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| sábado noviembre 23, 2024

Muerte y resurrección del plástico


En una película de Woody Allen se ve, en una escena que ocurre en el infierno, al inventor del metacrilato. En su momento me hizo sonreír el chiste, pero luego, pensándolo mejor, vi que ese material no era tan malo, y tal vez no merecía estar allí, ya que se usa en prótesis y válvulas  en medicina y ahora para aislar a las empresas y despachos que trabajan cara al público y deben protegerse del Covid 19 y sus escurridizas maneras. Resulta poco menos que curioso que mientras se le declare a la guerra al plástico y sus envases, por otra parte la profusión de guantes de ese material o de derivados del látex se vean por todas partes, sobre todo a las puertas de los súper. Por lo visto es difícil, costoso aprender de nuestros errores. Eso significa que no avanzamos sin retroceder a la vez en determinados campos, y también que la velocidad de los hechos en el terreno supera con mucho los programas escolares que nos advierten sobre nuestra responsabilidad con el medio ambiente.  Debíamos empezar a criticar el peso y la temible diseminación de nuestros escombros y basura y la siniestra perspectiva de lo que no es biodegradable allá lejos y hace tiempo.

 

Ahora es quizás tarde, la situación seguirá igual hasta que nuestras bacterias amaestradas sean eficientes en su manducación del plástico de los mares y otros sitios, de modo que es difícil hablar de la salud del eterno. Las hay, de esas  bacterias,  ya y están siendo afinadas para una tarea que llevará décadas sino más tiempo. Del uso social de los útiles y según parece sólo se puede aprender por su abuso. El virus y su pandemia han venido, entre otras cosas, para que el plástico que comenzábamos a odiar nos salve de los diversos contagios y haga ricos a unos pocos. En cuanto a las enseñanzas de la higiene, que le están relacionadas, aumenta el consumo de agua en una temporada afortunadamente lluviosa. El arte y la industria de la paquetería deben esmerarse mucho para reemplazar sus ya tradicionales vehículos flexibles y transparentes por otros más inocentes. Entretanto, a nuestro alrededor el plástico crece y se expande por las imperiosas necesidades de la asepsia. Es casi seguro que el panorama de las cosas a las que estábamos habituados cambie y de los hábitos del pasado no queden sino imágenes cinematográficas. Si será para mejor, podemos afirmar que sí. La prueba está en la explosión demográfica que le debemos a los nuevos medicamentos y sus diversas virtudes; es decir que es mejor tener vacunas que no tenerlas. Es mejor saber que no saber, es mejor luchar contra el virus que dejarlo actuar; es mejor, por lo tanto, la lentificación del trato social en los correos y tiendas, que la presión de la muchedumbre a la entrada de los grandes almacenes el día de las rebajas anuales.

 

Más diez o quince personas es ya, hoy por hoy, demasiada gente. Los grupos numerosos suscitan contagios fáciles para el virus. Así que debemos seguir con pies de plomo por la senda tortuosa de esta tremenda pandemia. Un gran tema para meditar la cautela, la atención, incluso el estado de alerta. Si me dieran a escoger entre las restricciones y la libertad de acción, en este momento optaría por los límites y los frenos, que son más seguros y crean, lo sabemos, hábito. Seguramente porque estoy en el grupo de los frágiles y mi edad sigue avanzando entre dolores y crujidos. El tradicional narcisismo de los jóvenes es el gran herido en estos momentos, y también-a través de sus fiestas y aniversarios o bailongos-, el gran responsable de los rebrotes de Covid 19.  En todos lados sucede lo mismo, la policía debe vigilar y reprimir y controlar a los irresponsables que piensan en divertirse mientras les importa poco el bien común. Que se le va hacer. El drama y la tragedia enseñan más que la comedia. Para eso se crearon.. Reír podemos reír unos minutos, pero llorar podemos hacerlo durante horas.

 

 
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