Escribimos estas líneas cuando aún faltan unas horas para el comienzo del Shabat. En numerosos hogares de Israel, no sólo de judíos observantes, ya se siente una atmósfera especial, que el Shabat siempre trae consigo. Como sabemos, para unos es la preparación para la salida a la sinagoga, en espera del día más sagrado del año, y para otros, son los últimos preparativos de la cena, la expectativa de la reunión en torno a la cena familiar, la espera de los hijos y nietos que llegan para celebrar juntos.
Cabe suponer que en torno a las mesas, también de un viernes a la noche, se hablará de política. Y se discrepará. Se puede llegar también a extremos de desgarres a nivel personal, aunque el diálogo debería ser lo que prime.
Y me pregunto si los responsables del plan de “reforma judicial” que está desgarrando a Israel- porque dice que apunta a mejorar su democracia pero presenta leyes que no pueden menos que limitarla – tienen alguna intención de dialogar con el pueblo que sale a las calles. Con todos esos israelíes patriotas, familias enteras, jóvenes, adultos, ancianos, que salen engalanados con la bandera de Israel para defender la democracia que temen perder.
Por ahora, no hay señal ninguna de que escuchen. Lo único que oímos son constantes comentarios sobre “anarquistas”, “izquierdistas” y otras yerbas destinadas a quitar legitimidad a las protestas. Lamentablemente, también de parte del propio Primer Ministro Netanyahu quien hace unos días dijo que busca patriotas para poder dialogar, dando a entender que los que salen a protestar no lo son. Todavía no ha logrado explicar cómo cree oportuno llamar a los ex máximos jefes de la seguridad nacional que critican el plan y advierten contra el daño a la democracia israelí.
Claro que quisiera que este Shabat, también los extremistas del lado del que me siento parte, analicen sus actos. Aunque no haya violencia física en ello, pintar un grafitti junto a la casa del ministro de Justicia Yariv Levin con las palabras “enemigo del pueblo”, cuando él está en semana de duelo por el fallecimiento de su padre-y aunque no lo estuviera- no es digno de elogio, por decirlo delicadamente. Muy bien hicieron los jefes de la oposición en condenarlo.
Además, tampoco aporta a la legítima campaña de protesta contra el plan sino que la perjudica.
Como el hombre al que vi ayer en Tel Aviv durante el día nacional de protestas, con un cartel que decía algo así que “el BDS es mejor que la dictadura de la reforma”, o algo similar. Me acerqué a preguntarle si puedo hacerle un comentario, aunque él tiene derecho a escribir lo que quiera, y le dije que esa frase es un gol en contra de la protesta. El movimiento del BDS llama a boicotear a Israel, esté quien esté al frente, por su existencia misma. No puede dársele ninguna legitimidad por más crítico que uno sea contra el plan del gobierno actual.
Y afortunadamente, están todos aquellos israelíes que me hacen pensar que es imposible aquí una guerra civil, por más que se hable de ese escenario oscuro. Violencia, claro que puede haber. Inclusive, Dios no permita, algún incidente sangriento. Pero guerra civil es otra cosa.
¿De qué israelíes hablo? De las multitudes que salen a la calle armados con la bandera de Israel al grito de democracia, con sus hijos pequeños, sin violencia-
De los israelíes religiosos que vi apenas salí ayer de la estación de tren Hashalom en Tel Aviv, sentados en el suelo de la bloqueada avenida Hashalom, con sacos de arpillera y cenizas en señal de duelo por la situación actual, con carteles “Religiosos, sionistas, demócratas”, cantando juntos con todos aquellos que se les acercaron, religiosos y laicos, por la unidad de Israel.
Y también de los jóvenes religiosos de derecha que a pocos metros de allí se postaron junto al puente para explicar a quien quiera escuchar por qué la reforma judicial es buena y necesaria, colgando del puente dos carteles con ese mensaje y ocho con la frase “somos hermanos”. Y en el medio, se cruzaban jóvenes con banderas de arco iris de la comunidad LGBT, no necesariamente por ser ellos miembros sino como señal de apertura, liberalismo y respeto del diferente.
Dos manifestaciones a escasos metros una de otra.
A mí me emociona en especial que unos y otros lleven la bandera de Israel.
Sigo creyendo que lo que nos une a todos, más allá de diferencias, es mayor que lo que nos separa. Sí, reconozco, a veces lo dudo. Pero no se puede dar el brazo a torcer.
Shabat Shalom.
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