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| lunes noviembre 25, 2024

El trampantojo del espejo invertido


Cuando yo era adolescente y militaba en un movimiento sionista jalutziano (es decir, que abogaba por la vida en las comunas agrarias de los kibutzím), me ofendía quienes se definían como sionistas sin vivir ellos mismos en Israel o estar dispuestos a mudarse allí de inmediato. Sólo los que hacían aliá (literalmente, ascensión, metáfora de la inmigración a tierras de Sión) eran dignos de tal nombre. Poco después, descubría en el sumario destacado de una publicación “progresista” la siguiente frase: los judíos han pasado “de víctimas a victimarios” (cuando ni siquiera había pasado un decenio de supuesta “ocupación”). Años más tarde, ya en Israel, me asombró leer que la Unesco, el organismo más cultural del mundo por definición de su propio estatuto y misión, calificaba al sionismo como una forma de racismo. Por cierto, entonces esa magna institución estaba dirigida por el insigne español que se prodiga como amigo de los judíos.

Fue el principio de un largo camino de criminalización. Casi sin notarlo, como si de un cambio climático gradual e inexorable se tratase, Israel pasaba de ser el milagro que reverdecía los desiertos y la tierra de esperanza para un pueblo castigado con el peor de los horrores, a ser retratado en un espejo invertido. De ningún país en situación de conflicto militar (ni Vietnam, Panamá, Líbano, Afganistán, Irak, Sudán, Sierra Leona, Ruanda, Chechenia, Kuwait, Congo, Siria, etc.) se han hecho y se siguen haciendo metáforas y analogías con el nazismo. Sólo del país de los judíos, vaya casualidad. Incluso hoy día, el Consejo General de los derechos Humanos de Naciones Unidas (que ha estado en varias ocasiones presidido por países regidos por dictaduras criminales) emite condenas a Israel en una proporción que ha llevado al alejamiento de dicha institución de países como los Estados Unidos.

Gota a gota hemos ido tragando la droga mediática de la desinformación hasta llegar al absurdo punto contemporáneo en que cualquier persona de este mundo que no esté a favor de la desaparición de Israel como estado judío es un “sionista”, como le espetó hace unos años (a modo de descalificación personal) una contertulia a Pilar Rahola en un programa de prime time en televisión. Y al envenenamiento masivo hay que sumar el robo descarado de nuestra historia para uso de quienes quieren acabar con ella (y, por ende, con nosotros). Por ejemplo, que Jesús era palestino (una mentira habitualmente difundida cuando llegan estas épocas del año).

Si antes conté anécdotas de mi lejana adolescencia, déjenme que añada alguna de la infancia de mi hija, en cuya clase y libros de Religión llaman Palestina a la tierra de Jesús. ¿Ignoran acaso todos los profesores y autores de libros de esa asignatura que el nombre de Palestina lo inventa el emperador romano Adriano más de un siglo después de la muerte de Jesús? Lamento confirmaros lo que ya sabéis: que las patrañas no sólo nos rodean desde la extrema izquierda. Y es que, aunque invirtamos el espejo, las proporciones, el contexto y las circunstancias que nos rodean nos seguirán mostrando que alguien está haciendo trampantojos para hacernos creer que las cosas no son como son.

 
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