Decenas, cientos, miles de pequeñas velas, que se encienden de manera alternada e iluminan el inmenso espacio a oscuras. Se escuchan entonces los nombres, la edad y el origen de más de un millón de niños y jóvenes que no pudieron llegar a ser adultos.
El Memorial de los Chicos es, tal vez, el sitio más impresionante y sobrecogedor del Museo del Holocausto Yad Vashem de Jerusalén, al que los lideres mundiales llegarán el jueves para participar del homenaje a las seis millones de víctimas judías del régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
No se trata, por cierto, de un sitio que pueda atravesarse a la ligera. A lo largo de al menos dos horas de recorrido, el visitante del museo podrá repasar (o conocer, según el caso), las consecuencias de la llegada de Adolfo Hitler al poder en Alemania, su decisión de perseguir a los judíos alemanes quitándoles derechos de manera progresiva, y la maquinaria de la muerte que puso en marcha ya iniciada la Segunda Guerra, luego de anexar distintos países, sobre todo Polonia, dónde se ubicaron los campos de concentración y exterminio del nazismo.
La «Sala de los nombres», que cuenta con una inmensa campana colgada del techo en la que se ven millones de fotos de las víctimas, es otra de las partes impactantes, agregada luego de las reformas que se llevaron adelante en 2005.
Sobresale también el homenaje a los «justos gentiles», en el que un árbol recuerda de manera especial a cada exfuncionario, dirigente o simple ciudadano que arriesgó su vida para salvar a los judíos de su trágico final.
Se destacan allí los nombres del empresario alemán Oscar Schindler, cuya historia fue rescatada en los años noventa por el cineasta Steven Spielberg, y del diplomático sueco Raoul Wallenberg, que salvó de manera providencial a centenares de judíos húngaros sentenciados a formar parte de los traslados hacia Auschwitz ordenados por Adolf Eichman. El vagón de tren original que da al monte Herzl, en el borde de un precipicio, es una metáfora del final de la vida de los millones de condenados a la muerte en los campos de concentración.
Creado por ley del Estado de Israel en 1953, sostenido mediante un mix de fondos públicos y donaciones privadas, Yad Va Shem contiene además un inmenso archivo con testimonios y datos sobre la vida, el padecimiento y la muerte de la mayoría de los seis millones de judíos asesinados.
Colaboraron y mucho los cientos de sobrevivientes de la Shoá que llegaron al Estado hebreo luego de la guerra para reconstruir sus vidas. «Hay unos 120 testimonios que pueden escucharse en la recorrida, y creo que son lo más importante del museo. La dimensión humana de la tragedia», afirma a LA NACION Mario Sinay, experto en la temática del Holocausto nacido en Buenos Aires. «Yad Vashem es el alma de la memoria judía», dice Elie Wiesel, fallecido sobreviviente y premio Nobel de la Paz en 1986, en uno de los films que pueden verse durante el recorrido.
Cada año, delegaciones de distintas partes del mundo llegan al Centro de Estudios del Holocausto, como parte de un curso de tres semanas de duración que se realiza dentro del museo.
Yad Va shem («monumento y nombre», en hebreo) es cita obligada de cada líder mundial que llega a Israel. Allí estuvo, en junio de 2014, el entonces jefe de gobierno porteño Mauricio Macri, ya como candidato presidencial. Recorrió el museo junto a una delegación que incluía a varios de quienes más tarde serían funcionarios nacionales como Claudio Avruj, Sergio Bergman, Fulvio Pompeo, Iván Pavlovsky y Miguel de Godoy.
Allí estará, el jueves, el Presidente argentino y la delegación con la que compartirá el homenaje junto a varios de los principales líderes del mundo.
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