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| lunes noviembre 25, 2024

Amen el amén


El hebreo está mucho más presente en la civilización occidental de lo que se suele apreciar. Probablemente el ejemplo más palpable de ello sea la palabra “amén” que, con pequeñas variaciones fonéticas, es utilizada en las liturgias de las tres religiones monoteístas y, de allí, ha pasado al uso lingüístico habitual. En español, por ejemplo, aparte de su significado de “de acuerdo”, “que conste” y el casi notarial “doy fe”, puede expresar el deseo de que lo antes dicho “así sea” u “ojalá se cumpla”. “Amén” de estos usos, puede utilizarse (como al inicio de esta misma oración) como sinónimo de “además”. Sin embargo, su origen hebreo tiene aún más vertientes.

El significado principal deriva de la misma raíz léxica de la palabra fe (emuná). Los sabios del Talmúd le atribuyen incluso el poder de representar a través de sus letras las iniciales de la sentencia “El mélej neemán”, es decir: Dios, rey en el que se puede confiar. Llama la atención, no obstante, que la misma raíz hebrea sirva para hablar de artesanía (umanút), arte (omanút) e incluso, en el antiguamente coloquial arameo, destreza (mayumaná, como el nombre del famoso grupo de danza y percusión). De allí, su significado alcanza hoy día al mundo deportivo: “me-amén” (entrenador) o “imunit” (chándal, ropa deportiva). Sin duda la significación de la fe como una forma de ejercicio ha calado parcialmente también en otros idiomas, como cuando, por ejemplo, decimos que alguien es “practicante” para referirnos a quien profesa su religión, quien la ejerce.

Más llamativo quizás sea el vínculo semántico con lo artístico, aunque no tanto si pensamos en que en tiempos antiguos -cuando se fragua este idioma- el arte era considerado una forma avanzada de la destreza y artesanía derivadas del entrenamiento para la creación, cada vez más perfecta y bella, de objetos. Quizás sea ése el nexo que tantos pensadores han sospechado entre la religión y la creación artística: la fe impone una práctica litúrgica para la cual somos entrenados y que se afianza en destrezas que pueden cristalizar como obras de arte por sí mismas.

Más allá de estas variaciones del amén hebreo, podemos regocijarnos en nuestro idioma con la cuasi-homofonía de esta expresión con el imperativo plural y subjuntivo del verbo amar (amen), que tanto tiene que ver con la fe depositada en un ser superior, santificado en un “santiamén”, otro vocablo particular que aúna “en un instante” las tradiciones de dos lenguas litúrgicas monoteístas: el latín cristiano y el hebreo judío. Que nos amemos en el deseo de que así sea. Amén

 
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