Tamar y Lo Iadúa, el Rabí Desconocido, paseaban por la montaña una incipiente noche de primavera cuando les sorprendió una rara simetría en el cielo estrellado. Parecía como si la oscuridad toda confluyera y se concentrase en un punto y, a partir de él, en destellos regulares, retornase hacia los bordes de la noche.
-«De día mandará el Creador misericordia y de noche su cántico estará conmigo»-recitó Tamar el Salmo 42:8-.Se diría que hemos visto un esbozo del Génesis, un remolino instantáneo de notas y constelaciones.
-Era una dalia, la dalia de la noche de la que los kabalistas dicen que orquesta nuestro pensamiento. Así como la dalia es una flor compuesta, así ciertas armonías mentales requieren, para aunar sus pétalos, oscuridad y lejanía-reflexionó Lo Iadúa.
-Dices-comentó Tamar-«orquestar el pensamiento» como si la música fuera su grado óptimo, su mejor aspecto.
-Herbácea, la dalia no huele pero dispone con tanta gracia sus pétalos que éstos salen y vuelven a su centro como una serie de oscuras y suaves gotas huecas, de indoloras heridas.
Lo que nos parece geometría no es más que unanimidad. Lo que la mano sobre la flor registra como híspido, no es más que fidelidad vegetal a las leyes del cielo.
-Seguramente piensas en una noche honda como la púrpura, con reflejos violetas.
-Pienso en la dalia de la noche que hemos visto juntos, mano en la mano. Sin estrellas fugaces ni velos de nubes.
-Por eso, quizá, las flores huelen mejor de noche que de día-agregó ella.
-La noche es muchos soles para escasos ojos-dijo el Desconocido-, cuando oímos su canción está naciendo bajo nuestros párpados. Sus notas son estrellas, su opacidad certeza.
Mario Satz:La cola del pavo real
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