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| domingo diciembre 22, 2024

La fragilidad del amor


 

Hasta que no se conviven unos treinta o cuarenta años con una persona, se desconoce cuán frágil puede ser el amor y de cuantas pequeñas cosas, muchas veces inadvertidas, depende. Las etapas y ciclos por los que pasa una relación se conocen y estudian desde hace años, pero el tema de la fragilidad-en hebreo carne, basar, y shabar, romper, roto-tienen la misma raíz-, el tema de la fragilidad no recibe tanta atención. Tal vez por ello, por esa temblorosa condición,  tenemos que emplear filtros naturales y hasta sobrenaturales para protegernos a nosotros mismos de ser heridos o  de herir, a nuestra vez, a otros. Hablamos del amor con minúsculas , pues el que se escribe con mayúscula se circunscribe, casi siempre, al amor filial, al materno o  al paterno. En ciertas culturas y en ciertos siglos, al amor místico o espiritual es el valor más elevado. Fragilis nostras manibus, decían los latinos para referirse a que el perdón dependía de nuestro tacto y nuestras manos, y no era ni fácil de mantener en el tiempo, ni espontáneo a la hora de manifestarse. Y sin perdón no puede haber duración en la pasión de amar, tan proclive a erupciones y tormentas. Desencantos y excesos.

El hecho de que la expresión hebrea frágil shabir, ¡de idéntica raíz que shabar, romper! e indique fragilidad  y  también pueda traducirse por ´´rompible´´, recuerda esos envíos por correo que llevan una advertencia bien visible respecto del cuidado que  se debe tener en su manipulación. Es, casi, una palabra universal como confort o danger. Al principio, y en la juventud, la pasión lo puede todo, vamos de excitación en excitación entre olas de fuego y exudaciones suaves, confiados en que el mucílago, la dulce humedad de nuestros engarces, es inacabable y salvífica. Sucesivamente nos culpamos y nos perdonamos, nos acercamos y nos alejamos, rumiamos tontos por qués y seguimos adelante. Un día comprendemos que no sólo se vive de fuego y agua sino también de aire, de espacios vacíos que hay que respetar. Es entonces cuando aflora el tema de la fragilidad, primero en algún detalle sencillo ligado a la propensión de cada quien a ciertas enfermedades, delirios u obsesiones, y después por nuestras involuntarias intolerancias y rechazos.

Lo bueno del factor frágil es que incrementa los cuidados, acentúa la delicadeza, realza el milagro de coexistir para el cual no todo el mundo está preparado. La plaga actual del acoso o directamente el desprecio que lleva muchas veces al crimen, sobre todo de la mujer, y luego al suicidio del hombre, procede de vivir en una época sin valores, sin caballerosidad, en suma sin  ternura. Lo anatómico lo ocupa todo, lo anímico casi no existe como contenido relacional y de lo espiritual unos pocos saben que tal cosa existe.  Habituados a la materialidad casi de todo, a las medidas exactas, prisioneros del mundo de la imagen,  escuchamos muy poco o casi nada diálogos enriquecedores entre los miembros de las parejas. Y ya decía Nietzsche: ´´ Si te casas recuerda que tiene que ser con alguien con quien puedas hablar en profundidad y de todo.´´ Allí donde las palabras , más o menos sofisticadas o sutiles, están ausentes, brotan los gritos y los insultos que,  dado que somos frágiles, van haciendo mella en nuestra integridad. Los matrimonios se convierten, pese a sus miembros, en parejas llenas de fisuras.

Por eso es bueno recordar, de tanto en tanto, hasta qué punto la fragilidad es el sello indeleble de lo sensible. No es que la sabiduría sea escasa, es que es lento el proceso de llegar a ella para descubrir que lo tomamos por belleza era algo más que la cara amable del amor.

 

 

 
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