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| viernes noviembre 22, 2024

Sobre conteo de víctimas


La cuestión del conteo de víctimas gazatíes en la guerra entre Israel y Hamás, tal y como se informa en los principales medios de comunicación occidentales, es compleja y conlleva ramificaciones. Los pesos pesados de los medios de comunicación en sus respectivos países llevan decenios alimentando la confianza de sus lectores. El objetivo es destilar seriedad. Pues bien, un resultado de ese esfuerzo exitoso es la creación de un velo, donde el lector deja de cuestionar la credibilidad de las noticias porque las avala el prestigio del propio periódico que las publica. Es decir que, si The New York Times informa un determinado número de víctimas de la guerra en Gaza y describe la causa de su muerte sin advertir claramente que se trata de datos inciertos, los lectores naturalmente tenderán a aceptar la información recibida sin titubeos.

Además, el efecto se amplifica globalmente. Si esa información dudosa también consta, por ejemplo, en periódicos de Turquía o del mundo árabe, su aparición en una reconocida publicación occidental le confiere un sello de aprobación entre el público turco o árabe. Y lo que es más importante, si más tarde la información resulta ser incorrecta, ya está hecho el daño y es irreparable.

Un ejemplo es la explosión en el hospital Al Ahli el 7 de octubre, que un portavoz del ministerio de sanidad de Gaza afirmó de inmediato que había sido causada por un ataque aéreo israelí, ocasionando más de 500 muertos. Testigos presenciales locales ofrecieron relatos desgarradores de la carnicería. Gran parte de los medios de comunicación de todo el mundo, incluidos los más respetados, rápidamente se hicieron eco de esa narrativa, prácticamente sin tomar distancia crítica.

Como sabemos ahora (y podríamos haber sospechado mucho antes si se hubiera dado más credibilidad a la evaluación inicial de las IDF), la explosión fue causada casi con toda seguridad por un cohete errante de la Yihad Islámica, que no impactó en el hospital sino en su aparcamiento y que causó entre 50 y 250 víctimas mortales. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población de los países árabes y, en general, de los países musulmanes (así como no pocas personas en Europa y Estados Unidos) siguen creyendo en la versión inicial. Además, para muchos en el mundo, este suceso ha pasado a considerarse un emblema del desprecio de Israel por la vida humana y podría convertirse en un detonante de violencia.

El poder de los medios de comunicación a la hora de difundir información y crear percepciones conlleva también una gran responsabilidad: garantizar que, en aras de la búsqueda de la verdad, las noticias y los datos se examinen cuidadosamente y se evite el lenguaje incendiario o ambiguo. A modo de ilustración, nos remitimos a la edición del 7 de noviembre de El País. Allí nos encontramos con el siguiente titular: «Un mes del asedio de Israel en Gaza: Más de 10.000 muertos y un rastro de destrucción sin precedentes». Al leer este titular, y después de haber visto los múltiples informes anteriores sobre esta guerra en la prensa internacional, uno podría suponer justificadamente tres cosas: 1) se trata de una cifra de muertos confirmada; 2) la muerte y la destrucción han sido causadas por Israel; y 3) las víctimas son todas civiles.

Desgranemos estas suposiciones.

1) ¿Se ha confirmado el número de muertos?

Hasta el 8 de noviembre, el número de víctimas según el ministerio de sanidad de Gaza ascendía a 10.328, incluidos 4.237 niños y 2.719 mujeres. Estas cifras parecen exactas, pero su fiabilidad es cuestionable. Al fin y al cabo, el máximo responsable sanitario de Gaza es nombrado por Hamás. De hecho, según la Casa Blanca, el ministerio de sanidad de Gaza es «sólo una tapadera de Hamás», y es bien sabido que Hamás tiene sumo interés en que la cifra de muertos que se comunica al exterior sea lo más elevada posible.

Por el contrario, las IDF no han informado de ningún recuento de víctimas, más allá de indicar que abatieron a un gran número (posiblemente miles) de terroristas al responder al ataque de Hamás y en los días siguientes. El silencio de Israel se debe a que las autoridades simplemente desconocen el número real de víctimas inocentes en Gaza. Es imposible llegar a cifras totalmente exactas en medio de intensos combates y en ausencia de terceros u otros testigos internacionales confiables.

2) ¿Es totalmente atribuible a Israel?

En el conteo de víctimas del ministerio de sanidad se incluyen las personas muertas por cohetes disparados erróneamente desde Gaza. Hamás afirma haber disparado 7.000 cohetes contra Israel desde el 7 de octubre. Aunque es de suponer que tanto Hamás como la Yihad Islámica han mejorado su tecnología desde la última ronda de combates (en la que las FDI estimaron los lanzamientos fallidos en un 25% del total), incluso una tasa de fallos del 10% causaría muchas víctimas entre los gazatíes. Un ejemplo de ello es la mencionada explosión del hospital Al Ahli.

Por otra parte, cabe notar el cruel uso que hace Hamás de la población de Gaza para promover sus propios objetivos, de lo que raras veces se les responsabiliza en los medios de comunicación occidentales. ¿Por qué los periódicos europeos no destacan con mayor frecuencia que Hamás ha defraudado rotundamente a su población, haciendo recaer el peso de esta trágica guerra sobre las cabezas de su propio pueblo? A lo largo de los años, Hamás ha utilizado fondos de ayuda internacional y un impuesto sobre el contrabando para construir una red de túneles de dimensiones inverosímiles, y que utiliza únicamente para proteger a sus propios combatientes y dirigentes. Mientras tanto, no hay ni un solo refugio en la superficie de la Franja para proteger a la población civil. Sin embargo, al planificar su masacre del 7 de octubre, Hamás sabía que la respuesta israelí sería masiva y contundente. ¿Tomó alguna medida, como autoridad gobernante en Gaza, para proteger a sus civiles? Como declaró Abu Marzouk, un alto funcionario de Hamás, en una entrevista el pasado 27 de octubre en un asombroso despliegue de cinismo: «Hemos construido los túneles porque no tenemos otra forma de protegernos», y en cuanto a los civiles, «es responsabilidad de las Naciones Unidas protegerlos».

Esto no es todo. Han circulado ampliamente informes de que Hamás ha disparado a personas que se dirigían al sur de la Franja en respuesta a las directivas y súplicas de las IDF. Sean verídicos estos informes o no, lo cierto es que Hamás se opone sin paliativos a que cualquier civil huya de las zonas de combates intensos, aunque quedarse pondría sus vidas en peligro. El 8 de noviembre, Salama Maruf, jefe de la oficina de medios de comunicación de Hamás, acusó a la ONU de actuar en connivencia con el ejército israelí en el «desplazamiento forzoso» de los residentes de la ciudad de Gaza. En otras palabras, Hamás los necesita allí para que actúen como escudos humanos y, en caso de encontrar la muerte (recordemos que, si una infraestructura civil se utiliza con fines militares, puede convertirse en objetivo legítimo), ayuden a engrosar la cifra de víctimas civiles.

3) ¿Son civiles todas las víctimas?

Hamás (y, por extensión, su ministerio de sanidad) no distingue entre combatientes y civiles a la hora de informar sobre las bajas, y los combatientes a menudo visten de civil (y son abatidos vestidos así). En julio de 2014, según informó y tradujo MEMRI, el ministerio del interior de Hamás emitió directrices para los usuarios de las redes sociales de la Franja de Gaza sobre cómo informar de los acontecimientos y comentarlos con personas ajenas a la Franja. Una de las directrices decía: «No olvides añadir siempre ‘civil inocente’ o ‘ciudadano inocente’ en tu descripción de los muertos en los ataques israelíes contra Gaza».

Dado que hasta ahora las fuerzas armadas israelíes han divulgado escasa información sobre los combatientes enemigos muertos, es imposible aventurar un desglose entre civiles y combatientes. Sin embargo, en la guerra de Gaza de 2014, las víctimas civiles representaron alrededor del 40-50% del total (en comparación con un 77% en la guerra de Irak, por ejemplo). Además, aunque se ha informado ampliamente del elevado número de muertes de menores, no hay datos sobre su distribución por edades. Cabe destacar el reclutamiento de niños soldados por Hamás, documentado por UN Watch y otros. Al mismo tiempo, casi el 50% de los habitantes de Gaza son menores de 18 años (frente a menos del 17% en España), por lo que es probable que los niños representen una proporción relativamente grande de las víctimas inocentes.

Volviendo a ese titular de El País, si buceamos en el artículo mismo, lo primero que vemos es una fotografía con el siguiente pie de foto: «Un grupo de palestinos ante los cuerpos de sus familiares asesinados por un bombardeo israelí en la ciudad de Deir al Balah, en el centro de la franja de Gaza, este lunes«. Ahora bien, ¿consultó el autor o el equipo de redacción del periódico fuentes fiables para confirmar a) la autenticidad de la imagen, b) si este bombardeo israelí se produjo realmente tal y como se describe, c) si las víctimas que aparecen en la fotografía eran todas civiles, y d) si su muerte efectivamente se produjo en este bombardeo? En segundo lugar, ¿qué justifica el uso de la palabra «asesinados»? ¿Es la posición de El País que las fuerzas armadas de Israel asesinan a civiles inocentes?

En conclusión, los principales medios de comunicación serios deberían ser extremadamente cautelosos a la hora de informar sobre las cifras de víctimas civiles y sus causas en la guerra contra Hamás en Gaza, cuando una de las partes del conflicto armado es una entidad no estatal motivada por una ideología despiadada y que hace todo lo necesario para manipular la opinión pública en el mundo. Los medios de comunicación tienen el deber de informar, pero es peligroso apresurarse a hacerlo sin contar con personal profesional y plenamente capacitado sobre el terreno y antes de que se pueda obtener una confirmación fidedigna. Difundir información falsa o sesgada y ofrecer descripciones incendiarias de los acontecimientos basándose en fuentes posiblemente sesgadas o viciadas puede acabar minando la confianza del público en los medios de comunicación. A plazo más inmediato, puede alimentar la ira y el odio y poner en peligro la seguridad de personas y grupos poblacionales a nivel mundial.

 
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