En estos días, hemos visto reacciones a un discurso controversial de un ministro del nuevo gobierno de Netanyahu, se trata de Bezalel Smotrich, en un evento en homenaje a un fallecido líder del Likud, realizado en París. Smotrich alegó que el pueblo palestino no existió y habló desde un podio decorado con un dibujo de un mapa de Israel ampliado que incluía Judea y Samaria y partes de Jordania.
La Unión Europea expresó que “deplora firmemente el comentario del ministro Smotrich”; sin embargo, no hemos oído nada frente a los llamados diarios a la destrucción de Israel, incluyendo el eufemismo “del río al mar”. Si bien la UE se ha pronunciado en contra de los textos escolares palestinos, contentivos de un claro antisemitismo, no ha sido contundente para que estos se eliminen. Tampoco la UE se ha hecho sentir en cuanto al pago de sueldos de la Autoridad Palestina a los militantes o a sus familias, tras perpetrar acciones terroristas.
La oficina del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y el primer ministro, Mohammed Shytayyeh, denunciaron los comentarios de Smotrich, así como el gráfico en el podio desde el que habló. Ciertamente, dicho mapa fue inadecuado, inútil y nada realista. No obstante, el escudo del partido Fatah, al que pertenece Abbas, tiene la imagen del mapa de Israel completo y nadie se indigna ni critica; lo mismo ocurre con otras fuerzas palestinas que son simultáneamente políticas y militares. Además, el propio Abbas ha incitado a la violencia contra israelíes y judíos con una repetida falacia: pretenden destruir la mezquita de Al Aqsa. En incontables ocasiones, como presidente palestino, Abbas ha dado declaraciones antisemitas, ha banalizado el Holocausto (aparte de negarlo en su tesis doctoral) y ha insultado al pueblo judío; recordamos que, hace pocos años, desde el podio de la ONU, Abbas se atrevió a decir que el “comportamiento social de los judíos europeos, incluyendo el hecho de prestar dinero a los no judíos cobrando intereses, era el culpable del asesinato de los judíos en el Holocausto”, al mismo tiempo que negó la conexión del judaísmo con la tierra de Israel. Ante el Parlamento Europeo, Abbas explicó su versión del libelo de sangre: “Varios rabinos de Israel exigieron que su gobierno envenene el agua para matar a los palestinos…”. Así fue construyendo la narrativa antisemita que vastos sectores palestinos propagan.
El Parlamento de Jordania, país en el que el antisemitismo se expresa abiertamente y hay organismos como el Waqf islámico que instigan acciones violentas en contra de Israel, votó por expulsar al embajador israelí. Los medios jordanos mostraron al diputado Ismail Al-Mashaqbeh, quien, con teatralidad, colocó una bandera israelí en el suelo y caminó sobre ella en señal de irrespeto, tal como normalmente lo hacen en la teocracia iraní.
Tras desatarse la polémica, Israel reafirmó su reconocimiento a la integridad territorial de Jordania. En su cuenta oficial de Twitter, el Ministerio de Exteriores israelí escribió: “Israel está comprometido con el acuerdo de paz de 1994 con Jordania. No ha habido cambio en la posición del Estado de Israel, que reconoce la integridad territorial del Reino Hachemita”. Cabe aclarar que los exabruptos antisemitas en el mundo árabe a lo largo del tiempo han sido innumerables y en extremo violentos; lamentablemente, ello generó la aparición de un puñado de personajes exaltados, políticamente incorrectos en la escena israelí, pero este fenómeno no debe esconder que Arafat nunca se apartó del terrorismo y Abbas nunca se deslastró de su odio visceral hacia el pueblo judío.
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