El 24 de agosto pasado, el presidente palestino Mahmoud Abbas dio un discurso ante el Consejo Revolucionario de Fatah, el movimiento central de la Organización para la Liberación de Palestina, del cual él es titular. El Instituto de Investigación y Medios de Comunicación de Oriente Medio (MEMRI en sus siglas en inglés) lo tradujo del árabe al inglés, lo hizo público el 6 de septiembre y ocasionó un gran escándalo mundial. Una semana después, el 13 de septiembre, marcó los 30 años desde la firma de los Acuerdos de Oslo. La diatriba judeófoba y revisionista de Abbas en las vísperas de este aniversario especial ilustró muy claramente las razones de su fracaso como proyecto de paz. Sin proponérselo, el presidente palestino dejó en evidencia la causa fundamental de la inviabilidad de la promesa de Oslo de 1993.
En su discurso, Abbas afirmó que Adolf Hitler no exterminó a los judíos europeos “porque eran judíos” sino por su “rol social”, al que asoció al dinero y a la usura (un clásico del antisemitismo medieval), y mencionó a Karl Marx (un judío renegado y auto-odiante) para validar su argumento. Agregó que los ashkenazim, judíos de origen europeo, no son semitas sino descendientes de los kázaros (una noción ampliamente desmentida) y por lo tanto las persecuciones a las que se vieron sometidos no tenían una raíz antisemita. Aseguró que los judíos de los países árabes no querían emigrar tras el establecimiento de Israel, pero fueron obligados a hacerlo por el propio Israel (en vez de ser expulsados por los gobiernos árabes, tal como en verdad ocurrió) y asoció erróneamente a Estados Unidos a la Declaración Balfour de Gran Bretaña. “Estados Unidos fue socio de la Declaración Balfour” dijo, por medio de la cual se “inventó” al moderno estado de Israel.
Diplomáticos europeos, norteamericanos e israelíes reaccionaron con indignación, mientras que la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, le retiró una distinción que le fuera otorgada años atrás. “Usted justificó el exterminio de los judíos de Europa”, escribió Hidalgo en una carta enviada a Abbas. “Los comentarios que hizo son contrarios a nuestros valores universales y a la verdad histórica de la Shoá […] Por lo tanto, ya no puede mantener esta distinción”. Una respuesta interesante fue ofrecida por alrededor de cien personalidades palestinas, la cual no pudo evitar protestar contra el “colonialismo, despojo, ocupación y opresión de los colonos israelíes” pero que sin embargo ofreció esta condena enfática al discurso de Abbas:
“Nosotros, los abajo firmantes, académicos, escritores, artistas, activistas y personas de todos los ámbitos de la vida palestinos, condenamos inequívocamente los comentarios moral y políticamente reprobables hechos por el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, sobre el Holocausto. Arraigado en una teoría racial muy extendida en la cultura y la ciencia europeas de la época, el genocidio nazi del pueblo judío nació del antisemitismo, el fascismo y el racismo. Rechazamos rotundamente cualquier intento de disminuir, tergiversar o justificar el antisemitismo, los crímenes nazis contra la humanidad o el revisionismo histórico frente al Holocausto.”
Esta no es la primera vez que el presidente palestino incurre en exclamaciones antijudías desaforadas o en distorsiones del Holocausto. El último mayo afirmó que Israel mentía como el principal propagandista nazi Joseph Goebbels. En agosto del año pasado acusó a Israel de perpetrar “50 holocaustos” en una conferencia de prensa junto al Canciller Olaf Scholz; en Alemania, de todos los lugares posibles. Ya en 2018 había pronunciado un incendiario discurso en una sesión del Consejo Nacional Palestino durante el cual culpó a los judíos por su propio asesinato en masa durante la Segunda Guerra Mundial y negó cualquier conexión judía con la Tierra Santa. Con descaro, denominó a su ponencia panfletaria como una “lección de historia”. Fue universalmente criticado, entre otros, por los gobiernos de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Canadá, Japón y Lituania, el enviado de las Naciones Unidas para Oriente Medio, el jefe de política exterior de la Unión Europea y la titular de UNESCO. Aquella vez, incluso el diario propalestino The New York Times sumó su voz en un editorial que decía que “al alimentar reprobables mitos antisemitas y teorías de conspiración” el presidente palestino “ha perdido toda credibilidad como socio digno de confianza”.
Sin embargo, esa credibilidad hacía largo tiempo que estaba perdida; al menos para quienes estuvieron observando las declaraciones fantásticas de Abbas desde la firma de los Acuerdos de Oslo. Al disertar ante la Comisión Europea en 2016, el presidente palestino afirmó que rabinos israelíes habían instruido a sus seguidores a envenenar pozos de agua árabes y además aseguró que Hitler había facilitado la inmigración de judíos a Israel por medio de un acuerdo con el Banco Anglo-Palestino (precursor del actual Banco Leumi de Israel). La Autoridad Palestina, de la cual él es presidente desde enero de 2005, incitó a la población palestina con mensajes profundamente antisionistas, judeófobos y negacionistas en sus medios de prensa controlados, sus textos escolares, sus comunicados oficiales y las ponencias de sus oficiales desde el inicio mismo del proceso de paz. Y recordemos su absurda tesis doctoral obtenida en una universidad soviética en 1982, la cual sigue siendo popular hoy en día en los territorios palestinos y está disponible en árabe en internet. Titulada El otro lado: la relación secreta entre el nazismo y el sionismo, sostiene que la cifra de seis millones de víctimas judías del Holocausto es exagerada (“incluso menos de un millón”), que los líderes sionistas cooperaron con los nazis en el exterminio judío y los cataloga de ser “tropas de asalto de la reacción imperialista mundial”.
Durante el proceso de paz inaugurado en 1993, los políticos, diplomáticos y periodistas se han centrado en asuntos tales como el status de Jerusalem, el destino de los territorios disputados, los asentamientos y otros asuntos importantes del conflicto palestino-israelí. Pero el corazón de cualquier proyecto de paz -la manera en que las partes educan a sus pueblos hacia la aceptación del otro- quedó relegado a segundo plano. Peor aún, fue deliberadamente ignorado. Recuerdo haberle preguntado públicamente al respecto a Shimon Peres en ocasión de un encuentro internacional de periodistas a fines de los años noventa en Jerusalem. Su única respuesta consistió en admitir que “eso es escandaloso” para luego pasar a la siguiente pregunta. Esta actitud desinteresada con la propaganda racista palestina de entonces dio un pase libre a que una generación entera palestina haya sufrido un lavado de cerebro alucinante.
Así, las más recientes falsedades de Mahmoud Abbas dichas en las vísperas del 30 aniversario de la firma de los Acuerdos de Oslo resultan paradójicamente educativas. Ellas nos permiten comprender por qué la promesa pacifista de Oslo se hizo añicos irremediablemente
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