Una visita reciente a Israel me reveló circunstancias diferentes a las de visitas anteriores –y similares a lo que está ocurriendo en Estados Unidos.
Como Estados Unidos, el Israel de hoy es una nación profundamente dividida. El régimen democrático israelí descansa en un Parlamento unicameral, la Knéset, cuyos miembros se eligen en unas elecciones basadas en la representación proporcional a escala nacional. Dado que ningún partido ha obtenido nunca una mayoría de al menos 61 de los 120 escaños de la Knéset, deben agruparse en una coalición para formar gobierno.
A menudo es necesario llegar a compromisos significativos entre los partidos de una coalición de gobierno. Así, el líder del Likud, Benjamín Netanyahu, que es por naturaleza un moderado de centro-derecha, ha tenido que unir fuerzas con algunos partidos situados considerablemente a su derecha. En ellos hay personas que, por desgracia, tienen antecedentes de racismo y homofobia, intolerancias a las que Netanyahu siempre se ha opuesto y a las que promete seguir oponiéndose en el nuevo Gobierno que planea conformar, con él como primer ministro. Entre esos socios también figuran posibles ministros que quieren recortar los poderes de la Corte Suprema, que muchos creen favorece a la izquierda.
Israel, sin embargo, presenta un cariz muy diferente si uno repara en su presidente, Isaac Herzog. En Israel, el de presidente es un cargo simbólico no partidista, sin poderes ejecutivos. Herzog es un político de carrera que en 2015 se presentó sin éxito a primer ministro como líder del izquierdista Partido Laborista. Hoy, como presidente, representa a todos los ciudadanos de Israel. Su rostro es el de un patriota centrista con un largo historial de apoyo a los derechos humanos para todos. Aunque el papel y el poder del presidente israelí son limitados, del mismo modo que el papel del rey o la reina es limitado en Gran Bretaña y otras monarquías parlamentarias, puede hacer mucho para representar lo mejor de Israel , especialmente ahora que se acerca su 75 cumpleaños, a finales de abril de 2023.
Herzog puede recordar al mundo que ningún país en la historia ha aportado más al mundo –médica, científica, tecnológica, agrícola, culturalmente; en materia de derechos humanos, etc.–durante sus primeros 75 años de existencia. Y ello a pesar de tener que dedicar gran parte de sus recursos a defenderse de las amenazas genocidas de Irán y otras naciones y grupos terroristas comprometidos con su destrucción. Israel ha firmado tratados de paz con Egipto, Jordania y otros países árabes, y busca la paz y la normalización con otros más. Ha revivido una lengua antigua, ha convertido pantanos infestados de malaria en tierras agrícolas productivas, ha llevado sus grandes descubrimientos médicos y agrícolas a otras naciones y proporcionado refugio a millones de judíos y otras personas perseguidas.
Netanyahu, el primer ministro israelí que más tiempo ha ocupado el cargo, ha desempeñado un papel extremadamente positivo en muchos de estos avances, así como en la creación de una paz que pocos creían posible con cuatro países árabes –Emiratos, Baréin, Sudán y Marruecos–, tras décadas de hostilidad, todo ello mientras contrarrestaba las amenazas mortales de Irán y alejaba la economía israelí del socialismo para convertirla en un prodigio de tecnología punta.
Israel tiene mucho de lo que enorgullecerse, aunque se enfrente a desafíos tanto internos como externos. Ningún país es objeto de condenas más infundadas y desproporcionadas –por parte de las Naciones Unidas, de tribunales internacionales, de ONG, de radicales universitarios, de numerosos medios de comunicación– que el Estado-nación del pueblo judío.
Juntos, Netanyahu y Herzog representan lo mejor de Israel, así como las complicaciones que pueden surgir en cualquier democracia. Estoy orgulloso de ser su amigo y un defensor del gran país que representan: Israel.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
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