaja frente a enemigos poderosos: de antiguos griegos a modernos nazis, de cruzados a ejércitos árabes, de romanos a británicos, de antisemitas clásicos a modernos deslegitimizadores
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