Hace unos días, el 3 de Tamuz del calendario hebreo, se cumplió un nuevo aniversario del fallecimiento del Rebe. Por doquier, tanto en Israel como en el mundo judío en general, uno se topa con su presencia, perpetuada en la memoria de sus enseñanzas. Por eso, quisiéramos compartir hoy aquí un editorial que escribimos hace dos años al cumplirse 25 años de su muerte.
Hace ya varios días que estoy pensando cómo mejor honrar la memoria del Rebe de Lubavitch al cumplirse 25 años de su fallecimiento, sin lograr decidirme cómo es mejor explicar cabalmente la dimensión de su legado. Además, siento que sería más fácil y “automático”, si estas líneas las escribiera una persona religiosa. Pero no es así.
Pero el Rebe no miraba a quién ayudaba, no preguntaba si quien recibía su ayuda era jasídico o concretamente de Jabad. Simplemente era un hermano judío que lo necesitaba. Así que aquí, salvando enormemente las distancias, también podemos ver la grandeza del Rebe aún sin tener el mismo encare religioso que él.
Grandeza, decíamos, no simplemente por todo lo que alcanzó a hacer en vida, sino por la inspiración que transmitió, lo cual acrecentó más aún su obra después de su muerte.
Eso es posible solamente cuando se difunde valores, convicciones originadas en el orgullo-no en la arrogancia- sobre el significado de esos valores que se puede compartir. y cuando no se mira a qué judíos llegan. Todos eran sus hermanos. Sólo ese encare puede garantizar la multiplicación de las bendiciones que repartía.
Es ampliamente conocida su práctica de entregar a cada persona que iba a visitarle, un billete nuevo de 1 dólar. Nuevo, sí…una especie de señal que entre el receptor del billete y él, el Rebe, no había habido intermediarios que pudieran alterar el mensaje. Va directo con su bendición. Y para cada uno tenía la suya.
Claro está que el valor de ese dólar radicaba en la bendición que transmitía, en el compromiso que creaba, no en su poder de adquisición. No era para gastarlo. Era para tenerlo presente como compromiso a saber dar también a otros cuando lo necesiten. Era una forma de crear una cadena de caridad. Tú recibiste del Rebe, pues deberás saber dar a otros cuando necesiten tu ayuda. Es una forma de multiplicar la “mitzvá” , el precepto, de la caridad.
El escritor y periodista Yosi Klein Halevi contó en una hermosa nota en “The Times of Israel”, que una vez recibió, a través de un amigo personal de Jabad en Jerusalem, un billete de 1 dólar enviado por el Rebe especialmente para él. Como siempre, como en todos los casos, venía con una bendición. “La bendición del Rebe para mí era: que informes buenas noticias desde Jerusalem”.
Y así lo interpretó Yosi Klein Halevi: “El rebe, así lo entendí yo, me estaba dando instrucciones para el camino: al enfatizar lo positivo, yo no sólo estaría informando buenas noticias sino también ayudando a crearlas”. Y agregó: “En ese mensaje engañosamente simple estaba el resumen del trabajo del Rebe: su incansable énfasis en lo positivo, como estrategia que se termina realizando…”
Esto no significa que uno tiene que concordar con las posturas de Jabad en todos los temas que hacen a la vida, especialmente en Israel. En absoluto. Pero el amor legado por el Rebe a los judíos como hermanos, dondequiera que estén, y sean de la corriente que sean, es un hecho.
Es por eso que las casas de Jabad en el mundo entero-hay miles de comunidades con presencia de Jabad en más de 100 países en distintos confines del planeta- son un imán que atrae a judíos de diversos lares, incluyendo israelíes declaradamente laicos. No para tener dónde comer sino para tener dónde y cómo sentirse en casa.
Eso es posible porque el Rebe marcó un camino de amor al pueblo judío dondequiera que esté y piense lo que piense. Y por eso creó la red de “shlujim”, los emisarios de Lubavitch que dejan la comodidad de su lugar de residencia familiar y van a los confines más diversos del mundo para ayudar, para traer vida judía, para acercar. Pueden llegar a ciudades cómodas y modernas o a destinos complejos y difíciles de sobrellevar.
Por eso años atrás el mundo tuvo la nefasta oportunidad de conocer a los Lubavitch de Mombai en India, el Rabino Gabriel Holtzberg y su esposa Rivka, asesinados cuando terroristas de la organización islamista pakistaní Lashkar e-Taiba atacaron varios blancos en forma coordinada. La oscuridad trata de apagar la luz. Por eso la casa de Jabad fue uno de los blancos elegidos.
Pero el legado del Rebe no permite apagar la luz. Es como dijo el Rabino Israel Goldstein de Poway hace pocos meses, tras el atentado en su sinagoga en el que perdió un dedo, pero principalmente perdió a amigos y correligionarios: “No conozco el plan de D-os. Todo lo que puedo hacer es intentar encontrarle un sentido a lo que pasó. Y usar este tiempo prestado para hacer que mi vida tenga más significado….Nuestro líder, el gran Rabí Menajem Mendel Schneerson, es conocido por haber enseñado que una pequeña luz disipa mucha oscuridad.”.
Un dato proporcionado por el ya citado Yosi Klein Halevi: cuando el Rebe falleció en 1994 , eran 1300 las familias que servían en instituciones de Jabad en diferentes partes del mundo. Hoy son cerca de 5.000.
Son los emisarios que se colocan sobre los hombros la misión de llevar judaísmo dondequiera que estén. Sin imposición, pero con orgullo.
En el 25° aniversario de la desaparición física del Rebe de Lubavitch, nos acordamos de una frase que no viene de las fuentes judías, pero que encaja perfectamente con el recuerdo que elevamos hoy: “Vivir se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”.
Amén
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