Imagen por computador de un betacoronavirus, de Nexu Science Communication y el Trinity College (Dublín). Reuters
Si bien es cierto que el Covid-19 es un desafío global que afecta a todos y cada uno de los seres humanos, este hecho no ha provocado que todos los Estados se pongan a trabajar juntos para encontrar un remedio común a la pandemia. Si en los primeros meses la lucha entre países fue por conseguir EPI (equipos de protección individual) y respiradores, ahora parece que se ha desatado una carrera sin límites por encontrar la tan ansiada vacuna para el virus.
De nada han valido las llamadas a la cooperación hechas por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya que Estados como Rusia y China no solo no han cooperado, sino que no han dudado en realizar ataques cibernéticos contra aquellos centros que parecían estar más cerca de la vacuna. Por lo tanto, el Covid-19 ha supuesto un elemento más de desunión en el sistema internacional.
En general, los Estados democráticos están trabajando a marchas forzadas para lograr una vacuna que no solo inmunice a su población, sino que también permita recuperar la confianza de su ciudadanía en el sistema político en general y en sus líderes en particular. En el caso de Donald Trump, por ejemplo, espera afrontar las elecciones presidenciales de noviembre con un remedio para esta lacra.
Por otro lado, los Estados no democráticos que están envueltos en esta carrera por conseguir la vacuna (China y en menor medida Rusia) esperan conseguir influencia internacional, tal y como prueba que algunos países ya se hayan interesado por los desarrollos chinos y rusos.
Cualquier vacuna que se desarrolle debe ser, además de exitosa, efectiva en el tratamiento, viable en la producción y, sobre todo, administrable a la población mundial. Este complicado proceso suele conllevar entre 12 y 18 meses, un tiempo que, a su vez, se divide en dos grandes fases: la preclínica y la clínica.
Mientras que en la primera los ensayos se hacen de forma controlada in vitro o en animales, en la clínica se usan seres humanos para comprobar los efectos de la vacuna. Dentro de esta fase clínica encontramos a su vez cuatro subfases que se diferencian entre sí por la cantidad de humanos que forman parte del experimento: en ese momento pasan de la decena a las decenas de millar.
En lo que a la vacuna del Covid-19 se refiere, a día de hoy encontramos un total de 143 proyectos en la fase preclínica y 37 en la clínica. De estos 37, 31 están todavía en la fase 2 y tan solo 6 han alcanzado la fase 3. Si lo analizamos por Estados, de estos seis últimos, tres son proyectos liderados por laboratorios chinos, uno por un laboratorio norteamericano, otro por uno británico y el último por un consorcio germano estadounidense.
El que quizás esté más cerca de culminar, y que desde luego es el que hace albergar más esperanzas para la humanidad, es el liderado por la Universidad de Oxford y AstraZeneca. A día de hoy, esta vacuna se está aplicando con un cierto éxito a miles de individuos en el Reino Unido, en Brasil y en Sudáfrica. Según sus responsables, el remedio estará listo para finales de octubre o, a más tardar, a principios de noviembre. Quizás por ello la propia Comisión Europea ha apostado firmemente por este proyecto y muchos de los estados miembros de la UE, como España, ya han reservado un importante número de futuras dosis.
El segundo proyecto que destacar es el liderado por el laboratorio chino Sinovac, que también está realizando pruebas en Brasil. A diferencia del proyecto de Oxford, que usa una versión del virus de la gripe del chimpancé, este proyecto chino usa una versión inactiva y purificada del Covid-19. Si bien es cierto que parece que se encuentra cerca de conseguirlo, todo lo que procede de China del coronavirus hay que tomarlo cuanto menos con cautela.
También en fase 3, aunque quizás menos avanzados, encontramos otros proyectos como el de Niaid-Moderna, el de Sinopharm o el de la alemana Pfizer y la americana BioNTech. Todos ellos también estarían en posición de conseguir una vacuna contra el coronavirus.
Aunque, como hemos mencionado, hoy no existe ningún proyecto serio que haya culminado el proceso, el pasado día 11, el presidente ruso Vladimir Putin quiso dar un golpe de efecto presentando y registrando una vacuna que han denominado Sputnik V. A pesar de haber sido inoculada a la propia hija de Putin, la vacuna rusa presenta muchas dudas por no haber sido probada en grupos pilotos y tampoco parece estar avalada por publicaciones científicas. En una línea similar encontramos el proyecto chino liderado por Cansino Biological, que, a pesar de no contar con el apoyo científico, en junio fue administrada a miembros del Ejército Popular chino más como un golpe de efecto mediático que como un intento por progresar en su desarrollo.
La carrera por la vacuna de la COVID 19 se ha convertido en la nueva carrera espacial, ya que las principales potencias están luchando, no siempre de forma limpia, por alcanzar una vacuna que no solo venza a la pandemia, sino que también las convierta en el nuevo líder mundial. La geopolítica de los recursos naturales parece haber dado paso a la geopolítica de las vacunas.
Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas y colaborador de Porisrael.org
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