Tres jóvenes estudiantes de Jerusalén, avezados en los pasajes más oscuros de la Torá y enamorados su interminable ajedrez de posibles lecturas, se dirigieron a su maestro Madlik Or para interrogarlo acerca del simbolismo de la rosa.
-Leemos en Isaías que el yermo se gozará y florecerá como una rosa-comentó Meir Siván-. Me parece que debería decir lo yermo, es decir una parcela, un rincón. ¿No crees? Es imposible que todo el desierto sea un rosedal.
-Ve hacia el Mar Muerto-dijo el maestro-, en la posada Gan Shoshanim perderás tu mirada en la extensión de sus rosas. Lo que era yermo hoy es una helicoidal danza de pétalos. Una danza que crece y se expande.
Sin poder cerrar su boca debido a la admiración que le provocaba esa respuesta, Uri Ofir, el segundo estudiante, dijo:
-Unicamente podemos creer en la profecía una vez que se ha cumplido ¿No?
-La palabra siembra en el aire lo que el fuego y el agua acabarán gestando en la tierra-respondió Madlik Or.
-Una vez nos dijiste que en la rosa se ocultaba un número extraordinario-intervino Saúl Sosnowski, el tercer estudiante-¿puedes decirnos cuál es?
-Puedo, claro que puedo-respondió el maestro- Pero¿ no sería mejor que lo hallarais por vosotros mismos? La guematria o cálculo numérico de las palabras es un arte que afina la mente y acerca los seres y las cosas.
Hecha la proposición, los tres estudiantes se abocaron a sus cálculos y búsquedas personales. El número secreto de la rosa era seiscientos sesenta y uno. Cada uno de ellos halló una equivalencia posible a esa cifra.
-La mejor que encontré nos da la palabra granero, cosecha abundante-dijo Meir Siván- Si así fuera, lo que hoy sucede en el yermo así lo demuestra.
-Por mi parte descubrí que Esther, que fue una rosa que nos salvó de las cuchillas del mal, posee esa cifra-acotó Uri Ofir.
-Qué curioso-intervino Saúl-, yo encontré la palabra almacenar, que posee el mismo valor y nos hace pensar en todo lo que alberga en su interior la rosa.
El maestro Madlik Or escuchó con atención cada una de los de los hallazgos de sus discípulos y comentó:
-Todo eso es cierto: en Gan Shoshanim la cosecha es abundante; la responsable de la posada se llama Esther y allí mismo se almacenan los pétalos secos con los que se rellenan almohadones para nuestros más dulces sueños. Todo eso es, pues, un hecho, pero la cifra de la rosa encierra aún una verdad más profunda: equivale a la expresión or tamid, luz perpetua.
Los discípulos se miraron entre sí, miraron al maestro, observaron con detenimiento la rosa de papel que su destreza en el arte del origami había confeccionado y que en ese momento sostenía entre sus dedos, y se dieron cuenta qué cierto era aquello de que la palabra siembra en el aire lo que algún día encarna en la tierra.
Mario Satz: El canto de la lluvia
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