Durante algunas décadas tras la creación del Estado de Israel, sintiéndose culpable por su responsabilidad directa e indirecta en el Holocausto en el que perecieron miles de judíos franceses, italianos, griegos, polacos y rusos y de otros países, Europa se mostró admirada y generosa con el naciente estado de los hebreos y sus logros. Pero tras la guerra de Los Seis Días y los conflictos posteriores en los que, por suerte, Israel salió triunfante, no siempre fácilmente, algo cambió: la izquierda se volvió antisemita sin culpa, y muchos estados europeos empezaron a ver en la causa palestina una manera de dejar de lado aquella responsabilidad anterior y su simpatía por la valentía israelí y su poder de resurrección. Judío y sionista se convirtieron en sinónimos, y la ligereza con que se acusó de nazis a los israelíes completó la faena de desafecto que, en realidad, no es otra cosa que un lavado de manos a lo Pilatos.
Todo ello ocurre a pesar de las relaciones económicas y científicas entre Israel y muchos países europeos. A la izquierda antisemita y la tradicional derecha que siempre lo ha sido, se han agregado grupúsculos islamistas rabiosos e impotentes por no poder hacer nada por ellos mismos en sus países de origen: Marruecos, Argelia, Túnez, etc. Ahora que se celebra el juicio por el hipermercado judío y Charlie Hebdo, atentados en los que tantos inocentes perdieron la vida en sendos y descabellados ataques, a la izquierda todavía le cuesta aceptar que los asesinos odian todo lo occidental y no simplemente la libertad de prensa y las caricaturas. Disculpan parte de esa violencia gratuita apelando al fenómeno de colonización y descolonización y al sufrimiento árabe y criticando al imperialismo-como si el Islam no hubiese sido nunca imperialista en sus conquistas allí donde implantó su bandera-por una realidad desgraciada de la que Siria y Libia son dos ejemplos flagrantes de autofagocitación. El problema de Siria son los mismos sirios, y el de Libia igual.
Hay una cierta cobardía europea, y hasta una mala conciencia, en el hecho de ayudar a oenegés antisraelíes sufragando sus campañas y acciones. No brota, esa actitud, de un primoroso sentido de la justicia. Nace y se propaga para sacarse de encima verdades históricas incómodas, crece a la sombra de culpas oscuras y se proyecta hacia el mañana como una de las mayores debilidades morales del continente. Se diría que muchos europeos les irrita que hoy los judíos se defiendan con uñas y dientes y destaquen en tantas y tan diferentes áreas. Durante demasiados siglos en los que dominó la Iglesia y esparció su odio, la vida judía fue frágil cuando no una víctima fácil. Eso se acabó, claro que no del todo. Ni siquiera Norteamérica se salva, ahora, del veneno antisemita. Se ve que allí no conocen la historia del canario y las minas. Los judíos fueron, son y seguirán siendo la pupila del ojo de Dios, de ahí que el nazismo dijera que la conciencia era un invento judío y levantaran su nefasta estructura sobre pilares de odio y destrucción. La verdad ofende a muchos y es siempre incómoda, como la misma conciencia. Vivimos circunstancias complejas en términos de salud pública y relaciones internacionales. A todos nos conviene ser veraces y responsables.
Nos va la vida en ello, y no sólo la nuestra en la actualidad, sino también la de las próximas generaciones.
Perfécto análisis de una realidad incómoda que a muchos en Europa les cuesta asumir …
los «libélos de sangre» de antaño, se han convertido hoy, en ódio irracional hacia el sionismo, puesto en la picóta y calificado a córo de «racista» por musulmanes y izquierdistas de nuevo cúño, todo ello aderezado por un discurso fácil y fálso, que combina la demagógia populísta , con un victímismo impostado, y el soniquéte de los agrávios que segun ellos sufre el «pueblo palestino» a cual mas indemostrable, pero todos atribuidos, sin juicio prévio, al «Estado judio» según la expresion al úso…
los judios siguen pues estigmatizados hoy como ayer, y los viejos fantásmas de entonces, ejercen aún en nuestros dias, su pérfida influencia, para verguenza de una Europa en pérdida de velocidad, y a la que se le ha parado el reloj de la história …