No hace falta ser un brillante estratega político para comprender que los Estados Unidos de América deberían ser, para cualquier otro país, el mejor amigo y el peor enemigo. Pero, tras los acontecimientos de los últimos días, los Estados Unidos de América serán percibidos de una forma bien distinta: “Inofensivos para el enemigo y traicioneros con los amigos”.
Son muchos los políticos y diplomáticos responsables de este estado de cosas, así como los sesudos pensadores que se presentan como adalides de la “gobernanza responsable” y aventan la peligrosa ficción de que las “guerras interminables” terminan cuando los americanos dejan de librarlas.
Pero, como el Despacho Oval es el Despacho Oval, la Historia recordará con viveza las terribles decisiones adoptadas por el presidente Biden en los meses previos al 20º aniversario del más catastrófico ataque terrorista perpetrado jamás en suelo americano.
El Comandante en Jefe tenía opciones. Ninguna buena. La menos mala habría sido seguir frustrando las ambiciones del Talibán y Al Qaeda, lo que habría permitido que los habitantes de Kabul y otras ciudades afganas retuvieran algo de libertad y seguridad. Para ello se tendría que haber dejado un pequeño contingente en el país; una fuerza que hiciera labores de entrenamiento, asesoramiento y asistencia y no se implicara directamente en los combates.
O, si estaba determinado a tirar a la basura todo lo conseguido –con sangre y dinero– en estas dos décadas (como la ausencia de ataques catastróficos de Al Qaeda en territorio norteamericano, o la presencia de 60 mujeres en el Parlamento afgano), podría haber destetado gradualmente a las Fuerzas Armadas afganas de su dependencia de la ayuda americana (en inteligencia, apoyo aéreo, etc.), mientras continuaban combatiendo al enemigo común.
Pero prefirió recurrir a la ruptura abrupta; en plena temporada estival de combates, además.
Sea como fuere, con toda seguridad el presidente Biden tenía los recursos para organizar una retirada ordenada, que no precisara del envío atropellado de tropas (nada más sacarlas del país) y de un helicóptero para evacuar la embajada, con multitud de afganos tratando desesperadamente de subirse a los aviones americanos. Saigón, otra vez.
Y esto no ha acabado. Ni muchísimo menos.
Permítanme volver atrás, al primer párrafo. En él he citado a Bernard Lewis, el eminente historiador, que se habría disgustado pero no sorprendido con lo que está sucediendo en Afganistán.
El profesor Lewis, que murió demasiado joven (hace tres años, con 101), fue de los primeros en advertir de la amenaza que para lo que solíamos llamar el Mundo Libre representan los militantes resentidos de lo que ahora denominamos Mundo Musulmán. El 11-S, escribió, fue “la culminación de una serie de ataques perpetrados a lo largo de los años 80 y 90 que apenas tuvieron respuesta”. Los sedicentes yihadistas lo interpretaron no como un ejercicio de contención digno de respeto, sino como un despliegue de “miedo y debilidad” que había que explotar.
Esos enemigos de América, añadió, “se han visto alentados por expertos que siguen repitiendo el mantra de que no hay una solución militar”.
Los talibanes ni se inmutaron, pero Biden, con característico exceso de confianza y una pésima dicción, aseguró a sus compatriotas: “La posibilidad de que el Talibán invada todo y se haga con todo el país es altamente improbable”.
No es un secreto que el Talibán perpetra con frecuencia atrocidades formidables: arroja ácido a la cara de niñas que cometen el crimen de ir a la escuela, decapita a “apóstatas”, castra y cuelga vivos a opositores políticos, lleva a cabo ejecuciones masivas en estadios deportivos ante un público al que se alienta a jalear lo que ve. Y aunque captura a mujeres de entre 15 y 45 años para casarlas con sus combatientes, y ejecuta a soldados que ya se habían rendido, la secretaria de prensa del presidente, Jen Psaki, ha declarado a los medios que el Talibán “ha de hacer una reflexión sobre qué papel quiere desempeñar en la comunidad internacional”.
Últimas noticias: no existen Santa Claus, el Ratoncito Pérez ni una “comunidad internacional” comprometida con los valores occidentales. Como mis compañeros de la FDD han dejado claro en esta reciente monografía, los regímenes antiamericanos, despóticos, autoritarios, empezando por China, dominan cada vez más la ONU y otras organizaciones internacionales.
El enviado especial de Putin para Afganistán ha afirmado que prefiere al Talibán antes que “al anterior Gobierno títere”. Diplomáticos chinos se reunieron con altos cargos talibanes luego de que el canciller chino, Wang Yi, elogiara la pericia política y militar de su organización. The Global Times, diario controlado por el Partido Comunista de China, informó a sus lectores de que el Talibán se está “transformando discretamente para mitigar las preocupaciones de los países vecinos y mejorar su imagen internacional”.
Barnett Rubin, exfuncionario del Departamento de Estado y miembro destacado del promisoriamente denominado Centro sobre la Cooperación Internacional, ha comentado: “Sería una desgracia que EEUU interpretara esto como una lucha de poder y tratase de socavar lo que está haciendo China”.
Últimas noticias: a los gobernantes chinos no les importa si el Talibán devuelve a Al Qaeda el estatus que tenía antes en Afganistán, siempre y cuando ambos se centren en los satánicos americanos y no en su persecución genocida contra los uigures –musulmanes turcomanos– en Xinjiang (ocupado por China), justo al otro lado de la frontera nororiental de Afganistán.
Terminaré con otra de las observaciones del profesor Lewis. “El Imperio romano y el Imperio islámico medieval no fueron conquistados por pueblos más civilizados, sino por pueblos menos civilizados pero más vigorosos. En ambos casos, lo que hizo posible la conquista –de los bárbaros en Roma y de los mogoles en Irak– fue que las cosas iban tan mal en sus sociedades, que dejaron de ser capaces de ofrecer una resistencia efectiva”.
La tarea que imagino pondría en estos momentos el profesor Lewis a sus alumnos sería: analicen los paralelismos entre la caída de esas civilizaciones antiguas y lo que está diciendo ahora mismo en EEUU y otras naciones de lo que solíamos llamar el Mundo Libre.
© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio
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