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| jueves noviembre 21, 2024

Lo que aprendí al recolectar tomates en la frontera de Gaza

Mantenerme arraigado en el presente es mi forma de resistirme a las fuerzas que buscan la destrucción.


Hace un año en esta misma época, esta granja estaba llena de invernaderos repletos de tomates jugosos y cientos de bulliciosos trabajadores tailandeses. Ahora es un desierto árido sin un rostro a la vista.

La última vez que pude acercarme a una planta de tomates fue en el jardín de mi zeide cuando tenía 5 años. Entonces todo estaba sereno, y los tomates frescos esperaban ser recolectados para estallar en mi boca ansiosa. Ahora, el único estallido es el sonido de fuego de artillería, que sirve como un sobrio recordatorio de que a pesar de la escena pastoral que me rodea, somos un país en guerra.

Acompañado por el ocasional «BUM» de trasfondo, entré al invernadero junto con algunos otros voluntarios que deseaban dar una mano a las granjas en el área de Gaza y sus alrededores que perdieron gran parte de su fuerza laboral debido a que sus trabajadores abandonaron el país. El dueño de la granja nos dijo que más del 50% de sus trabajadores abandonaron el país y gran parte del resto está sirviendo en las reservas del ejército. La misma historia se repite en todas las granjas de la zona. Dentro del invernadero, hay hileras y más hileras de arbustos de tomates, hasta donde llega la vista. Podría ser hermoso si las circunstancias fueran diferentes.

En esto se ha convertido el moshav de Talmei Eliahu…

Cuando llegamos, nos notificaron que no hay un refugio antibombas a una distancia que se pueda llegar caminando, por lo que si llegaban a disparar misiles debíamos acostarnos con las manos sobre la cabeza para protegernos. ¿Quién sabe si eso realmente hubiera ayudado de algo? Este campo de tomates se encuentra a menos de 8 kilómetros de la frontera con Gaza. Estos son los mismos tomates que, en unos pocos meses, debutarán en las ensaladas israelíes, matbujas y shakshukas de todo el país.

Llegué esperando encontrar tomates maduros, listos para ser recolectados, quizás incluso tomates cherry (un invento israelí), pero me sorprendí al descubrir que mi trabajo no sería recolectar.

El sol golpeaba mi espalda mientras me arrodillaba en el suelo polvoriento del campo de tomates. Mis manos trabajaban metódicamente, podando las enredaderas en busca de retoños.

Mi trabajo consistió en cortar esas malezas para que no siguieran deteriorando la vida de la planta de tomates. Era un trabajo repetitivo, aburrido y sin sentido, pero en este contexto, no parecía carente de propósito. Los trabajadores migrantes que hacen este trabajo todos los días, todo el día, seguramente se habrían sentido diferente, pero yo era un hombre con la misión de ayudar en todo lo que estuviera a mi alcance mientras mis hermanos y hermanas arriesgan sus vidas en Gaza por mí y por mi familia.

Al tomarme un descanso para secarme el sudor de la frente, volví mi cara hacia el sol abrasador. La mujer que estaba a mi lado expresó su disfrute por la tarea de baja categoría que tenía entre sus manos. Para ella, la naturaleza monótona de la misma, era terapéutica. Ya fuera el sentido de propósito que ella sentía al ayudar en un momento de necesidad o la espiritualidad de tener los pies sobre la tierra, ella le encontró valor.

Después de que desapareciera la novedad inicial, para mí ya no tenía un sentido de propósito sino que era más un mecanismo de defensa para ignorar los pensamientos sobre mis amigos en el campo de batalla. Para colmo, sólo estábamos podando. Los frutos de nuestro trabajo no eran visibles y ni siquiera estaba seguro de estar haciendo algún bien a las plantas. Quería luchar de otra manera, de una forma que me hiciera sentir más útil. Pero las fuerzas políticas en juego están más allá de mi control. Todo lo que podía hacer era concentrarme en las largas hileras de tomates que tenía por delante.

Por ahora, todo lo que podía hacer era vivir el momento. Mantenerme arraigado al presente era mi forma de resistirme a las fuerzas que buscan la destrucción. Ese silencioso acto de podar y recoger tomates para mí fue un acto radical de preservación. Mientras terminaba una fila y comenzaba con la siguiente, recé para que algún día los rehenes y los soldados que están en el campo de batalla puedan disfrutar el fruto de mi trabajo.

Sin embargo, no soy el único en estos campos. En todo el país hay escasez de trabajadores agrícolas, lo que genera serias dudas sobre la cosecha de este año. Afortunadamente, los valientes miembros de la organización Shomer Hajadash y muchos otros están ayudando en granjas e invernaderos de todo el país.

Lo que aprendí con esta experiencia en Talmei Eliahu es que todos desempeñamos un papel, por muy pequeño que parezca, en la defensa de Israel y en garantizar la supervivencia de esta tierra y de nuestro pueblo.

 

 
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