Si desea llevar a casa una alfombra persa, hay algunas reglas simples. En primer lugar, nunca, jamás, agite un fajo de billetes. Segundo, interprete las tres primeras ofertas del dueño de la tienda como tácticas iniciales. En tercer lugar, nunca le pida al joyero del puesto de al lado que actúe de intermediario «para conseguir la mejor oferta». Cuarto, nunca, nunca, confirme que realmente quieres la alfombra.
Pero lo que ha ocurrido con los sofisticados que dirigen las negociaciones nucleares de Irán no es solo producto de errores de novato por parte de un turista ingenuo.
Una vez finalizado, el Nuke Deal II (Oferta nuclear II), garantizará que el máximo jefe de Irán, el Ayatolá Khamenei, pueda continuar aplastando los derechos humanos en el país y aumentar enormemente el entrenamiento y los arsenales letales de sus lacayos terroristas en el Líbano, Gaza y Yemen. Teherán continuará ejerciendo el chantaje nuclear contra los Estados del Golfo, maldecirá la existencia de Israel con amenazas de miles de misiles que lloverán sobre objetivos militares y poblaciones civiles, y ampliará sus esferas de influencia en todo el continente americano.
¿Qué obtendrá Estados Unidos a cambio?
Más escuadrones de la muerte para asesinar a disidentes iraníes, exdiplomáticos y funcionarios estadounidenses, y cualquier otra persona que se atreva a oponerse a los designios del líder «Supremo» en Teherán.
Antes de cerrar el trato, escuche al propio pueblo iraní.
La semana pasada estallaron protestas en las calles de Irán cuando se supo que los negociadores estadounidenses y europeos estaban cerca de sellar un renovado acuerdo nuclear con Teherán. Las protestas no fueron organizadas por la línea dura de Irán -enojada por el supuesto compromiso de Teherán con Occidente-, sino por el sufrido pueblo de Irán que sabe que cuando la Mullahcracia recibe miles de millones, casi ninguno se destinará a ayudar a una economía pulverizada. Se desviarán, en cambio, para financiar la visión apocalíptica de Khamenei. Para el pueblo iraní significará más represión, más secuestros, más torturas a los Bahá’ís y más asesinatos de homosexuales. Aquellos valientes iraníes que se atreven a salir a las calles lo hacen por pura desesperación para que, de alguna manera, alguien en el poder en Washington, Londres, París o Berlín preste atención a su grito primal.
¿Y en cuanto a los de línea dura? Todavía no están tomando las calles. ¿Por qué deberían? Se están babeando ante la perspectiva de cientos de miles de millones de dólares para poder hacer lo que mejor saben hacer: desestabilizar enemigos y asesinar a los críticos, tanto nacionales como extranjeros. Los europeos no hablan mucho al respecto, pero nuestro propio Departamento de Estado ha publicado una lista de 360 disidentes asesinados en Europa por operativos iraníes. Cuando se trata de Irán, la cobardía es el segundo nombre de Europa, y el Régimen iraní está convencido de que Estados Unidos no hará nada cuando la lista negra se amplíe por toda América.
En este punto, ¿habría alguna diferencia real si el Presidente Biden y el Secretario de Estado Antony Blinken se detienen antes de firmar sobre la línea de puntos?
Sí, podría detener el impulso hacia una guerra devastadora entre Irán e Israel, la que parece cada día más inevitable.
En el Siglo XX los judíos aprendieron por las malas que cuando un tirano dice que los va a matar a cada uno de ustedes, hay que creerle.
Tal guerra causaría una devastación en todo el Golfo y amenazaría también a Egipto y Turquía. Los tambores de guerra ya están sonando, los preparativos ya están en marcha.
En este mismo momento, nadie en Jerusalén, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos o Bahrein tiene la seguridad de que Estados Unidos los respaldará.
Por el contrario, las potencias de EE. UU. y Europa están dando luz verde a la agenda de Teherán e – increíblemente-, confían en la misma Rusia que está invadiendo Ucrania para que sea el principal intermediario con los iraníes. Es alarmante.
Retirarse ahora -a las 11:59 p. m.-, podría hacer que el Régimen iraní se detuviera, demostrando que la Administración Biden no está preparada para absorber una gran debacle y un desastre autoinfligido como el que aconteció hace un año en Afganistán.
La alternativa es grave. Una rendición épica liderada por Estados Unidos ante Irán garantizará el peor de los escenarios para Israel y las naciones árabes de Medio Oriente. Habrá más carnicería allí, pero también habrá en las calles de Europa y Estados Unidos.
Por favor, Presidente Biden, le suplicamos que detenga la locura. No es demasiado tarde para mutar la guerra del Ayatolá en paz, antes de que se vuelva literalmente nuclear.
¿Cómo?
Estados Unidos debería abandonar el bazar en Viena, prescindir de los interlocutores rusos y chinos y dejar que el mundo sepa que apoyamos a nuestros aliados y amigos. Es hora de entregar ultimátums respaldados por sanciones que los hagan retroceder. Los iraníes pueden empezar por sacar a sus grupos de choque de nuestras calles. De lo contrario, la farsa de Viena continuará hasta el infinito, hasta que Irán haya extraído hasta el último centavo posible del ingenuo Occidente, aprovechando cada segundo para preparar rápidamente sus capacidades nucleares y militares para el golpe de suerte que se les avecina.
Si la Administración Biden no aplasta la maleficencia de Teherán, entonces los líderes del Congreso deberían enviar un mensaje bipartidista de que cualquier acuerdo con Irán será tratado como un Tratado, debiendo cumplir con el requisito constitucional de que el Senado deberá dar su consejo y consentimiento -ratificado por una mayoría calificada-, antes de entrar en vigor.
El Congreso sabe bien que un papel careciente de todo valor, acompañado de pallets de dinero en efectivo de los contribuyentes, no motivará a Irán a hacer retroceder su infraestructura terrorista en todo el mundo. De hecho, es una invitación a que no lo haga.
El único lenguaje que este Régimen entiende es la fuerza.
*El Rabino Abraham Cooper es Decano asociado y Director de la Agenda de Acción Social Global del Centro Simon Wiesenthal. El Rev. Johnnie Moore es Presidente del Congreso de Líderes Cristianos.
*Traducción del Centro Simon Wiesenthal para América Latina
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