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| martes diciembre 24, 2024

Enemigos para regalar


Que Arabia Saudita sea reticente y se abstenga de decirle sí en público a Israel, muestra que nuestros ancestrales enemigos aún tienen que hacer un largo recorrido para ser nuestros amigos. En momentos como estos, sin embargo, sólo los detiene el miedo al qué dirán, las  eventuales reacciones negativas dentro del propio país y las voces de esa docena de locos y fanáticos que fundan sus desprecios en la teología y que si volase  la diplomática perdiz del acuerdo le dispararían con cañones. Una pena, pues eso detiene a sus vecinos  en el camino hacia Jerusalén o, cuando menos, los mantiene atados a la vieja premisa de paz por territorios. En suma, que la mayoría de nuestros rechazadores no han dejado de serlo ni se transformarán en friendly people de la noche a la mañana. El plan de paz árabe ha quedado anacrónico, para no citar los propósitos maximalistas de los palestinos. El globo incendiario, mejor dicho los globos, siguen amenazando los cielos de Israel, pero no tiene un gran futuro. Gaza carece de  un mañana prometedor  así como se presenta al mundo. No son tiempos para la compasión activa ni para los barcos de socorro internacionales. Cuanto más globos nos arrojen, más se desinflará el de Hamás. Cuanto más vocifere Hezbolá, más cerca estará de su fin.

 

Lo cual, por ahora, no es ni bueno ni malo. Pero permite al país de los judíos proyectarse hacia el futuro de otro modo, reestructurarse por dentro. Contar con pequeñas y grandes bondades que llegarán bajo cuerda, incluso si Trump pierde las elecciones y gana Biden. Todo lo cual se debe al gesto de los Emiratos.  En cuanto a la posible venta de armas sofisticadas a los emiratíes, con todo y ser un asunto serio, no puede compararse con el problema de Irán y los ayatolás heridos y rabiosos. Israel continúa teniendo la supremacía aérea, por el momento. El extremismo musulmán también se está desinflando y el Covid-19 hace el resto. Hasta aquí una burda radiografía, pero la prognosis sigue siendo incierta. Así como un palestino se levanta ofendido y lleno de ira una mañana y acuchilla a un guardia de frontera israelí, así nos puede acuchillar un país al que hemos estado ayudando desde hace años. Las mentalidades alimentadas durante décadas con libelos de odio y burdas mentiras no cambian con rapidez.

 

La educación debe cambiar. El sionismo debe ser visto por los árabes no como algo que los amenaza sino como un movimiento que también quiere su propio bien. Así lo desearon sus padres fundadores y, en líneas generales, así ha sido pese a las guerras e intifadas. Hacer las paces es una tarea que requiere, además de mucho tacto, un conocimiento profundo del otro, del oponente con el que hemos cesado de guerrear. Si no entienden nuestras razones y nosotros tampoco las suyas, es difícil avanzar en intercambios fructíferos. El diálogo, ese feliz invento de los griegos, no sólo se pone en movimiento para mutuo conocimiento de sus oradores, sino también para matizar la realidad, enriquecer sus aristas, dilatar sus límites. El gradual acercamiento entre Israel y Grecia pone de nuevo en relación, y mejor que nunca, las dos grandes matrices culturales que están en la base de nuestra civilización. También eso debería indicarle al Islam más rígido que no tiene, ni mucho menos, la última palabra. La encrucijada en la que se encuentran los palestinos tiene forma de círculo vicioso. Y si ansían respirar con amplitud y calma deben reconocer antes todo el tiempo que han perdido. En el fondo Israel quiere seguir siendo una luz para los pueblos, or la-goím; no desea cambiarlos. ¿Quieren lo mismo los musulmanes?

 
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