Con los debates generados por la reforma judicial en Israel se ha polarizado la opinión a lo interno de Israel. Muchos de los que viven fuera sin tener conocimiento de causa, pero con buenas intenciones, han tratado de “intervenir” mencionando todo lo que Israel debería de hacer sin que esto sea necesariamente sencillo de llevar adelante, porque se trata de un conflicto estructural sumado a una cuestión de carácter ideológico donde fuerzas a favor y en contra han chocado como trenes a gran velocidad causando una enorme colisión que ha fragmentado la opinión pública.
No pretendo con estas líneas involucrarme en tratar de interferir en el debate interno que se vive en Israel porque desde mi posición no es algo que pueda terminar de comprender en todas sus aristas. Debo confesar que al ver tantas fuerzas opositoras incluyendo gente dentro del espectro de la “derecha política” que se supone es más cercana a la coalición existente en la actualidad, me hace dudar si realmente la reforma más allá de ser necesaria, tiene el timing correcto.
Por el otro lado también, me cuestiono si las discusiones están teniendo la verdadera profundidad de los debates para poder plantearlas o si al final se han convertido en una muestra de músculo y de intención de señalar una “virilidad política” para garantizar la continuidad en el poder del actual mandatario, apoyado por líderes de partidos que han mostrado ser elementos divisorios y controversiales.
Mientras este debate ocurre hay una serie de temas que a nivel externo llaman mi atención y que preocupan por cuanto obligan a Israel a redoblar esfuerzos para no ver comprometida su existencia y estabilidad.
1) En primer lugar, la situación palestina, debido a algunas medidas adoptadas para respaldar a los partidos de Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir se compromete la seguridad nacional fortaleciendo el impulso al crecimiento de los asentamientos en los territorios en disputa, lo que limitará en un futuro no muy lejano la negociación de un acuerdo efectivo con los palestinos; si es que se desea todavía llegar a este, ya que al ritmo que se manifiestan, de facto parece que se está implementando un modelo de Estado binacional, aplicando un sistema para los israelíes y otro para las poblaciones palestinas, donde se terminará de sepultar los “esfuerzos de Oslo” que ya de por sí en la época actual no están muy garantizados y se debilitan conforme la Autoridad Nacional Palestina pierde fuerza y la atomización de las fuerzas paramilitares se hace más evidente en diferentes aldeas y ciudades palestinas.
2) En segundo lugar, la debilidad del compromiso de los aliados a nivel internacional que están lidiando con sus propios temas, como Ucrania, la economía global y la competencia contra otros países debilitan sus posibilidades de intervenir y persuadir adecuadamente al gobierno israelí para que sus esfuerzos no terminen socavando las bases de su estabilidad la cual ha tocado todas las esferas de su estructura social, con una permeabilidad que parecen minas sembradas en los cimientos de un puente, las primeras podrían no afectar realmente su estructura, pero las continuas explosiones terminarían por fragmentarlo.
3) El tercero y trascendental es que mientras los israelíes se dividen, chocan internamente y se hace más grande el desgaste y la brecha política, los enemigos externos se unen para planear cómo aprovecharse de las circunstancias.
De esa manera, miembros del Hamas y del gobierno iraní se reunieron el miércoles 26 de julio a puertas cerradas para discutir cómo podrían aprovecharse de la situación interna de Israel. A ello se suma que el Hezbolá libanés ve de cerca los hechos e incluso se sospecha de ejercicios militares en caso de una guerra contra los israelíes, la cual no será una guerra de victoria, sino otro intento de golpear fuerte en un momento en el cual el gobierno de Israel se pueda mostrar vulnerable.
También, el mismo día se dio una reunión entre el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, el presidente de la ANP Mahmoud Abbas e Ismail Haniye jefe del buró político del Hamas, sosteniendo el fuerte apoyo que el gobierno de Ankara brinda a la causa palestina y a la necesidad de una unidad nacional frente a las “agresiones israelíes”.
Ambas acciones son el reflejo de la posibilidad de acomodarse a las circunstancias que vive Israel para generar réditos políticos y militares, como lobos huelen la sangre y enloquecen de ganas de atacar con todo, pero aún se mantienen alertas porque saben que mientras la población de Israel vaya por un lado distinto al que el liderazgo político los está empujando, un acto de violencia podría finalmente generar el efecto contrario al que desean lograr, por lo cual su estrategia en estos momentos es la de esperar y dar el zarpazo en el momento de mayor oscuridad, que se debe evitar a toda costa.
Entre la historia judía y el complejo presente
Estamos en épocas complicadas según la enseñanza de los sabios de Israel; en estos días se recuerda la destrucción de los dos templos de Jerusalem, en una ciudad que concentra el alma política y espiritual del pueblo judío, generando además del desmembramiento de la unidad judía en torno a la ciudad, la diáspora.
El primer templo fue destruido por transgresiones a la santidad misma del judaísmo a través de la idolatría, el adulterio y el asesinato, pero la destrucción del segundo templo se dio por el odio gratuito entre hermanos (Sinat Jinam), es decir, en el primero había conciencia de lo que se estaba haciendo para que se destruyera la santidad y unidad del pueblo, pero en el segundo la irracionalidad estaba presente y cuando cayó la sombra de la destrucción ya era tarde para revertir el daño.
Incluso, durante el asedio de Tito a la ciudad santa, a lo interno la destrucción se estaba dando entre los grupos judíos que tenían fuertes diferencias de criterio, por lo que con la toma de la ciudad y la destrucción del templo ya se había minado la unidad del pueblo y empezado el camino hacia el exilio nuevamente hasta el año 1948 de nuestra era.
Si bien, se debe guardar distancias en cuanto a la reconstrucción del templo que se asocia con la era mesiánica y la conformación de un Estado moderno, lo cierto del caso es que al existir bastante cohesión entre el pueblo desde su fundación el país ha logrado establecer las bases para desarrollarse y crecer en muchos ámbitos, colocándose en índices de competitividad global y en mejoras en la calidad de vida de sus ciudadanos de manera exponencial.
Falta por supuesto el cumplimiento de esa parte profética de levantar el tercer templo, pero se ha logrado grandes dividendos cuando se trabaja como un solo pueblo, preocupados los unos por los otros e incluso con otros grupos no judíos que son parte del Estado.
Pero, en la situación actual, se pueden estar dando las condiciones de borrar de un plumazo los avances que durante décadas se han podido hacer a través del consenso, la discusión, pero, sobre todo, el respeto con el Estado de derecho, la división de poderes y los pesos y contrapesos en el sistema político actual. Le están dando herramientas a los nuevos “Titos” que asedian la unidad del pueblo judío y buscan su destrucción, aun y pese a las grandes victorias militares del siglo XX y sus enormes desarrollos hasta entrado el siglo XXI se está quebrando lo que con tanto esmero se ha trabajado.
Ojalá no ocurra lo que “profetizó” el filósofo judío Yeshayahu Leibovitch quien en 1967 diría:
«El orgullo nacional y la euforia que siguen a la Guerra de los Seis Días son temporales y nos llevarán de un nacionalismo orgulloso y a un nacionalismo mesiánico extremo. La tercera etapa será un tumulto y la última etapa será el fin del sionismo»
El fin del proyecto sionista sería el final del Estado de Israel, por supuesto que esta sería la visión más nefasta de lo que podría ocurrir, y posiblemente el pueblo judío siga siendo hoy más fuerte de lo que fue en cualquier otro momento de la historia, pero no puede bajo ninguna circunstancia demeritar la importancia de no desgastarse internamente tanto que abra portillos para quienes desean atacarlo y desmantelarlo.
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