En la famosa novela de ciencia-ficción de Herbert George Wells llevada a la radio por Orson Wells y a otros muchos medios con el nombre de “La guerra de los mundos”, unos imbatibles alienígenas, inmunes a los armamentos terrícolas, finalmente sucumben a una bacteria para la que no están inmunizados. Lo que nos amenaza a la humanidad en la actualidad no es exactamente un ser vivo como aquel microbio, sino un agente viral que toma posesión de ellos. En ambos casos, no obstante, el real y el imaginario, hay una amenaza a la supervivencia, aunque en la ficción la biología se convierte en aliada para acabar con un enemigo bélico.
A pesar de las reiteradas prohibiciones y convenciones internacionales, hay países que siguen usando armas biológicas y químicas cuando no pueden obtener resultados mediante armamento convencional, razón por la cual todos los ejércitos del mundo poseen divisiones en activo para defenderse en la medida de lo posible de ese tipo de situaciones. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, las armas químicas fueron esenciales no tanto para conquistar territorios, como para llevar a cabo planes genocidas contra minorías, como los gaseamientos nazis en campos de exterminio.
Resulta llamativo que más de uno de los sobrevivientes a las terribles condiciones en campos de concentración y guetos haya llegado a edades muy avanzadas, quizás en una proporción mayor a la estadística general. ¿Cómo se explica que, sufriendo inclemencias sanitarias y alimentarias tan severas sus cuerpos, hayan logrado llegar a tal tasa de longevidad? No tenemos una respuesta certera, pero es probable que el estrés persistente de lo que les ha tocado vivir en aquellos años haya provocado una respuesta inmune reforzada, comparable a la capacidad de algunos heridos graves para moverse y soportar terribles dolores durante los primeros instantes posteriores a una grave conmoción.
Dicha supervivencia más que resultado del natural instinto de vivir, parece la consecuencia de un mecanismo biológico que nos dota de “superpoderes” en momentos clave, aunque es evidente que no todos los cuerpos reaccionan de la misma manera. Como dice el refrán: “lo que no nos mata, nos vuelve más fuertes”. Lo realmente positivo sería descubrir la manera de transformar la amenaza, más allá de lo biológico, en herramienta de superación, ya que la vida misma es una excepción, estando programados por la naturaleza para simplemente llegar a una edad de reproducción: crecer hasta multiplicarnos. Debemos aprender a sobrevivir para vivir más y poder multiplicarnos en otros niveles: espirituales, artísticos, colectivos y, especialmente, para que nuestra huella haya servido para mejorar en algo al mundo.
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