Los medios de comunicación de Israel están obsesionados, preguntándose cuándo dará el gran paso. Están ansiosos por captar las declaraciones de Benjamín Netanyahu, asumiendo su culpabilidad directa por la negligencia del 7 de octubre. Por el momento, el Primer Ministro de Israel se ha limitado a repetir que todos los responsables asumirán su culpa, en el momento adecuado. En la penumbra de la noche, posteó en X un mensaje en donde derivaba la atención hacia la inteligencia del ejército y el Shin Bet (el FBI israelí) por no haberle ofrecido indicios sobre el ataque sorpresa. Netanyahu repite que “cuando se dispara, no se investiga”. Sin embargo, su posteo revela que su intención es ir midiendo hasta qué punto será capaz de sobrevivir al trauma provocado por Hamas. El mensaje fue borrado y el Primer Ministro de Israel se apresuró a pedir disculpas por su desliz.
Benjamín Netanyahu deseaba entrar en la historia de Israel como el Primer Ministro que transformó en Israel en una potencia económica y quien lideró una serie de acuerdos de paz con países sunitas no radicales (los Acuerdos de Abraham).
Netanyahu tuvo aciertos y desaciertos. En su forma de ver el mundo, si Israel se transforma en una potencia militar, económica, política y moral, los otros estados del Medio Oriente se irán acercando para pacificar, incluso a costa de un NO acuerdo con los palestinos. Su otro pilar estratégico era mantener al Hamas y a la OLP (Autoridad Palestina) alejadas y débiles. Para Netanyahu, ambas organizaciones desean a la destrucción de Israel, una lo fomenta desde la diplomacia y pagando sueldos a terroristas (la Autoridad Palestina) mientras que Hamas opta por la Yihad terrenal. En su concepción, había que mantener a Hamas débil, pero no tanto como para dejarlo sin alternativas. Para cumplir eso, autorizaba operaciones militares en el interior de Gaza, cuando Hamas iniciaba una contienda. A la par, permitía que Qatar introdujese maletas con dinero en efectivo para pagar los sueldos de los allegados a Hamas. Mientras que todo esto ocurría, Hamas planificaba el peor atentado terrorista en la historia de Israel, bajo las narices de un Netanyahu convencido que los yihadistas de Gaza seguían amedrentados.
La oposición ha acusado a Netanyahu de ser el peor provocador y la causa de la profunda brecha social jamás registraba en Israel. Lo señalan por impulsar una reforma judicial antidemocrática y de estar incapacitado para gobernar mientras se lo procesa por soborno y abuso de confianza. Este cúmulo de razonamientos podían ser muy popular en los estudios televisivos, pero no se traducían en las urnas. En noviembre del 2022, Netanyahu volvía a formar gobierno gracias a una coalición de extrema derecha.
Las acusaciones anteriores no convencieron al votante israelí. La negligencia del “Sábado Negro”, es otra cosa. Para aquel que se presentaba como “Mr. Security”, la carga de más de 1.400 asesinados y de 241 secuestrados, es un peso que no debería permitirle continuar en el cargo.
Los líderes del partido político de Netanyahu, el Likud, si desea optar nuevamente por el poder, debería reemplazarle o condenarse a la oposición. Cuando termine la guerra contra Hamas, los ciudadanos israelíes no dudarán en exigir un rendimiento de cuentas profundo.
Netanyahu deberá renunciar a su cargo. Quien también perderá la poca relevancia que mantenía es el campamento de fuerzas pacifistas en Israel. Representantes notables de tal espíritu eran los miembros de las aldeas sociales (Kibutzim) que rodeaban la Franja o buena parte de los que disfrutaban la fiesta por la paz que fue brutalmente atacada.
En Israel, si querías identificar a una persona con tendencias de izquierda, se le debía hacer dos preguntas: ¿Crees que hay, del lado palestino, un socio para hacer la paz?, y ¿Estarías dispuesto a renunciar a territorios que domina Israel a cambio de un acuerdo de paz? Si las dos respuestas tendrían a ser positivas, podíamos identificar a alguien dispuesto a hacer concesiones.
Israel ha realizado grandes renunciamientos para lograr una paz con sus vecinos. En 2005, retiró 8.800 civiles de la Franja de Gaza para lograr una paz con los palestinos. Paralelamente, el campo pacifista pedía una medida parecida para Cisjordania.
El trauma provocado por el ataque terrorista quedará grabado en las memorias de los israelíes. Quizás, de forma más profunda que la negligencia de Yom Kipur. La oferta de renunciamientos territoriales, medidas que exponen a las retaguardias a ser frentes de guerra, no será un producto convincente. Proponer que “hay que hablar con los palestinos, incluso con el Hamas” (mantra repetido por años), o con la misma Autoridad Palestina que destina un 11% de su presupuesto para pagar sueldos a asesinos de judíos encarcelados… será una oferta nada atractiva para el votante israelí.
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