Desde la liberación de Jerusalén en la Guerra de los Seis Días, Israel ha permitido al Waqf jordano gestionar la mezquita de Al Aqsa. El movimiento sionista tenía unas estrechas relaciones con la dinastía hachemita desde principios de los años 20, y la pauta se ha venido manteniendo tras la fundación del Estado de Israel, con la excepción de la traición del rey Husein en mayo de 1967, cuando se sumó al oportunista intento de Naser de destruir el Estado judío.
No obstante, desde la llegada al poder del rey Abdalá, las relaciones entre ambos países se han deteriorado. Así, recientemente hemos visto el rechazo unilateral por parte de Amán de una cláusula en el tratado de paz israelo-jordano tras una mejora de las relaciones del reino con Qatar e Irán.
Abdalá anda ahora tratando de aprovecharse del estatus especial de Jordania en Jerusalén (y del estatus de su familia como descendiente del clan hachemita al que pertenecía Mahoma) para obtener capital político y presentar a su hijo como defensor de la mezquita de Al Aqsa, de la misma manera en que los saudíes son custodios de los santos lugares islámicos de La Meca y Medina (título que poseían los hachemitas antes de que los saudíes los expulsaran del Hiyaz en los años 20 del siglo pasado). Abdalá incluso ha negado vinculación alguna de los judíos con el Muro Occidental.
Para reflejar la importancia de la conexión hachemita con Al Aqsa, la visita del príncipe heredero al Monte del Templo se programó para que coincidiera con un día sagrado para el islam: el que conmemora el supuesto viaje nocturno del profeta Mahoma a la mezquita jerosolimitana. Sin embargo, aunque los protocolos de seguridad fueron cuidadosamente planeados por ambas partes, las autoridades israelíes quedaron sorprendidas al descubrir en el mismo momento de la visita que el número de guardaespaldas armados que acompañaba al príncipe era significativamente superior al acordado, y la disputa llevó a la cancelación de la misma. Para complicar aún más las cosas, posteriormente se filtró que el príncipe había planeado reunirse con políticos israelíes de izquierdas.
Recientemente se informó de que, no hace mucho, el ministro israelí de Defensa, Benny Gantz y el rey de Jordania, por un lado, y el ministro israelí de Exteriores, Gabi Ashkenazi, y su homólogo jordano, por el otro, se reunieron hasta en tres ocasiones. De dichos encuentros sólo informó la prensa israelí. Así pues, el monarca jordano sigue jugando un doble juego: ante el público árabe despliega hostilidad hacia Israel, pero entre bambalinas trabaja contra Netanyahu junto con los rivales políticos del primer ministro israelí.
Las filtraciones relativas a la proyectada visita del príncipe heredero indican que había motivos ulteriores. Parece que había planes para tomar fotos de los escoltas armados acompañando al príncipe mientras entraba triunfante en Al Aqsa, para presentarle como héroe y protector de la mezquita. La performance pretendía embaucar a millones de árabes y socavar la soberanía israelí sobre el Monte del Templo, así como recuperar popularidad para el monarca ante sus súbditos palestinos y beduinos, que andan revueltos por una combinación de penurias económicas, la pandemia del coronavirus y la corrupción política, que alcanza a las más altas esferas del reino.
Según Israel Today, elementos de la izquierda israelí liderados por el ex primer ministro Ehud Barak y el líder opositor Yair Lapid sugirieron a los jordanos que se vengaran de la cancelación de la visita del príncipe heredero impidiendo que el avión que iba a trasladar a Netanyahu en su histórica visita a Emiratos hiciera uso del espacio aéreo jordano. Si eso fuera cierto, sería una maniobra reprensible y lesiva para los intereses israelíes, e ilustraría el hecho de que la monarquía hachemita se comporta con Israel de una manera cada vez más impropia, por no decir ingrata.
© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio
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